«Porque les enseñaba como quien tiene autoridad…» (Mateo 7:29)


Con estas palabras culmina el llamado “Sermón del Monte”, que sólo narran Mateo, que lo expone de forma unificada, y Lucas, que ubica las enseñanzas del Sermón de manera discrecional a lo largo de su obra. El hecho de que sólo estos dos evangelistas incluyan este material, que pertenece además a las “enseñanzas de Jesús”, se atribuye al documento “Q”, de la teoría documental de las fuentes de los Sinópticos.

Una de las particularidades de Jesús, como maestro, es que no se ajustaba a la costumbre de los rabinos de su época, los cuales se limitaban a interpretar la Ley y las tradiciones de sus ancestros para aplicarlas a las diversas circunstancias de la vida. Estos citaban a infinidades de sabios judíos para respaldar sus propias enseñanzas, que solían ser casuísticas. Nunca un rabino de la época de Jesús –y de ninguna otra época– se hubiera atrevido a decir: “ya sabéis que se dijo a los antepasados…; pero yo os digo” (Mateo 5:1 ss.). Jesús no explicaba los textos sagrados, que tanto veneraban los maestros religiosos (especialmente los fariseos) junto a las tradiciones, sino que exponía su mensaje, el reino de Dios, el evangelio (la buena noticia), con su propia autoridad, recurriendo a las experiencias diarias del vivir humano. Una manera de comenzar sus discursos era: “de cierto, de cierto, os digo” (cien veces en los Evangelios).

De la autoridad moral nace la libertad. Jesús se sintió libre para predicar el “reino de Dios”, presente en su persona y en su enseñanza, las cuales muestran la gratuidad de la misericordia de Dios, especialmente para los más débiles, como los pobres, los mutilados, los enfermos, los “pecadores”, en definitiva, los desheredados de la sociedad. 

Y desde esa libertad denunció el pecado que permeabilizaba las diversas clases sociales, como la injusticia de los ricos (Lucas 6:24-25; 12:13-21; 16:19-31); la soberbia de los líderes religiosos, que conocían y predicaban la voluntad de Dios, pero no la cumplían, además de que imponían cargas pesadas al pueblo sencillo sin ayudarlo a liberarse (Mateo 23:4). Desde esa libertad que otorga la autoridad moral, Jesús censuró la visión legalista de la vida (Mateo 23:23-24; Lucas 11:42), las prácticas religiosas hipócritas, al servicio de la vanidad personal (Mateo 6:1-18), la enseñanza de la religión basada en los méritos personales (Lucas 18:9-14; 15:11-32; Mateo 20:1-16) y en el desprecio a los sencillos, incultos y “pecadores” (Mateo 21: 31). 

Y desde esa libertad que otorga la autoridad moral, Jesús desafió a las normas de convivencia y los prejuicios de los piadosos: aceptó la compañía de personas de baja reputación, de fama sospechosa, ignorantes, prostitutas, publícanos, “pecadores”. Jesús comió con ellos, se sintió solidario con ellos, celebró ya anticipadamente con ellos la fiesta final y se atrevió a ofrecerles el perdón de Dios sin exigirles antes una previa penitencia (Marcos 2:1-12; Lucas 7:36-50; 19:1-10). Es cierto que sus palabras y su actitud provocaban incomprensión (Lucas 15:1-2); a veces, indignación (Lucas 19:7; Mateo 20: 11); otras, injurias (Mateo 11: 19); y hasta blasfemia (Marco 2:7). Todo ello porque se atrevió a proclamar el perdón y la misericordia de Dios con fe y con libertad frente a toda clase de presiones: “En verdad os digo, los publícanos y las prostitutas llegan antes que vosotros [los religiosos] al reino de Dios” (Mateo 21:31). 

El resultado de esta manera de ser y de actuar de Jesús, fue que muchas personas, hombres y mujeres, cambiaron su manera de actuar y de ser (Lucas 7:36-50; 19:1-10; etc.). ¿Habrán entendido bien el mensaje de Jesús algunos predicadores? 

