Enseñando en las sinagogas (Mat. 4:23)


La sinagoga que conoció Jesús

Como ocurre con el sustantivo “iglesia”, también ocurre con el término “sinagoga”. La iglesia no es el edificio, sino las personas que forman la comunidad. Así, sinagoga (con-currencia), etimológica y originalmente, significa cualquier “reunión de personas”. Pero se suele usar en referencia al edificio donde aquella se reúne. Pues bien, no existe un acuerdo entre los eruditos sobre el origen de la sinagoga como institución, pero se cree que se originó en la cautividad, como centro de reunión para la oración y la enseñanza de la Ley, en ausencia del templo. Después de la cautividad, la sinagoga se implantó en Palestina, en toda la diáspora, con el mismo propósito. Su implantación en Palestina ni suplió ni mermó la importancia y el significado del templo de Jerusalén, pero se hizo popular en cada ciudad o población con más de diez varones, requisito para su institución. En el tiempo de Jesús, la sinagoga estaba organizada por una pluralidad de “ancianos” (presbiterio) donde uno de ellos era el “principal de la sinagoga” (Marcos 5:22, 35, 36, 38; Lucas 8:49; 13:14; etc.).

El ministerio de Jesús y la sinagoga

Nazaret, donde Jesús “se había criado”, y había ejercido el oficio de “carpintero”, contaba con una sinagoga, a la que asistía habitualmente (Lucas 4:16; Marcos 6:3). Jesús debió haberse ganado un especial reconocimiento de la gente en general, y de los ancianos en particular, pues cuando regresó a Nazaret le invitaron a leer y comentar la lectura, una costumbre típica del culto de la sinagoga (Lucas 4:16; ver Hechos 13:14-15). De hecho, Jesús continuó asistiendo a la sinagoga durante su ministerio, la cual se convirtió en un lugar de encuentro donde las gentes venían a él (Lucas 4:31), especialmente buscando curación a sus enfermedades (Marcos 3:1 sig.; 6:1-6; Lucas 6:6-11; 13:10-17); y allí enseñaba también (Mateo 4:23; Marcos 1:39; Lucas 4:44). En cualquier caso, el reconocimiento que Jesús se ganó como “Maestro” (Juan usa más Rabí), de parte de los escribas, los fariseos y los saduceos (Marcos 12:13-14, 18-19 sig.; ver Juan 3:1-2), tiene como marco de referencia la sinagoga (Marcos 1:21-22), que era el lugar donde se suponía que los “ilustrados” exponían los conocimientos adquiridos (por antítesis, ver Juan 7:14 y Hechos 4:13). 

Sin embargo, es muy significativo que cuando Jesús frecuentaba Jerusalén sus actividades siempre se desarrollaran al aire libre, especialmente en los alrededores del templo, y no en alguna sinagoga (Juan 5:1 sig.; 7:14 sig.; 8:2; 10:22 sig. Mateo 26:55), aun cuando también las había (ver Hechos 6:9). Es muy probable que, a pesar de que su fama era conocida por doquier, los dirigentes de las sinagogas en Jerusalén no le invitaran a hablar por miedo a los principales sacerdotes. Recordemos que Nicodemo (un principal de ellos) “vino a Jesús de noche” (Juan 3:1-2), y que muchos en Jerusalén “no hablaban abiertamente de él, por miedo a los judíos” (Juan 7:13). 

Jesús saca la sinagoga a la calle 

Pero Jesús, a pesar de que utilizó la sinagoga como institución y como lugar físico para enseñar, trasladó esta docencia fuera de sus muros: el monte (Mateo 5:1 sig.), los alrededores del templo (Marcos 11:27 sig.) los caminos (Marcos 8:27 sig.) las casas (Marcos 2:1-2), una barca (Marcos 4:1 sig. Lucas 5:3)… Y esto, tanto a las multitudes (Mateo 15:10) como a personas individuales y sin distinción de sexo (Juan 4:7 sig. Lucas 10:38-39). Después de las sanidades de toda índole, la docencia fue la principal faceta del ministerio de Jesús, pues «para eso había venido» (Marcos 1:38). 

