…y los demás juzguen


Aunque resulte reduccionista, suelo clasificar a los lectores de la Biblia en aquellos que afirman: “Porque la Biblia lo dice” y los que se preguntan: “Por qué dice la Biblia eso”. Entre estas dos maneras de leer la Biblia existe una profunda diferencia. La primera tiende al biblicismo, es decir, a la interpretación del texto bíblico acríticamente. La segunda busca el propósito del texto desde la crítica hermenéutica, porque sabe que el enunciado bíblico se proclamó en un tiempo y un espacio diferente al nuestro.

A tenor de esto, quienes ya conocen esta revista saben que la misma se caracteriza por su pensamiento crítico e investigativo. Es decir, los autores de los cuales esta revista divulga sus artículos, no se limitan a glosar “porque sí”, sino que en sus obras, explícita o implícitamente, se atisba o bien un “por qué”, o abren ventanas dialécticas a otras posibilidades, lo cual exige del lector una capacidad mínima reflexiva.

Obviamente, estas dos nociones axiomáticas expuestas más arriba tiene en frente una conceptuación del pensamiento que propicia todo lo contrario: un público pasivo, acrítico, emocional, espiritualista, que piensa poco y es dócil. Fue a esta conceptuación a la que K. Marx definió como “opio del pueblo”; nada que ver con el mensaje profético y realizante que predicó Jesús de Nazaret. No es de extrañar que un amplio sector de la sociedad –de cualquier sociedad– a la que queremos compartir el evangelio rechace de entrada cualquier proposición religiosa. Y este rechazo es mayor cuanto más amplia es su capacitación intelectual y, por lo tanto, crítica. Es decir, no rechazan a Jesús de Nazaret (¡lo aceptarían con mucho gusto”!), sino a la amalgama religiosa con que se quiere anunciar el mensaje del Galileo.

Este rechazo llega a su cenit cuando ven en los medios de comunicación (Radio, TV…) el vergonzoso espectáculo que ofrecen ciertos grupos religiosos “cristianos”. Aparte de que sus prédicas carecen de una mínima profundidad teológica (no pasa de la arenga), la mayor parte del tiempo lo dedican a pedir dinero con el descaro de asociar la cantidad de dinero que den los feligreses con las bendiciones del cielo que recibirán. Los que estamos de este lado profético y crítico de la fe cristiana no podemos menos que preguntarnos si estos “evangelistas” están errados, es su codicia lo que les empuja a esa extraña “misión” o simplemente tenemos que llamarlos sinvergüenzas sin paliativos (al gran público esto es lo que les parece).

Pero ya sea que estén errados o sean unos sinvergüenzas estos predicadores oportunistas, queda en el fondo una cuestión más sangrante: ¡la anestesia intelectual que sufren los fieles que les escuchan, les aplauden, les siguen y les dan su dinero! Si estos enfervorizados seguidores realmente creen que recibirán “bendiciones” a cambio del dinero que ofrecen, obviamente las bendiciones que esperan también son materiales: casas, coches, cuentas bancarias… ¡prosperidad material!

La fe cristiana –ya lo hemos dicho otras veces desde este medio– debe ser ilustrada y, además, crítica. Por eso esta revista es de pensamiento crítico. Si la fe que inculcamos no pasa del emocionalismo (por muy legítimo que este sea) esa “fe” entonces está más cerca de la superstición que de aquella fe que el Nazareno exigía a sus seguidores. El apóstol Pablo exhortaba: “Que hablen dos o tres, y los demás juzguen” – “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1Cor. 14:29; 1Tes. 5:21). Pues eso, que seamos capaces de juzgar (discernir, examinar) y cultivar el buen sentido de retener lo bueno; pero, a la vez, denunciar los abusos, sean estos por la torpeza o por la codicia de “evangelistas” funestos.

Emilio Lospitao