Emilio Lospitao

Lo que no es lícito (Mar. 2:23-28)


Éste es uno de los breves relatos que componen la parte introductoria del Evangelio de Marcos. El autor ya ha dicho al comienzo de su obra que lo que sigue es el “principio del evangelio de Jesús”; es decir, el comienzo de la “buena noticia” de Jesús. El término “Evangelio”, en el sentido que hoy le damos para referirnos a la narrativa de los evangelistas, todavía no se conocía como tal; Marcos usa esta palabra en el sentido genérico del término griego, que significaba “llevar una buena noticia a alguien” (en el judaísmo, por ejemplo, comunicar al padre que le ha nacido un hijo varón – ver Jeremías 20:15). Pues bien, en los primeros siete capítulos de su obra, Marcos escenifica en qué consistía la buena noticia de Jesús, en la cual se ubica nuestro relato.

EL HECHO QUE PROVOCÓ LA HISTORIA DEL RELATO

En un día de reposo, sábado, Jesús caminaba con sus discípulos junto a un sembrado del cual estos cogieron algunas espigas para comer. Los fariseos, testigos de esta acción, les reprochó a Jesús: ¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito?

Cualquier día de la semana hubiera sido lícito coger algunas espigas para comer, sin usar una hoz (Deuteronomio 23:25); pero esto lo estaban haciendo en sábado, y en este día estaba terminantemente prohibido hacer algún trabajo. Los rabinos habían clasificado los trabajos en treinta y nueve categorías diferentes, a los que llamaban «los trabajos padres», cuatro de los cuales eran segar, aventar, trillar y preparar una comida. Estos fariseos estaban acusando a los discípulos de Jesús de haber quebrantado esas cuatro prohibiciones. Para estos religiosos, quebrantar el sábado era una cuestión de vida o muerte (ver Éxodo 31:14-15).

JESÚS LES HABLÓ EN SU PROPIO IDIOMA

El perfil de las personas religiosas, en especial las fanáticamente religiosas, es igual en cualquier latitud del mundo, de cualquier religión y de cualquier época: funcionan a golpes de textos sagrados; en el fundamentalismo cristiano, la Biblia. Los fariseos de nuestro relato estaban, indirectamente, citando la Escritura cuando le dijo a Jesús: “no es lícito”. Jesús respondió a estos fariseos con una historia “bíblica” (¡un texto sagrado!), según la cual un sacerdote, a falta de pan común, había ofrecido a David (un fuera de la ley en aquel momento) el pan de la proposición (1 Samuel 21:1-6), que era un pan sagrado (Éxodo 25:23-30). Además, porque era un pan sagrado, cuando se cambiaba cada semana, debía ser comido por los sacerdotes y por nadie más, según una indicación divina (Levítico 24:5-9).

ALGUNAS ENSEÑANZAS DE ESTE RELATO

Primera, que lo verdaderamente “sagrado” no es el día cuando se adora a Dios (sea un viernes, un sábado o un domingo, días señalados por las religiones del Libro), sino el hombre, ¡y esto ya era –y es- una buena noticia! ¡Las personas son más importantes que las normas!

Segunda, que el testimonio cristiano no consiste en “dejar de hacer cosas” en un día particular, aun si se trata de un día “sagrado”, sino en “hacer cosas buenas» en cualquier momento, no importa qué día sea.

Tercera, que el testimonio cristiano es una cuestión de oportunidades; y éstas están fuera del control de nuestra agenda. Debemos “estar” donde están las necesidades y responder ante ellas según nuestras posibilidades: ¡El Buen Samaritano! (Lucas 10:25-37).

Cuarta, que en el servicio a Dios cuentan las prioridades. En la historia de David la prioridad era el sustento de una persona hambrienta, aunque para alimentarla hubiera que coger el «pan sagrado», que solo un sacerdote podía comer… ¡quebrantando con ello el mandamiento divino!

Quinta, que es buena noticia aquello que libera al ser humano de cualquier clase de legalismo, sobre todo si es religioso, porque éste niega la razón de ser del evangelio, que es por principio liberador. Y es buena noticia porque todo lo que libera dignifica al ser humano.

Emilio Lospitao

«Tu hermano resucitará» (Juan 11:1-44)


En el mundo tendréis aflicción

Después del relato de la mujer viuda que llevaba a enterrar a su único hijo (Lucas 7:11-17), no hay otro que imprima más carga emocional que el encuentro de las hermanas María y Marta con Jesús, después que el hermano de estas mujeres, Lázaro, hubiera muerto (Juan 11); sólo es superado por la agonía anímica del mismo Jesús, en el huerto de Getsemaní (Marcos 14:32-42 y par.).