La enseñanza de Jesús 

Según los Evangelios, Jesús no pretendió enmarcar una nueva jurisprudencia religiosa basada en la casuística y la legalidad, como hacían los fariseos y los doctores de la ley de su época. Basta analizar las discusiones de Jesús con estos religiosos para percibir esta diferencia (Mateo 12:1-14; 23:13-26; Juan 8:1-11 y otros). La esencia de su enseñanza radicaba en sacar todo lo mejor del individuo a nivel personal e individual (Lucas 10:25-37); Jesús quería que la persona hallara la luz interior por sí mismo (Juan 8:10-11); que la vida espiritual no radicara en el simple cumplimento de preceptos legales de una nueva ley (Marcos 7:1-23), sino que se fundamentara en la autorrealización personal y en la búsqueda de la voluntad del Padre como ideal (Sermón del Monte). Los docentes cristianos de hoy deberían aprender de la metodología, la dinámica y el fin de la docencia de Jesús, y hacer lo mismo que él. La vida espiritual que surge del conocimiento del evangelio no se rige por una nueva ley, salvo la ley basada en la libertad y en el amor (Santiago 2:12; Romanos 13:8). 

Emilio Lospitao

Pescadores de hombres. Mat. 4,17


Una perspectiva exegética

En general, cuando leemos los Evangelios, debemos desechar cualquier idea que tengamos sobre alguna cronología histórica de los relatos; y, salvo excepciones, incluso del lugar exacto y la ocasión donde dichos relatos se ubican. Esta precisión no era el objetivo principal de los autores. Sobre esos detalles primaba el interés didáctico, apologético e ideológico que los evangelistas se propusieron. Si no tenemos en cuenta esta creatividad literaria e ideológica de los hagiógrafos, perdemos la perspectiva de la narrativa teológica de los Evangelios. Lo importante de los relatos evangélicos no es el detalle de cómo y dónde ocurrió, sino lo que el evangelista quiere transmitir a sus lectores. Y nada de esto resta veracidad e importancia a sus contenidos. Aun cuando Juan nos dijo cómo, cuándo y dónde Jesús conoció a los primeros discípulos (Juan 1:35-51), no obstante, los autores de los Sinópticos quieren ubicar este primer encuentro entre Jesús y los primeros discípulos en la orilla del mar de Galilea, lugar natural del trabajo de ellos, que eran pescadores. Ya dijimos que los Evangelios sinópticos sitúan el principio del ministerio de Jesús en Galilea. La narrativa de Marcos es sumamente pintoresca, casi artística: “andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y Jesús les dijo: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:16-17). Mateo, que copia a Marcos, dice lo mismo. Lucas, sin embargo, sitúa este llamamiento formal de los discípulos en el contexto de una pesca “milagrosa” (Lucas 5:1-11), que los otros evangelistas omiten, lo cual no deja de ser extraño. Pero no olvidemos el aspecto creativo de los autores.

El escenario de los hechos

Si esto ocurrió así, tal como lo describen los Sinópticos, la relevancia del relato radica en el lugar geográfico, el lago de Galilea, y en la profesión de ellos, pescadores. La lectura de Lucas añade una nota casi dramática, pues después de lo sucedido [“encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían”], Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:6-8). 

Así pues, el mar de Galilea, los pescadores en el fragor de su trabajo (frustrados por una pesca infructuosa después de haber estado toda la noche faenando) y el mandato de echar una vez más las redes en el agua, “en su palabra”, vienen a constituir los elementos de una presentación didáctica y motivadora para los cientos de evangelistas, muchos de ellos itinerantes, contemporáneos de los hagiógrafos. Lucas, además, les conmina a “echar las redes” confiando “en su palabra”, lo que viene a ser una parábola de la actividad misionera, donde Jesús no sólo es el objeto que se proclama, sino el sujeto cuya presencia dinamiza activamente la proclamación (Hechos 14:3; 16:14). 

De pescadores a discípulos 

La frase «os haré pescadores de hombres» conlleva dos estadios cronológicos: primero, de pescadores a discípulos y, después, de discípulos a pescadores. ¡La metáfora perfecta! 

La frase en cuestión, en el momento histórico en el que los evangelistas la ubican, apenas pudo ser entendida por los discípulos. Pero los hagiógrafos, cuando escriben este relato, quieren hacer vívida esta experiencia. Este llamamiento formal fue el inicio de una decisión cada vez más comprometida con Jesús y con su obra: “dejando al instante las redes, le siguieron” (Mateo 4:20), “Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Marcos 1:18),”Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). ¡Le siguieron! ¡Ésta es la idea principal y culminante del relato! Dejaron la pesca para convertirse en discípulos. El discipulado cristiano tiene como seña de identidad básica el seguimiento, no a una religión, cualquiera que esta sea, sino a una persona: Jesús, el Hijo de Dios. Seguimiento que se expresa mediante una fe personal y comprometida.

