¿Que las mujeres guarden silencio?


A pesar del progreso que ha logrado el sexo femenino en el último siglo y medio, al menos en la sociedad occidental, en todos los ámbitos de la vida: individual, profesional y social (la mujer ha accedido a todas las actividades antes reservadas solo para varones), aún existen vetos que la discriminan, especialmente en la esfera religiosa, donde las féminas siguen siendo menores de edad por la interpretación descontextualizada de textos como 1ª Timoteo 2:11-12 y otros parecidos. A estos intérpretes no les dice nada el hecho de que el estatus que tenía la mujer en el siglo primero en la cultura de Medio Oriente y en toda la cuenca mediterránea fuera precisamente ese: la tutela perpetua. Un estatus institucionalizado que quedó registrado en los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y, porque quedó registrado, y así nos ha llegado, intentan mantenerlo como un mandato divino.

Junto a aquel estatus “bíblico” de la mujer, y formando parte de aquel orden social, estaban también la institución de la esclavitud y la patria potestad absoluta. Dos instituciones sentidas hoy como opresoras. Obviamente, en el transcurso de los siglos, estas dos últimas instituciones han venido sufriendo cambios significativos a los cuales las sociedades modernas se han adaptado, como no podía ser de otra manera. La esclavitud, por ejemplo, fue abolida y prohibida casi en todo el planeta (salvo raras excepciones locales); y los hijos (también las hijas) a la mayoría de edad (según los países) toman control de sus vidas y son libres para dirigirla según les apetezca. Esta evolución social y política culminó con el moderno concepto de la “individualidad”, tan apreciado en nuestros días.

Pues bien, a pesar de estos cambios sociales y políticos, de los cuales ha surgido un nuevo paradigma de la concepción del mundo y de la vida, el viejo estatus de la mujer sigue vigente de forma específica en algunas iglesias: debe seguir “estando en silencio”; es decir, por causa de ese “silencio” bíblico, no puede acceder a cargos y ministerios que supongan autoridad y responsabilidad en la comunidad cristiana… ¡por ser mujer!

Intentar exponer hermenéuticamente por qué los textos bíblicos dicen lo que dicen respecto a la mujer en general, y concretamente en este caso particular, es un diálogo imposible de llevar a cabo con este sector fundamentalista. La cuestión es que este caso particular relacionado con el estatus de la mujer es solo la punta del iceberg. En general es un modo de leer e interpretar la Escritura.

Sin duda, la hermenéutica es una disciplina aún muy joven; aunque sin el nombre específico como tal ha sido una tarea innata del ser humano, porque la lógica y el sentido común sugiere lo que dicha disciplina indica. La clave de esta hermenéutica radica en el contexto que nos provee la antropología social, que nos avisa de la distancia en el tiempo y el espacio que separa a los escritores de los lectores, es decir de nosotros; por lo tanto, también, de la diferente cosmovisión de los escritores de dichos textos y de los lectores, o sea, de nosotros. La mujer no solo no puede quedarse en silencio (porque algunas tienen más y mejores cosas que decir que algunos hombres), sino que debe seguir reivindicando el papel que sus dones promete para la iglesia, en cualquier iglesia.

Emilio Lospitao

La familia que viene


Los sistemas políticos, antes de alcanzar el modelo democrático en el que vivimos la mayoría de los países de Occidente, tuvieron que sufrir cambios estructurales importantes a lo largo de la Historia. Ello supuso mucho dolor, no solo por el cambio de organización social que conllevaba, sino por las luchas fratricidas que originaba en muchos casos. Lo mismo ocurrió con los modelos de familia anexionados a los sistemas políticos y a la organización social que los legitimaba. El modelo de familia que encontramos en la Biblia hebrea, por ejemplo, es patriarcal, cuya figura dominante era el varón en su papel de marido, padre y amo (la institución de la esclavitud estaba inserta en aquel modelo social). Además, era patrilocal y poligínica; es decir, patrilocal porque la herencia y los títulos se transmitían por vía paterna (el varón), y poligínica porque el varón –y solo este– podía tener varias mujeres en calidad de esposas y/o concubinas. El ejemplo más conocido en la Biblia hebrea es la familia de Jacob, fundante del pueblo de Israel. Jacob compartió lecho con cuatro mujeres coetáneas: Raquel y Lea, hermanas entre sí, y las esclavas respectivas de estas: Bilha y Zilpa. Dieron a luz entre las cuatro a 12 hijos y una hija (Gén. 29-30).

La familia llamada “nuclear” (padre, madre e hijos) que emergió principalmente en la era industrial, procede de la familia “extensa” (padre, madre, hijos, tíos, primos, parientes), y esta de otra más extensa, formada además por los esclavos, que dependían del pater familias (Familia, del latín, «grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la gens»). Es decir, el concepto de “familia” es abierto y amplio.

Desde hace muy pocas décadas, en Occidente ha surgido un tipo de familia plural, entre ellos, el monoparental: hombres divorciados y mujeres divorciadas con hijos pero sin pareja; o bien hombres y mujeres solteros con hijos adoptados o propios. Por otro lado, no son pocas las familias que están compuestas por hermanos o hermanas solteros que conviven juntos; o grupos de mujeres y hombres que deciden vivir en “familia” compartiendo el mismo espacio (normalmente jubilados). Recientemente se han añadido a esta pluralidad de familia las personas del colectivo LGTB con el mismo proyecto de vida que cualquiera de los otros modelos de familia.

Pues bien, ninguno de estos diferentes modelos familiares atentan contra la familia nuclear tradicional. Ninguno. Pueden convivir perfec-tamente. Lo único que necesitan los modelos no tradicionales son leyes que los reconozcan, los respeten y los protejan en las mismas condiciones que a la familia nuclear tradi-cional, para que puedan disfrutar de los mismos derechos y obligaciones legales que esta. Quienes se oponen a esta pluralidad de modelos familiares utilizan su artillería pesada con informaciones sesgadas, cuando no falsas, para crear miedo y, sobre todo, fanatismo entre sus fieles. Pero ninguna cerrazón va a impedir esta evolución social y familiar que se está generalizando cada vez más en todos los países occidentales.

El surgimiento de movimientos culturales como el Renacimiento (s. XVI) y luego la Ilustración (s. XVII), produjeron cambios profundos políticos y sociales en Europa, de los cuales el cristianismo en general, pero el reaccionario en particular, no supo asimilar. Por el contrario, se sintió agredido. La respuesta fue revolverse tenazmente contra todo lo que consideraba un peligro para la fe que predicaba. Con el tiempo un sector progresista del cristianismo ha venido a reconocer que cometió un error porque no existía tal peligro; a posteriori ha entendido que perdió el tren de la Historia.

¿Qué pensarán los catastrofistas bíblicos de turno, que se oponen a estos nuevos modelos familiares, si en vez de evolucionar hacia delante, evolucionáramos hacia atrás, volviendo otra vez al modelo y al sistema social patriarcal, es decir, al modelo de la familia de Jacob?

Emilio Lospitao