El porqué de la teologización


Las personas que componían las iglesias del cristianismo primitivo compartían las leyes, las costumbres, la dieta, el vestido, los roles, los códigos domésticos… de sus coetáneos. El Nuevo Testamento da cuenta de todo esto. No obstante, la nueva fe aceptada les hacía sentirse distintos a las demás personas que no habían aceptado dicha fe. Esto por sí solo originaba ya una tensión dialéctica que se vivenciaba en lo cotidiano. El peligro consistía en que los “fieles” a la nueva fe se dejaran arrastrar y abandonar el camino emprendido. Había que concienciar y catequizar a los ganados para la causa, y aquí entra el lenguaje teologizado, “los de afuera”, “los del mundo”, etc. Ahora bien, este uso del lenguaje, con esas pretensiones, no era –ni es– una exclusiva del cristianismo primitivo, sino de cualquier entidad donde esté en juego la pertenencia del grupo. Así pues, tenemos, al menos, las siguientes explicaciones.

1. Es una dinámica de grupo

En todas las actividades grupales, sea de la naturaleza que sea, se fomenta el sentido de pertenencia al grupo, de ahí “los de adentro” y “los de afuera”, “los otros” frente al “nosotros”. Es decir, se fomenta lo endogámico. Este fenómeno ocurre generalmente en todos los grupos, ya sean gremios profesionales, equipos deportivos, artísticos, etc. Es un fenómeno sociológico universal. La Iglesia no fue ajena a este fenómeno. En la esfera religiosa, se “teologiza”; en la esfera profana, se idealiza e incluso se ideologiza. La idealización no es mala; al contrario, sirve de horizonte, de norte. Lo grave es cuando la ideología fanatiza, alinea, degrada, corrompe.

2. Fortalece los vínculos del grupo

El sentido de pertenencia a un grupo fortalece los vínculos personales entre los “miembros del grupo”. Pablo escribe a los colosenses: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones…” (Colosenses 3:16) y a los cristianos de Éfeso: “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5:19). Las palabras claves de estos textos radica en la forma plural de los verbos: “enseñándoos”, “exhortándoos”, “entre vosotros”, lo cual implica proximidad y reciprocidad.

3. Anima ante la adversidad y los conflictos

Esporádicamente, y en algunos lugares del imperio, la Iglesia sufrió persecución. En ocasiones esta persecución fue local y ocasional (p. ej. Hechos 16:20-24; 17:5-9). Pero sabemos que esta persecución fue más amplia en el tiempo y en el espacio durante el mandato de algunos emperadores romanos (Nerón, Domiciano, etc.). Uno de los libros más beligerante en el lenguaje (aunque figurado) del Nuevo Testamento es Apocalipsis. El mensaje de este libro es un reto a la política religiosa de Roma en el tiempo de Domiciano (51-96 d.C.), pero también es un mensaje de aliento y ánimos a una Iglesia objeto de persecución (p. ej. Apoc. 17-20). El autor de 1Juan, que pertenece a la misma época, dice: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). La palabra mágica, en momentos de pruebas, es victoria: “los habéis vencido”.

4. Da coherencia a la enseñanza

El mayor hándicap de un maestro es que su exposición, además clara, perdure en el tiempo en la mente de sus discípulos. Y nada es más eficaz para lograr esto que las ideas vayan acompañadas de imágenes, de historietas, ilustraciones cotidianas. Jesús logró este objetivo mediante las parábolas, fáciles de recordar y de relacionar con las cosas cotidianas. Pablo también fue un maestro en estas lides. Pero sobre todo, el Apóstol buscaba la coherencia. Un ejemplo de esto es la alegoría que formuló de la historia de Sara y Agar: “Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre” (Gálatas 4:30-31. cf. Génesis 16). De hecho, Pablo es quien más usa estos recursos pedagógicos para dar coherencia a sus enseñanzas y exhortaciones, como vemos en la teologización de las instituciones y del lenguaje.