De discípulos a “pescadores”

En la reflexión anterior enfatizamos la expresión “le siguieron” como un preámbulo del discipulado que se intuye. Los Sinópticos señalan el compromiso que supuso “dejar las redes” para seguir a Jesús y convertirse en discípulos del Maestro como fueron antes, quizás, de Juan el Bautista (Juan 1:35-42). La frase “os haré pescadores de hombres” sugiere un proceso en el tiempo. Un proceso marcado por, al menos, cuatro hitos en relación con la persona y el ministerio de Jesús durante algo más de dos años: a) La elección de los doce como apóstoles (enviados), de entre un grupo de discípulos numéricamente mayor (Lucas 6:13 y par.); b) El episodio en Cesarea de Filipo, donde reconocen a Jesús como el Hijo del Hombre – el Cristo (Marcos 8:27-30 y par.); c) La incomprensión de la anunciada pasión y muerte del Hijo del Hombre, mientras se dirigían a Jerusalén (Marcos 8:31; 9:30-32; 10:32-34, y par.); y d) El testimonio de la resurrección (Lucas 24:45-49). Este proceso, especialmente en su última fase, marcó decisivamente el paso de discípulo a “pescadores de hombres”. Proceso que viene a ser, simbólicamente, una “guía curricular” que todo candidato debería conocer, sentir, vivir… antes de comenzar a trabajar formalmente en el ministerio cristiano. El ministerio cristiano, aun cuando requiere de una formación académica, como cualquier otra profesión, debe ser prioritariamente una vocación de fe. 

Misión vs proselitismo

Cuando profundizamos en el sentido de la frase «os haré pescadores de hombres» (desde el mensaje y la praxis de Jesús), percibimos la vulgaridad que el concepto “evangelizar” ha adquirido en el entorno de los diversos y diferentes grupos religiosos (con muy pocas excepciones). Cada uno de estos grupos religiosos tiene como meta “enrolar” a su propio grupo a todos cuantos pertenecen a cualquiera de los demás. A esta actividad la denominan “evangelizar” y al resultado logrado “conversión”. Normalmente, esta actividad “misionera” viene caracterizada por un ilusorio exclusivismo. Creen que hay que “convertir” al otro simplemente porque no “cree” y “practica” las “mismas cosas” y de la “misma manera” que ellos. Esto es simple proselitismo. No tiene nada que ver con “pescar hombres” para el reino de Dios. 

Jesús no hizo proselitismo 

Jesús no pretendió nunca “convertir” a nadie para que formara parte de «su grupo» simplemente porque sus oyentes pertenecieran a alguno de los diferentes grupos religiosos, políticos o ideológicos de su tiempo, ya fueran saduceos, fariseos, esenios, zelotes… los cuales defendían puntos de vistas teológicos e ideológicos diferentes entre sí (Marcos 12:18 sig. Hechos 23:6 sig.). Cuando Jesús cuestionó la permanencia en el grupo que él lideraba, lo relevante no era el «grupo» como tal, sino seguirle a Él o no seguirle (Juan 6:66 sig.). Por el contrario, lejos de «agrupar» a las personas (cosa que nunca hizo), Jesús instó a que cada una de ellas, de manera particular, independientemente de la adhesión a cualquiera de esos grupos, buscara al único Dios vivo y, en cada situación de la vida, el “reino de Dios y su justicia”. El mejor botón de muestra es el Sermón del Monte. Es muy significativo que Jesús criticara la labor «misionera» que realizaban los fariseos (Mateo 23:15).