Lázaro, su amigo, ha muerto 

Según los Evangelios, Jesús tuvo muchos discípulos; en alguna ocasión pudo comisionar a 70 de ellos, de dos en dos, a predicar por Palestina (Lucas 10:1-12); pero de los amigos que tuviera, a penas se dice que fue esta peculiar familia compuesta por tres hermanos: Lázaro, María y Marta, residentes en Betania, una pequeña aldea situada en el lado oriental del Monte de los Olivos, a 3 km de Jerusalén. La casa de esta familia había sido el hogar esporádico de Jesús durante sus visitas a Jerusalén (Lucas 10:38-42; Juan 12:1-8). El lazo emotivo-filial que unía a Jesús con Lázaro queda patente por la expresión que las hermanas usan para darle el aviso de que su hermano estaba enfermo: “Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:3). Pero Jesús –el Jesús de los Evangelios– no llegó a tiempo. No quiso llegar a tiempo. Aquella muerte sería para “la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”, aclara el evangelista Juan desde la distancia del tiempo (Juan 11:4). 

Jesús lloró

Todos los funerales, en el fondo, son idénticos: El dolor, la tristeza y las lágrimas inundan el espacio mortuorio durante un tiempo indefinido. Este espacio de aflicción aún estaba vivo cuando Jesús llegó a la casa del difunto que él amaba. Marta, y luego María, entonaron el mismo estribillo de claro reproche: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto…”. Al reproche de la primera, Jesús respondió: “Tu hermano resucitará”. Ante el de la segunda, estremecido en espíritu, “Jesús lloró” (Juan 11:21-23, 32-35). El Jesús de los Evangelios lloró con los que lloraban, sufrió el dolor de los que sufrían… y [en Getsemaní] vivió en su propia carne la desesperanza de los que se sienten desamparados: “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera…” (Mateo 26:37). 

El alma

La tradición cristiana ha venido dando carta de naturaleza el “alma” como un ente pensante, consciente, en algún lugar tras la muerte. La fe vulgar tiene puesta su esperanza en un supuesto “más allá” etéreo, indeterminado, confuso, aceptado sobre todo con mucha resignación. Es una fe dualista, platónica, pagana, en la cual la “resurrección de la carne” tiene cabida sólo como una simple formulación del Credo, pero muy lejos de la conciencia y la confianza del creyente. Resulta más fácil (de digerir) la idea de una vida etérea y eterna (ubicada en algún lugar de un cosmos infantiloide), que confiar en una futura y real resurrección de entre los muertos, que es el fundamento de la fe cristiana según las cartas paulinas. 

Tu hermano resucitará

La única palabra de esperanza que el Jesús los Evangelios tuvo para aquellas hermanas, que acababan de perder a su hermano, fue precisamente la resurrección. Seún el autor del cuarto Evangelio Marta creía en esa enseñanza: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero” (Juan 11:24). El apóstol Pablo, en cuya teología escatológica se fundan los relatos evangélicos, marcó el camino de esa esperanza que los evangelistas ponen en boca de sus personajes como Marta: la resurrección en el día postrero (1 Corintios 15). 

Esperanza en el camino

En el «camino», que es la vida, no todos llevamos andado el mismo espacio. Aun así, a veces, somos sacados de este camino cuando todavía no nos toca. Este punto ignoto del camino es una cita que la vida nos tiene preparada en su agenda, y no podemos sugerir el día ni la hora, el dónde y el cómo; simplemente estar preparados para acudir a ella. No obstante, la esperanza pone en nuestros labios un «hasta luego» para los que nos preceden; y esta frase, cuando surge de la convicción más profunda, nos dibuja un horizonte de certeza… Hacia ese horizonte indica el dedo de la teología cristiana. 