5. Incentiva la evangelización (proselitismo)

Independientemente de la Gran Comisión, que la Iglesia sintió como deuda propia respecto al mundo, por su naturaleza, originalidad y singularidad, desde un punto de vista sociológico, la Iglesia encontró una razón indiscutible para ganar a otros al grupo que ella representaba. Por ello, el autor de las Pastorales, exhorta: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2). Y así es en el mejor de los casos. En el peor, se convierte en un burdo proselitismo mediante el cual algunos grupos religiosos tienen como leitmotiv su exclusivismo y el afán de ganar miembros a su propio círculo.

¿Podemos absolutizar la teologización que hacen los autores del Nuevo Testamento de las instituciones y del lenguaje?

Emilio Lospitao

Jesús y la teologización del lenguaje excluyente


El judío se distinguía del que no lo era por cuatro elementos esenciales: el nacimiento, el sábado, la circuncisión y los alimentos impuros. Como la Iglesia se distanció del judaísmo y de la ley judía, buscó su identidad y su sentido de pertenencia mediante la teologización de estos dos conceptos: “los del mundo” y “los de afuera”, como ya vimos en el anterior “Acento hermenéutico”. Así selló su marca de identidad y de pertenencia. Es decir, se alejó de las leyes ceremoniales de la Ley de Moisés que tenían el mismo objetivo en el judaísmo: crear fronteras entre el pueblo elegido y el resto del mundo, los gentiles.

Jesús y la pertenencia

Pues bien, Jesús cuestionó las cuatro instituciones de pertenencia judías: a) Dios podía levantar hijos de Abraham aun de las piedras (Lucas 3:89); b) El sábado había sido instituido para el hombre, no el hombre para el sábado (Marcos 2:27); c) La verdadera circuncisión, diría el Apóstol después, era la del corazón no la de la carne (Romanos 2:28-29); y d) Lo que hacía impura a una persona no era lo que ingería por la boca, sino lo que salía del corazón (Marcos 7:15-23).

Jesús –con su actitud y sus enseñanzas–, al relativizar estas instituciones, disolvió los márgenes que separaban a las personas por causa de las fronteras simbólicas que creaban dichas instituciones. Por causa de esas fronteras, muchas personas eran excluidas y marginadas: ciertos enfermos, mutilados, publicanos, pecadores, (los que no observaban las leyes de pureza según la ley), prostitutas y, por supuesto, los gentiles.

Jesús, al juntarse y compartir mesa con este tipo de personas marginadas, estaba cuestionando la teologización que el fariseísmo había hecho del lenguaje (“puros/impuros”) y la exclusión que dicha teologización había originado: “los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lucas 15:1-2).

Jesús nunca dijo o hizo nada que distinguiera a las personas por razón de sexo, condición social, prácticas religiosas, profesión, moralidad, integridad física… Jesús deshizo todas las teologizaciones religiosas que los religiosos habían formalizado a lo largo de la historia. Rompió todas las fronteras que clasificaban a las personas. Compartir mesa (que era y es sagrado en el judaísmo) con los excluidos (“los del mundo”) era una metáfora de la gratuidad amorosa del Padre que hacía salir el sol y mandaba lluvia tanto para puros como para impuros (Mateo 5:45). ¡Y esa era la “buena noticia” del Reino de Dios! Hoy Jesús no hablaría de “los del mundo” ni de “los de afuera”. Mas bien estaría, como estuvo, compartiendo mesa con ellos. La Iglesia, por motivos diversos, cayó en la trampa que había caído el judaísmo originando fronteras entre “puros” e “impuros”, los de “adentro” (de la iglesia) y los de “afuera” (de la iglesia). ¡Muy lejos de la actitud de Jesús!

Una consideración vital, para ubicar estas teologizaciones en su lugar adecuado, en el fondo y en la forma, sería preguntarnos ¿por qué se tiende –como los hagiógrafos tendieron– a teologizar las instituciones, las costumbres sociales, incluso el lenguaje? En entender este “por qué” puede estar la clave para interpretar dichas teologizaciones sin caer en los errores, y en los abusos, que posiblemente hemos caído también nosotros. ¿Pero por qué los líderes del cristianismo primitivo teologizaron estos términos de exclusión? Lo veremos en “Acento hermenéutico” del siguiente post.