Como es también significativo que Jesús señalara la prioridad de la espiritualidad que supone una relación personal con el Dios único por encima del “compromiso” con un lugar físico, como era el templo de Jerusalén (con su sacerdocio y sus rituales), o con el monte Gerizim (centro de adoración samaritano), porque los verdaderos adoradores, según Jesús, podían relegar el acaparamiento que supone cualquier símbolo religioso y la exclusividad que exigen sus administradores (Juan 4:21-24). Es decir, cualquier «conversión» tiene que ver primero y esencialmente con la espiritualidad personal, intransferible y genuina. El énfasis que muchos líderes religiosos ponen en la «pertenencia» al «grupo» (léase iglesia o denominación), en la observancia de los rituales y ceremonias religiosas y en la asistencia a las reuniones ordinarias o extraordinarias, como «señal» de fidelidad, es una subversión del mensaje de Jesús. Lejos de hacer proselitismo deberíamos gastar nuestras energías en que las personas encontraran al único Dios en sus vidas y vivieran una fe de confianza en Él. Que luego deseen reunirse con nosotros será una simple consecuencia (Hebreos 10:24-25). Ser religioso es una cosa, ser cristiano (nuevo hombre/mujer), es otra.

Dos equívocos muy comunes

Dos equívocos nos conducen a perder la perspectiva misionológica de la iglesia: a) La extrapolación que hacemos de los textos bíblicos relacionados con la misionología de la iglesia primitiva, y b) El ilusorio concepto exclusivista de nuestra particular misión (creer que somos los únicos cristianos verdaderos). 

La extrapolación nos lleva a tratar a nuestra audiencia (que pertenece, la mayoría de las veces, a nuestra misma cultura cristiana) como si fueran aquellos gentiles ignorantes del Dios «desconocido» (Hechos 17), o aquellos judíos que desconocían la llegada del Mesías prometido (Hechos 13:13-52). Olvidamos que muchas de las personas que componen nuestra audiencia son “cristianas”, aunque de diferente educación religiosa. Hablamos de “convertirlas” como si ellas no conocieran el evangelio y al Señor del evangelio. Otra cosa es que esas personas, posibles cristianos nominales (pertenezcan a la familia cristiana que pertenezcan), necesiten oír, entender y aceptar el evangelio. 

El concepto ilusorio de exclusividad consiste en la sinrazón de creer que porque entendemos y practicamos las cosas de diferente manera, ellos son los equivocados y, por estar equivocados, están “perdidos” eternamente. Jesús dijo: “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). 

Cuando nuestro celo misionero consiste solamente en que las personas cambien de «grupo religioso», entonces hemos degradado el sentido de la proposición de Jesús: «os haré pescadores de hombre». Al menos en el ámbito cristiano, cualquier cambio de grupo religioso debe ser en última instancia una consecuencia de haber “encontrado” al único y verdadero Dios en la conciencia del ser y haber entendido el significado y el alcance de la obra redentora del Hijo de Dios. Cambiar de familia religiosa no nos salva.

“Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”

Esta fue la respuesta de Jesús a sus discípulos cuando estos le advirtieron que había «uno» que en su nombre echaba fuera demonios, pero luego no los seguía (Marcos 9:38). ¿Quién sería aquella persona? ¿Cómo es posible que hubiera alguien que en el nombre de Jesús hiciera exorcismos y luego no siguiera al Maestro, ni siquiera tuviera algún contacto con el «grupo»? Es probable que este relato sólo sea una evocación en pasado de una experiencia del presente histórico de la comunidad a la que escribe el evangelista. Es decir, desde la perspectiva religiosa de la comunidad de Marcos, ya viciada, la advertencia tuviera cierta lógica, como la puede tener para nosotros, que pertenecemos cada uno a una comunidad distinta y diferente. Pero la respuesta de Jesús debió de ser desconcertante para los discípulos. ¡Jesús siempre desconcertó con lo que hizo y con lo que dijo! Pero él hizo y dijo siempre bien todo. Nuestro desconcierto, como el de los discípulos, delata nuestra estrechez de miras y descubre la pobreza de nuestra lógica, sobre todo religiosa.

Pescar a quién y para qué 

El ser humano puede vivir alienado en un mar de ignorancia y alejado del conocimiento del único Dios (Hechos 26:17-18); “pescarlos” significaría sacarlos de esa alineación; pero esto es mucho más que simplemente practicar una religión, no importa que cuál sea. “Os haré pescadores de hombres” debe querer decir: os habilitaré para que reconciliéis a las personas con el Dios vivo, para que les enseñéis a buscar el reino de Dios y su justicia en las diversas experiencias de la vida, para que los capacitéis a realizarse en los propósitos prístinos del Creador, para que les motivéis a tratarse unos a otros como hermanos e hijos de un mismo Padre… Esto es mucho más que enrolar personas a nuestro particular grupo religioso. 

