“Siervos, obedeced a vuestros amos… como a Cristo” (Efe. 6:5-7).


La institución de la esclavitud –como la costumbre del velo– no quedó fuera de esta teologización de la que vengo hablando. El perfil social de las personas que integraban las iglesias del cristianismo primitivo era muy heterogéneo, pero la mayoría pertenecía a un perfil humilde, entre ellos posiblemente muchos esclavos y esclavas. En el estatus más alto se encontraban aquellos que se permitían precisamente tener esclavos, los amos.

El hecho de que se insista tanto en las relaciones entre amos y esclavos (fueran los amos creyentes o no), y se les exhorte a los amos creyentes, pero más a los esclavos creyentes, a relacionarse bien, indica que era frecuente una disposición díscola de los esclavos (cf. Efe. 6:5-6; Col. 3:22; 1Tim. 6:1-2; Tit. 2:9-10;1Pe. 2:18) y el consiguiente castigo, incluso físico, por parte de los amos (1Pe. 2:19-20).

En cualquier caso, porque la sociedad de aquella época se sustentaba en la mano de obra y el servicio de los esclavos, la Iglesia tomó partido consolidando este orden social, primero por el testimonio hacia “los de afuera” (que señalaban a los cristianos de “subvertir” dicho orden), pero, sobre todo, para no ser acusados de sublevación o rebeldía contra el Imperio (Espartacus, Guerra de los esclavos, 73 aC.). El entusiasmo de la primera generación de cristianos, y el aire de libertad que el evangelio abanderaba (“libres en Cristo”), debió suscitar actitudes “libertarias” aisladas entre los esclavos cristianos, como ocurrió entre las mujeres de Corinto respecto al uso del velo (ver “Acento Hermenéutico” #6). Así pues, los dirigentes cristianos debieron sopesar el precio que tendrían que pagar al continuar con dicho entusiasmo, por las sospechas que originaba en “los de afuera”. Para mostrar a “estos” que la vida cristiana no suponía un peligro contra las costumbres sociales, se reafirmaron en los códigos domésticos, tanto en el estatus de la mujer como, y especialmente, en el estatus de los esclavos.

De ahí que “teologizaran” también esta institución: “Siervos, obedeced a vuestros amos… como a Cristo… como siervos de Cristo… como al Señor” (Efe. 6:5-7). “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón… como para el Señor” (Col. 3:22-24). En relación con los castigos físicos que podrían recibir de sus amos “difíciles de soportar”, se dice: “Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo…” (1Pe. 2:18-21). La teologización queda expresada en los términos “como a Cristo”, “como siervos de Cristo”, “como al Señor”, “dejándonos (Cristo) ejemplo”, etc.

¡Pero casi 19 siglos después, por la inercia de la historia (¡la era industrial!) muchos líderes cristianos se opusieron a esta institución, aunque otros –también cristianos– defendieron la esclavitud apelando a la Escritura, como fue el caso de uno de los padres del Movimiento de Restauración: Thomas Campbell (Thomas vs Cyrus). La institución de la esclavitud en la época de Pablo era generalizada. La única manera de salir de ella era mediante el pago de su libertad. No tenemos constancia de que ninguna iglesia en el siglo primero comprara la libertad de ningún esclavo. Las exhortaciones neotestamentarias están en las antípodas de cualquier liberación. El regreso del esclavo Onésimo a la casa de su amo es un ejemplo (Filemón). Validar la esclavitud mediante su teologización era coherente dada la aceptación generalizada de esta institución. Hoy, cuando está prohibida en todo el mundo cristiano, no procede ningún tipo de validación al estilo del Nuevo Testamento. Es decir, la teologización de la esclavitud en la época del Apóstol no significa que podamos prolongarla en el tiempo. Ese tipo de exhortación no tiene cabida en la sociedad y el pensamiento modernos.

Emilio Lospitao

Rabí, ¿quién pecó…? – Juan 9:2


El trasfondo del texto de referencia tiene una trayectoria teológica muy larga en la historia bíblica. En el fondo, el libro de Job, más que la historia de un hombre de carne y hueso, es un tratado de teología que tiene como fin cuestionar, en la época del escritor, el concepto pecado/enfermedad como causa/efecto. El caso es que, a pesar de dicho cuestionamiento (libro de Job), en los días de Jesús, esta causa/efecto gozaba de vigencia. ¡Si había enfermedad es porque había pecado!

En religión judeocristiana, los desastres, las pestes, los terremotos, etc. eran castigos de Dios, así como, por el contrario, la lluvia, el sol, las buenas cosechas, la riqueza, etc. eran dones de Dios. Tal es así que, en la Edad Media, cuando la ciencia aristotélica estaba adquiriendo carta de naturaleza, los teólogos (monjes, religiosos…) vivían una tensión neurótica: si las enfermedades tenían una relación directa con Dios (como castigo, pruebas, etc.), ¿era legítimo hacer uso de la “ciencia” médica griega, pagana por demás? Había de todo: unos compatibilizaban la confianza en Dios con la medicina “pagana” (¡como hoy!). Otros, los más fanáticos, rechazaban esta medicina. Este tema se discutía incluso en las Universidades de la Edad Media: París, Bolonia, Oxford… Y de ahí, también, el auge de las curaciones milagrosas en aras de alguna reliquia de algún santo o santa, como alternativa a la medicina “pagana”. 

Este concepto (pecado/enfermedad), asumido desde la cosmogonía bíblica,  subyace en el pensamiento paulino: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen (¡mueren!)” (1Cor. 11:30). El Apóstol relaciona el comer y beber “indignamente” los elementos de la “Eucaristía” (el pan y el vino) con la enfermedad, incluso con la muerte, que sufrían o habían sufrido algunos cristianos corintios.

Pues bien, hoy, entrado ya en el siglo XXI, habiendo superado incluso la ciencia aristotélica, algunos líderes cristianos continúan inmersos en aquel mundo cosmogónico (y teológico) de causa/efecto, donde Dios pasa revista cada mañana (Job 1-2) para ver quién ha pecado y enviarle algún “resfriado” como “prueba” (o castigo). Olvidan, estos líderes, que ya se inventó el pararrayos, que tanto modificó la vida piadosa (ya no hace falta “rezar” a Santa Bárbara), que existe una causa y efecto naturalista donde Dios no tiene parte, y que este Dios, antes que “conmoverse” por nuestras piadosas súplicas (¡y sólo mediante ellas!) está siempre por iniciativa propia con el que sufre, porque esa es su naturaleza. sólo hay que mirar a Jesús de Nazaret para conocer, parcialmente (porque en Jesús se “hizo carne” con nuestras debilidades), al verdadero Dios. Lo demás es “religión”.

Emilio Lospitao