Emilio Lospitao

Apocalíptico versus escatológico


Antes de entrar a considerar las frases teologizadas es muy importante evocar dos vocablos teológicos: apocalíptico y escatológico. En algún momento estos términos pueden coincidir y significar lo mismo (el final), pero son dos conceptos diferentes.

Lo apocalíptico

Lo apocalíptico hace referencia a un punto crucial, singular, espantoso… Así muchos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento (ej. Mateo 25:31 sig. y otros). Pero también se refiere a una línea fina que cuando se traspasa se ha entrado a un estado diferente. Ha pasado del blanco al negro, sin grises. Juan es el evangelista que más usa este concepto. Para este autor o estás en la luz, o estás en las tinieblas; estás en la vida, o estás en la muerte; eres hijo de Dios, o eres hijo del Diablo; etc. En lo apocalíptico no existen estados intermedios, procesos realizantes… Visualizando un gráfico imaginario de dos círculos concéntricos, o estás en el interno o se estás en el externo, todo depende de qué lado estamos de la línea que separa un círculo de otro (que es una línea simbólica de exclusión).

Lo escatológico

Lo escatológico, por el contrario, contiene la idea de un proceso que se dirige hacia un final realizante y realizado. No existe ninguna línea de separación entre un estado y otro, pues el estado es uno y único en el cual y por el cual se progresa hacia el final. Más que dos círculos concéntricos, se trata de un Camino en el que todos estamos caminando, unos estaremos en un punto diferente que otros en dicho Camino, pero todos nos dirigimos hacia el mismo final escatológico. Así, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Pablo creía estar inmerso en dicho proceso: “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea ya perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12). Es decir, lo escatológico es un Camino de realización no excluyente ni condenatorio. La proclamación del evangelio del Reino era una invitación a andar en este Camino (“Venid a mí los que estáis trabajados y cargados…” – Mat. 11:28) en un espíritu de aceptación del otro (“el que no es contra nosotros, por nosotros es” – Lucas 9:50). Por ello, en torno a la persona de Jesús, durante su ministerio, no existía ninguna línea de separación excluyente: el reino de Dios estaba abierto a todos. El mensaje de Jesús era escatológico. Pero sobre Jesús, en este tema, volveremos en otro momento.

Pues bien, los conceptos teologizados de las epístolas, a los que vamos a referirnos, son más apocalípticos que escatológicos. En los conceptos teologizados no hay lugar para estados intermedios, para procesos realizantes: O estás en el círculo interno (“adentro”), o estás en el círculo externo (“afuera”). Hoy, la evangelización que conocemos, y que practica la mayoría del protestantismo evangélico, es apocalíptica; potencia las fronteras excluyentes, a veces, por el simple hecho de pertenecer a denominaciones cristianas distintas a las suyas.

“Los del mundo”

El lenguaje no es aséptico, siempre está asociado a los significados y a los símbolos que representa. Y tanto el significado como el símbolo están circunscritos al subgrupo cultural al que está socialmente integrado. En el mundo profano el significado y el símbolo están solidificados en el lenguaje ordinario, pero en el mundo religioso están, además, teologizados, es decir, se les da un carácter religioso y de pertenencia exclusiva.

La antítesis de “los del mundo” es “los no del mundo”, que en el Nuevo Testamento se corresponde con los “cristianos”. En este caso lo que se teologiza negativamente es la antítesis de “ser cristiano”, que son “los del mundo”. Un aspecto importante aquí sería evaluar quién es un “hijo de Dios” en el sentido amplio del término, pues “cristiano” sabemos que es la persona que confiesa a Cristo. Para entenderlo mejor: ¿Podemos considerar “del mundo” a los fieles que viven la espiritualidad de otra confesión que no es cristiana? La respuesta a esta pregunta nos sitúa en la perspectiva desde la cual entendemos una frase teologizada.