Emilio Lospitao

Capernaum, centro de operaciones – Mat. 4:12 sig


Capernaum («aldea del consuelo») fue habitada desde la época helenística y estaba situada en la ribera noroeste del lago Genesaret (Mar de Galilea), a unos 4 km de la desembocadura del Jordán en el citado lago. Capernaum fue la ciudad de Jesús; Mateo dice resueltamente que Jesús «dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaum» (Mateo 4:13; ver 9:1). Aquí realizó tantos milagros que Jesús selló aquella frase de: «porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy» (Mateo 11:23). 

¿Por qué eligió Jesús Capernaum y no Jerusalén? Entre diversas probabilidades podemos destacar tres: 

Primera, un alejamiento deliberado del centro religioso judío. En Jerusalén Jesús hubiera encontrado muchos obstáculos a su ministerio, originados por los líderes religiosos. De hecho, en Jerusalén sólo encontró oposición y disputas con ellos cuando asistía a las fiestas (ver Juan 2:13 sig.; 5; 7-8; 10:22 sig. y 11). Por otro lado, Jerusalén era el lugar donde los profetas terminaban siendo mártires (Mateo 23:37; Lucas 13:33). Desde el punto de vista de los Sinópticos, Jesús miraba a Jerusalén como la conclusión de su ministerio (Marcos 10:33-34). De ahí, esa frase lapidaria de Lucas: «cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén» (Lucas 9:51).

Segunda, una aproximación deliberada hacia las gentes más marginadas y pobres de Palestina. Los galileos fueron sistemáticamente subestimados por los de Judea desde la división del reino y particularmente desde la cautividad asiria (Isaías 9:1-2; Mateo 4:12-17; Lucas 13:2; Juan 7:41, 52; etc.). Galilea era también donde más gente rural había, y sus gentes vivían de manera muy precaria (Juan 6:5, 26). Jesús apostó por «los pobres y los quebrantados de corazón» (Lucas 4:16-19).

Tercera, el lugar más idóneo para desarrollar el ministerio que Jesús pensaba llevar a cabo. También, quizás, porque la mayoría de sus discípulos residían en las proximidades del lago: Pedro, Andrés y Felipe eran originarios de Betsaida, pero residían en Capernaum (Juan 1:44; Marcos 1:16).; Natanael era de Caná de Galilea (Juan 21:2); Juan, Jacobo y Mateo, de Capernaum (Marcos 1:19-20; Mateo 9:1, 9).  El único que no era galileo fue Judas iscariote (ver Hechos 2:7). 

Galilea era también el lugar idóneo para apartarse a lugares solitarios, en las verdes campiñas del noroeste de la región, donde Jesús se retiró repetidas veces con sus discípulos para descansar: proximidades de Betsaida (Lucas 9:10), al norte en Tiro y Sidón (Mateo 15:21) y en la región de Cesarea de Filipos, entre el lago y el monte Hermón (Marcos 8:27). 

Emilio Lospitao

¡No tienen vino! – Juan 2 + apología


Los Evangelios sinópticos ubican el principio del ministerio de Jesús en Galilea (Mateo 4:12-17; Marcos 1:14-15; Lucas 4:14-15), pero Juan nos ofrece la valiosa información del enrolamiento de los primeros discípulos, esporádicos seguidores de Juan el Bautista, en Judea: Andrés y su hermano Pedro; Felipe y Natanael (Juan 1:35-51). «Al tercer día», dice este evangelista, tuvo lugar una fiesta de bodas en Caná de Galilea, quizás de algún amigo o pariente de Jesús. Llegaron, pues, a Caná y fueron invitados Jesús y sus discípulos. Allí encontraron a María, su madre (Juan 2:2). 

«Se hicieron unas bodas» 

Juan tiene mucho interés en escribir la crónica de esta boda, porque fue en ella donde Jesús hizo su primera «señal» convirtiendo el agua en vino; la segunda «señal» fue la curación del hijo de un oficial del rey (Juan 4:46, 54). En cualquier caso, Juan dice que «este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea (Juan 2:11). 

Los Evangelios no hacen ninguna referencia de que Jesús alguna vez se riera; pero es imposible imaginar a un hombre al cual los niños se acercaban, y se dejaban acariciar por él, si ese hombre no les recibe con una sincera sonrisa en sus labios, ¡imposible! (Marcos 10:13-16). Jesús debió de haber sido un hombre sumamente optimista y, por lo tanto, alegre, abierto, sociable…

Por otro lado, los evangelistas no temen presentar a Jesús en un entorno de banquetes y fiestas, con toda clase de personas; fiestas y personas a las cuales Jesús no sólo aceptaba (Lucas 7:34; 11:37; Marcos 2:16), sino que además les devolvía el convite: «Este a los pecadores recibe, y con ellos come» (Lucas 14:12; 15:2). ¡Lo cual es un argumento de la veracidad de estos relatos!

Jesús se transfiguró una vez mostrando su gloria celestial en lo alto de un monte, tras lo cual mandó a sus discípulos «que a nadie dijesen lo que habían visto» (Marcos 9:9). La religión, después, le volvió a «transfigurar» (desfigurar) y desde entonces hemos perdido al verdadero Jesús, el que se juntaba con los «pecadores y los publicanos». ¡Jesús era un hombre acostumbrado a las fiestas!

«No tienen vino» 

¡Qué tragedia! ¡No tienen vino! Pero María, y todos los que estaban presentes, y más aún la familia de los novios y estos mismos, sabían que sí era una «tragedia». La petición angustiosa de María así lo sugiere, y el único que podía resolver aquella «tragedia» era su hijo Jesús. Quizás estuvo fuera de lugar (“¿qué tienes conmigo, mujer?”), pero Jesús se puso en el lugar de los novios y, después de un instante de vacilación, accedió a la súplica de la madre, quien, confiada, dijo a los sirvientes: «haced todo lo que os dijere». 

La prisa de Juan por relatar este suceso radica en el «milagro», que él llamará sistemáticamente «señal» en su Evangelio (Juan 2:18; 4:54; 6:14, 30; 10:41; 12:18); pero detrás del milagro subyace el lado humano, amable y empático de Jesús: se había acabado el vino y sin vino la fiesta de bodas terminaba abruptamente, antes del día previsto, y ahí radicaba la «tragedia». ¡La mentalidad de algunos exégetas, en especial americanos, no pueden entender que en la cultura mediterránea, antes y ahora, una fiesta no es posible sin vino! (Ver más adelante en la apología).

No tenemos nada en contra del puritanismo bien entendido, que tanta templanza, sobriedad y moderación ha aportado al estilo de vida cristiano, especialmente en períodos de relajamiento moral de la sociedad. Pero sí contra ese pseudopuritanismo que quiere convertir la vida cristiana en una gris y melancólica experiencia. 

«Llenad esas tinajas de agua» 

¡Llenad esas tinajas de agua!, dijo Jesús. ¿Para qué? Para convertir el agua en vino, para que la fiesta llegue hasta donde tiene que llegar, para que el gozo de los novios no se convierta en una pesadilla de frustración y vergüenza… 

¿Por qué tus discípulos no ayunan?, le preguntaron una vez a Jesús. Este les contestó: ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? (Marcos 2:18-19). Ese “ayuno” en el contexto social de Palestina era la privación absoluta tanto de comida como de bebida. Las fiestas de bodas judías duraban una semana. Siete días de alegría, de gozo… acompañando a los novios. El vino era uno de los componentes que hacían posible dicho regocijo. 

¡Jesús no quiso «aguar» la fiesta, por cariño, por solidaridad, por empatía hacia los novios! ¡No hay un relato más humano y lúdico de la vida de Jesús como este! ¡Esta es la otra cara –desconocida– del Jesús de los Evangelios! 

ANEXO (Apología)

El vino en la vida cotidiana en el Antiguo Testamento

Algunos exégetas de las Iglesias de Cristo consideran que tomar alcohol es “pecado”, cualquiera que sea la cantidad o naturaleza del mismo. Exponemos este tema con todo el respeto hacia las personas que tienen a bien la abstención total de cualquier bebida alcohólica, lo cual elogiamos sinceramente. No obstante, creemos que una cosa es abstenerse de tomar bebidas alcohólicas por considerar que es dañino para la salud cuando se toma en exceso y otra muy diferente la criminalización moral de la ingestión de dicha bebida. Estamos convencidos de que la Biblia advierte de las consecuencias del abuso del alcohol, pero no existe ninguna condena por tomarlo en cantidades adecuadas según las personas.