Obviamos que en el Nuevo Testamento se usa el sustantivo “mundo” (kosmos) con tres acepciones genéricas diferentes: a) con alusión al universo creado (Hechos 17:24); b) con el planeta donde vivimos los seres vivos (Mateo 4:8) y c) con el conjunto de las personas (2 Cor. 5:19). Pero el término negativamente teologizado no se refiere a ninguna de estas acepciones, sino a la abstracción del mal, que se concretiza en los valores morales y éticos de los individuos. Ahora bien, la teologización negativa del término “mundo” tiene como telón de fondo el concepto dualista platónico del mundo griego, que les vino al dedo a los autores bíblicos para expresar sus conceptos teológicos (Palestina había sido fuertemente helenizada desde el siglo III a.C.).

El dualismo platónico como sustrato teológico

En el pensamiento platónico griego, lo material era opuesto a lo espiritual. El “cuerpo” físico (soma) era una cárcel para el “alma” (psique). El cuerpo era “la sede de las pasiones, de los apetitos y los deseos”. Desde este concepto dualista platónico, Pablo se refiere a “las obras de la carne” (sarx) y al “fruto del Espíritu” (pneuma), donde las “obras de la carne”, por analogía, define lo que es “del mundo”.

Los escritores neotestamentarios delimitan por una línea fina dos modos de pensar, vivir y realizarse en la vida. Gráficamente estaría representado por los dos círculos concéntricos ya citados, los “pneumaticos/hijos de Dios” estarían ubicados en el círculo interno, y el externo quedaría relegado a la “carne/mundo”, los de “afuera”.

Estos círculos concéntricos están separados por una línea simbólica de exclusión, cuyo círculo concéntrico externo los hagiógrafos han teologizado con el término “mundo”: “la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2); “la amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4:4); “si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). Juan es el autor que más se acerca al concepto platónico del “mundo” y que, a la vez, define: “porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” (1 Juan 2:16). Etc.

Si preguntamos al autor de la carta a los Gálatas qué pone en evidencia a “los del mundo”, nos contestará que los “signos” de estos son las “obras de la carne” (sarx), que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas…” (Gálatas 5:19-21). ¡Pero los fieles que viven la espiritualidad de otras confesiones no cristianas pueden estar al margen de esta realidad existencial negativa también!

Y si le preguntamos después qué pone en evidencia a los que “no son del mundo”, es decir, a los “hijos de Dios” (los pneumáticos”), nos contestará que los “signos” de los que son guiados por el “Pneuma” (Espíritu) son aquellos cuyos frutos se caracterizan por el “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:23). ¡Pero los fieles viven la espiritualidad de otras confesiones no cristianas pueden compartir esta realidad existencial también!

“Los de afuera”

En el gráfico imaginario de los dos círculos concéntricos, el externo representa a “los de afuera” (“los del mundo”), mientras que el interno representa a los “hijos de Dios”, los cristianos.

Especialmente en los escritos paulinos existe una relación directa entre “los del mundo” y “los de afuera” (Efesios 2:2) y de ahí, estas frases: “Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo” (Colosenses 4:5); “a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera” (1 Tes. 4:12); “que tenga buen testimonio de los de afuera” (1Tim. 3:7). Es decir, se teologiza el término “afuera” con el mismo sentido y propósito con que se teologiza el término “mundo”.

El abuso del lenguaje teologizado

Los signos “sacramentales” que potenciaban estas fronteras de exclusión eran: a) el bautismo (rito de “entrada” e iniciación) y b) la eucaristía (“Santa Cena”), un rito de pertenencia al grupo. Estos dos signos “sacramentales”, con algunas variantes, eran conocidos y practicados fuera del cristianismo con los mismos propósitos (iniciación-pertenencia), pero el cristianismo primitivo lo vinculó y lo relacionó estrechamente con, por y para Cristo: es decir, los teologiza (cf. Colosenses 2:12-13; 1Cor. 10:16-17).