La Biblia no teme hablar del placer que procura el vino. Un banquete era denominado “misteh” por eufemismo, o sea, “libaciones”. Antes que el salmista dijera que “el vino alegra el corazón del hombre” (Salmo 104:15), ya era poéticamente evocado en la época de los jueces con el mismo sentido: “y la vid le respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9:13). Se exalta la calidad de los vinos de Hesbón, Sibma, Eleale, Líbano y Helbón (Isaías 16:8-10; Jeremías 48:32; Oseas 14:7; Ezequiel 27:18). El vino era un don de Dios (Oseas 2:8-9) y una señal de su bendición (Joel 2:23-24). El vino formaba parte de los elementos del diezmo y como ingrediente de la fiesta de las primicias (Deut. 14:22-26). El vino fue usado como libación en el culto a Dios (1Samuel 1:24; 10:3), estaba presente tanto en los festines como en las simples comidas (Job 1:18; Proverbios 9:1-5), y la falta del mismo figura entre las carencias que acompañaban a la desolación por el juicio de Dios (Isaías 24:6-9). El vino formaba parte de los elementos del diezmo y como ingrediente de la fiesta de las primicias.

Términos para referirse al vino

Yayin es el término empleado habitualmente para designar el zumo fermentado de la vid (141 veces en el AT). Esta palabra está emparentada con el vocablo indoeuropeo (griego) “oinos” (en latín “vinum”; alemán “wein”; inglés “vine”; español “vino”).

Sekar es un vocablo semítico que designa toda suerte de bebidas fermentadas; además del vino, otras bebidas alcohólicas obtenidas con la fermentación de la cebada, los dátiles, las granadas, el vino de palma y el zumo de manzanas (1Samuel 1:15; Levítico 10:9; Proverbios 31:4-5). Esta palabra aparece sólo una vez para indicar la libación de vino en la ofrenda diaria (Números 28:7).

Tiros es una palabra de etimología incierta que parece haber designado propiamente el mosto, el zumo de uva recién obtenido y no fermentado (Deut. 7:13; 11:14; 18:4; Jeremías 31:12; Génesis 27:28)

Hémer un vocablo corriente del arameo que indica el vino en cuanto producto fermentado, puesto que su raíz significa fermentar (Esdras 6:9; 7:22; Daniel 5:1-2; Deuteronomio 32:14).

Metáfora y simbolismo del vino

Metafóricamente, para anunciar los castigos de Dios a su pueblo infiel, los profetas emplean a veces la imagen de una mala vendimia (Amós 5:11). Con frecuencia, el juicio de Dios se expresa con la imagen de una copa de vino (Jeremías 25:15). Como contrapunto, con el vino también se expresa la plenitud de la dicha mesiánica (Joel 2:23-24; 3:18; Amós 9:13; Zacarías 10:7).

(Enciclopedia de la Biblia. Segunda Edición, 1969. Ediciones Garriga. S.A. Barcelona).

La abstinencia como excepción

La abstinencia de los recabitas (Jeremías 35) no se debía tanto a la temperancia, sino al estilo de vida nómada hostil a la vida ciudadana. Por otro lado, la abstinencia de los nazareos podía ser temporal o definitiva según fuera su voto; además, durante el tiempo que duraba el voto, no podían comer ni siquiera uvas frescas ni secas (Números 6). Juan el bautista era abstemio por su voto nazareo (Lucas 1:15), pero no lo fue Jesús (Lucas 7:33-34).

¿Es pecado tomar alcohol?

Todo el mundo tiene en mente la imagen típicamente estadounidense de la botella envuelta en una bolsa de papel mientras el consumidor bebe de ella o la lleva por la vía pública: está prohibido por ley exhibir recipientes de bebidas alcohólicas, incluso en su propio jardín si da acceso a la calle.