El adoctrinamiento de muchas iglesias cae en el abuso de estos términos, levantando muros simbólicos (fronteras relacionales) sin márgenes intermedios, sin estados progresivos… Estos maestros catequistas no perciben el sentido y el alcance relativo de un “signo” teologizado y apocalíptico. Las fronteras simbólicas que promueve la teologización de estos términos (“los del mundo”, “los de afuera”) crean zonas de exclusiones relacionales idénticas a las que creaban los escribas y fariseos del tiempo de Jesús con la teologización de los términos “puros” e “impuros”. Estos escribas y fariseos creaban estas zonas de exclusión a partir de las leyes ceremoniales relativas a la impureza presentes en la Escritura. De ahí la fuerte exclusión de los gentiles, por ejemplo. Las iglesias cristianas, muy comúnmente, e igual que ellos, crean estas zonas de exclusión mediante el lenguaje teologizado (“los de afuera”, “los del mundo”), términos que absolutizan sin considerar la clase de persona y la espiritualidad que esta vive, aun cuando no esté vinculada al cristianismo.

¿Pero qué pensaba Jesús de este lenguaje teologizado excluyente y las consecuencias que dicho lenguaje arrastraba? Y lo más importante: ¿por qué los líderes cristianos del Nuevo Testamento teologizaron estos conceptos lingüísticos? Lo veremos en el siguiente ítem de “Acento hermenéutico”.

Emilio Lospitao

“Como Sara…; Como la iglesia…” (1 Pedro 3:1-7; Efesios 5:24).


(Textos afines: Efesios 5:21-6:9; Colosenses 3:18-4:1;1Timoteo 2:11-14).

Tal como los hagiógrafos hicieron con el convencionalismo del velo y la institución de la esclavitud, así hacen con el estatus de la mujer en la sociedad patriarcal donde viven: lo teologizan.

Como…”, “Porque…”, son las expresiones típicas que los hagiógrafos usan para teologizar las proposiciones precedentes en relación con el estatus de la mujer en la época del Nuevo Testamento.

La tutela de la mujer era una institución política milenaria del orden social patriarcal en el judaísmo y en el mundo greco-romano. Esta milenaria institución ha estado encuadrada en el orden cósmico del patriarcalismo de Oriente Medio y de toda la cuenca del Mediterráneo hasta prácticamente la Edad Moderna. En la antigüedad (también en el Israel bíblico) la mujer pasaba de la tutela del padre a la tutela del marido. En este orden cósmico, social y patriarcal, el varón libre (marido, padre y amo), ocupaba la cúspide de dicho orden (por encima de él se hallaba el ungido del dios: reyes, sacerdotes…). Al varón le seguía en rango la mujer libre en calidad de esposa y madre. Por eso el marido era “la gloria de Dios” y la esposa era “la gloria del marido” y en este orden (ver 1Cor. 11:7). Le seguían en un rango inferior los hijos y las hijas (y las concubinas cuando las había). Al último rango pertenecían los que no tenían ningún estatus (honor): los esclavos y las esclavas. Esta era la cosmovisión que se tenía del mundo y su ordenación según los rangos del estatus y del honor en la época y la latitud de la Biblia.

Los líderes cristianos, especialmente de la segunda y tercera generación, para ganarse un estatus en el mundo greco-romano, como lo había ganado, mucho antes, la sinagoga judía, aceptaron y “teologizaron” los códigos domésticos mundanos de la época.

“Como Sara…” (1Pedro 3:1-6)

La iglesia de 1Pedro está pasando por una crisis de identidad, y está siendo objeto de censura por parte de “los de afuera” (3:1,16; 4:4,14). Si bien Pablo ofrece apoyo moral a los cristianos cuyas parejas les están abandonando por causa de su fe (1Cor. 7:15-16), Pedro quiere más bien que las mujeres no solo eviten dicho abandono, sino que ganen a sus maridos incrédulos para la fe mediante el silencio testificante y una conducta irreprochable: que sus maridos no tengan ninguna ocasión de reproche contra ellas.

Para ello, el autor de 1Pedro recurre a la teologización: “Como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (1Pedro 3:3,6). El hagiógrafo ve una correspondencia entre el estatus de la mujer de su época y el estatus de la mujer de la época veterotestamentaria. Nada había cambiado en cuanto a este estatus femenino. Teologizar este estatus era normal, coherente y necesario desde el punto de vista pastoral y por causa de la situación que atravesaba la iglesia.