El concepto “pecaminoso” de tomar alcohol que existe entre las iglesias, especialmente fundamentalistas de Norteamérica (y por extensión las iglesias fruto de las misiones norteamericanas), entre ellas las Iglesias de Cristo objeto de este estudio, tiene su raíz sociológica en la ley seca estadounidense. El sólo hecho de probar cualquier bebida alcohólica, como el vino, está considerado “pecado”. Este concepto “pecaminoso” del alcohol conllevó la idea de que la mención del vino en la Biblia tenía dos connotaciones muy claras y diferenciadas: a) El mosto fermentado (con alcohol) que está asociado siempre con todo lo negativo y pecaminoso de la conducta humana; y b) El mosto no fermentado que, según los exégetas de estas iglesias, fue el “fruto de la vid” que Jesús usó en la celebración de la pascua judía y en la cual instituyó la “Santa Cena” (Lucas 22:7 sigs.). Además, este mosto fue el “buen vino” resultado del milagro que Jesús realizó en las bodas de Caná (Juan 2:1-11). Es obvio, por lo tanto, que todos los relatos bíblicos en los cuales Jesús tiene alguna relación con el vino no pudo ser otra cosa que mosto sin fermentar, pues Jesús no pudo haber tomado bebidas alcohólicas (porque es imposible que Jesús “hubiera pecado”).

El término griego que encontramos en el Nuevo Testamento para referirse al vino o mosto es “oinos», 25 veces, y una sola vez “gleukos”, ésta en Hechos 2:13. Pero no vamos a realizar un análisis semántico de los términos, sino contextual.

Para el objeto de esta apología nos interesa considerar los siguientes textos.

Juan 2:3, 9-10

«Y como faltó el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino […] y cuando el encargado del banquete probó el agua ya hecha vino, y no sabía de dónde venía (aunque los sirvientes que habían sacado el agua sí lo sabían), llamó al novio y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino; y cuando ya han tomado bastante, entonces saca el inferior. Pero tú has guardado el buen vino hasta ahora».

Dos observaciones hemos de hacer sobre este texto:

En primer lugar tenemos que leer este relato en el contexto de las fiestas de bodas en los tiempos de Jesús en Palestina. En estas fiestas de bodas, primero se ofrecía a los invitados el vino bueno, que era el vino curado, como se entiende en la vinicultura mediterránea desde tiempos inmemoriales; luego, cuando la gente no distinguía bien la calidad del vino (por estar casi ebrias), se les ofrecía un vino inferior y más barato (costumbre que no ha cambiado).

En segundo lugar, el punto de interés de este milagro radica precisamente en la calidad de los dos vinos: el que habían estado bebiendo, que se acabó, y aquel que fue el resultado del milagro, que fue superior en calidad al primero.

Ahora bien, un vino es superior en calidad cuanto más añejo es; por lo tanto, en aquella época, como en la nuestra, se trataba de un “vino fermentado”. Si no es así, no es “buen vino”.

Decir que el mosto recién sacado de la uva es «mejor vino» que el fermentado, es ignorar la vinicultura mediterránea actual y la del tiempo de Jesús.

1Timoteo 3:3, 8; Tito 1:7 y Tito 2:3.

«no dado al vino; no violento, sino amable; no contencioso ni amante del dinero.»

«No dado al vino»

No significa que la persona tenga que ser totalmente abstemia, sino que sea prudente cuando tome bebidas alcohólicas. 1 Timoteo dice: “no dados a mucho vino”; esto significa que pueden tomar cierta cantidad de vino, pero no “mucho”. Y Tito 2:3, referido a las mujeres, dice que no sean “esclavas del vino”; es decir, que no tengan dependencia del vino.

Dos observaciones de interés:

Primera, los textos citados más arriba llevan implícito que se trata de mosto “fermentado”. ¿Qué sentido tiene exhortar a que no sea «dado al vino”, o que no sean “esclavos del vino”, si se trata de simple e inocuo mosto sin alcohol? ¿Hay algún pecado en tomar mucho mosto, o mucho zumo, de cualquier fruto, o Coca Cola? Tomar «mucho» zumo, de lo que sea, puede hacer daño como puede hacerlo el abuso de cualquier otra ingestión, ¿por qué exhortar específicamente sobre el «mosto»? ¡Porque «este» mosto tenía consecuencias por causa del alcohol!

Segunda, no obstante de que se trata de mosto con alcohol, no se prohíbe radicalmente tomarlo ni se condena como “pecado”. La exhortación es oportuna por causa del mal uso que se puede hacer de él; se trata de evitar que los siervos y las siervas de Dios se excedan en el uso del vino y se embriaguen. La Biblia advierte de las consecuencias del exceso del alcohol, pero no condena beberlo. Cómo y cuánto beber está en la responsabilidad y la discreción de quien lo toma.

Emilio Lospitao