“Como la Iglesia…” (Efesios 5:24)

La iglesia de las Pastorales está en el proceso de institucionalización. Está dejando atrás la censura de “los de afuera” por causa del protagonismo que habían ejercido las mujeres del primer movimiento de Jesús, que era contracultural y ofendía a las gentes. Por ello, la exhortación hacia las mujeres es muy fuerte: se les insta a aceptar el estatus que su estado requiere y que impera en la sociedad: la sumisión al marido. El autor no ve otra figura mejor que se adapte a la sumisión de la mujer al marido que aquella que vincula la Iglesia con Cristo, la cual (la Iglesia) es su cuerpo y él (Cristo) su cabeza. La analogía entre el estatus de la mujer en el orden social patriarcal de la época y el vínculo entre la Iglesia y Cristo era perfecta. Teologizar este estatus de la tutela de la mujer no requería pensar mucho ni rebuscar figuras complejas:

“Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 5:24). ¡Pero el estatus de la mujer en el orden social del mundo occidental ha cambiado!

“Porque Adán…” (1 Tim. 2:13)

Una característica de la sociedad de la época del Nuevo Testamento (que persistió en el tiempo) era distinguir y valorar a las personas de forma heterogénea y heterónoma (dependiente): el esclavo, el libre, el ciudadano, el artesano, la mujer… El cristianismo primitivo (primeros escritos de Pablo), sin embargo, inauguró una singular fraternidad basada en la igualdad, lo cual desconcertaba bastante a “los de afuera”. La declaración de Pablo: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28) es una magnifica expresión del entusiasmo del rito de iniciación que pronosticaba un nuevo orden social. Pero esta expresión entusiasta del Apóstol se enfrentaba al dicho griego atribuido a Platón: “Porque he nacido ser humano y no bestia, hombre y no mujer, griego y no bárbaro”.

Obviamente, el prístino enfoque cristiano de la vida chocaba frontalmente con los valores dominantes de la época y rompía los consensos sociales (es decir, “lo que se daba por hecho”). La ruptura de los consensos sociales origina mucha desconfianza y temores entre las gentes. Esto es un fenómeno social universal y atemporal. Los cristianos, al principio, por eso mismo, estaban bajo sospechas. El hecho de que el autor de las Pastorales insista tanto en el estatus de la mujer según los códigos domésticos de la época (sumisión al hombre) es un indicador de que dicho estatus había sido anteriormente “subvertido”. Es decir, la imposición del silencio a la mujer en el entorno cúltico y la prohibición de que esta enseñe a los varones (1 Timoteo 2:11-12), implica que la mujer ha estado hablando (profetizando) y enseñando antes libremente (1Cor.11:5). Pero esas prácticas innovadoras resquebrajaban el consenso social que imponían los códigos domésticos. De ahí, las fuertes exhortaciones para adaptarse al estatus establecido según el orden social patriarcal. Y como en otros casos, este orden se teologiza. ¿Cómo teologiza el autor el estatus de la mujer? En este caso recurriendo a un midrash judío del Génesis:

Proposición: “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”

Explicación teológica: “Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión” (1Timoteo 2:13-14). Añadir que, de los dos relatos de la creación de Adán y Eva en Génesis, el autor usa el segundo, Gén. 2:18-23. El primero, Gén. 1:27, no le hubiera valido. Sobre el “transgresor”, ver Romanos 5:12 sig.

La cuestión es esta: los hagiógrafos han teologizado el estatus de la mujer según el orden social patriarcal de la época, que era universal y mundano. Para ello han recurrido a los textos que podían secundar dicho estatus para ganarse el reconocimiento institucional de la sociedad donde la Iglesia se abre camino. Es decir, eliminaron el obstáculo que les impedía ser aceptados socialmente. El tema religioso, por el cual sufrió persecución la Iglesia, es un tema diferente.

Emilio Lospitao