11 «LO QUE NO ES LÍCITO…» (Marcos 2:23-28) 

Éste es uno de los breves relatos que componen la parte introductoria del Evangelio de Marcos. El autor ya ha dicho al comienzo de su obra que lo que sigue es el “principio del evangelio de Jesús”; es decir, el comienzo de la “buena noticia” de Jesús (El término “Evangelio”, en el sentido que hoy le damos para referirnos a la narrativa de los evangelistas, todavía no se conocía como tal; Marcos usa esta palabra en el sentido genérico del término griego, que significaba “llevar una buena noticia a alguien” (en el judaísmo, por ejemplo, comunicar al padre que le ha nacido un hijo varón – ver Jeremías 20:15). Pues bien, en los primeros siete capítulos de su obra, Marcos escenifica en qué consistía la buena noticia de Jesús, en la cual se ubica nuestro relato. 

El hecho que provocó la historia del relato 

En un día de reposo, sábado, Jesús caminaba con sus discípulos junto a un sembrado del cual estos cogieron algunas espigas para comer. Los fariseos, testigos de esta acción, les reprochó a Jesús: ¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito? 

Cualquier día de la semana hubiera sido lícito coger algunas espigas para comer, sin usar una hoz (Deuteronomio 23:25); pero esto lo estaban haciendo en sábado, y en este día estaba terminantemente prohibido hacer algún trabajo. Los rabinos habían clasificado los trabajos en treinta y nueve categorías diferentes, a los que llamaban «los trabajos padres», cuatro de los cuales eran segar, aventar, trillar y preparar una comida. Estos fariseos estaban acusando a los discípulos de Jesús de haber quebrantado esas cuatro prohibiciones. Para estos religiosos, quebrantar el sábado era una cuestión de vida o muerte (ver Éxodo 31:14-15). 

Jesús les habló en su propio idioma 

El perfil de las personas religiosas, en especial las fanáticamente religiosas, es igual en cualquier latitud del mundo, de cualquier religión y de cualquier época: funcionan a golpes de textos sagrados; en el fundamentalismo cristiano, la Biblia. Los fariseos de nuestro relato estaban, indirectamente, citando la Escritura cuando le dijo a Jesús: “no es lícito”. Jesús respondió a estos fariseos con una historia “bíblica” (¡un texto sagrado!), según la cual un sacerdote, a falta de pan común, había ofrecido a David (un fuera de la ley en aquel momento) el pan de la proposición (1 Samuel 21:1-6), que era un pan sagrado (Éxodo 25:23-30). Además, porque era un pan sagrado, cuando se cambiaba cada semana, debía ser comido por los sacerdotes y por nadie más, según una indicación divina (Levítico 24:5-9). 

Algunas enseñanzas de este relato 

Primera, que lo verdaderamente “sagrado” no es el día cuando se adora a Dios (sea un viernes, un sábado o un domingo, días señalados por las religiones del Libro), sino el hombre, ¡y esto ya era –y es- una buena noticia! ¡Las personas son más importantes que las normas!

Segunda, que el testimonio cristiano no consiste en “dejar de hacer cosas” en un día particular, aun si se trata de un día “sagrado”, sino en “hacer cosas buenas» en cualquier momento, no importa que día sea. 

Tercera, que el testimonio cristiano es una cuestión de oportunidades; y éstas están fuera del control de nuestra agenda. Debemos “estar” donde están las necesidades y responder ante ellas según nuestras posibilidades: ¡El Buen Samaritano! (Lucas 10:25-37).

Cuarta, que en el servicio a Dios cuentan las prioridades. En la historia de David la prioridad era el sustento de una persona hambrienta, aunque para alimentarla hubiera que coger el «pan sagrado», que sólo un sacerdote podía comer…

Quinta, que es buena noticia aquello que libera al ser humano de cualquier clase de legalismo, sobre todo si es religioso, porque éste niega la razón de ser del evangelio, que es por principio liberador. Y es buena noticia porque todo lo que libera dignifica al ser humano.

Emilio Lospitao

«Porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lucas 13:33)


Sólo Lucas incluye esta frase de Jesús referido a los profetas. Lo hace en el contexto de la advertencia de unos fariseos de que Herodes el Tetrarca quería matar a Jesús (el otro Herodes, padre de éste, ya quiso acabar con su vida cuando sólo contaba días de vida – según Mateo 2). La frase es un resumen de la historia de los profetas; pero no de todos los profetas. Hubo profetas funcionarios, que vivían del culto y de la corte; y hubo profetas independientes, autónomos… que se enfrentaron a la corrupción política, social y religiosa de su tiempo. Éstos últimos fueron mal comprendidos, insultados, discriminados, encarcelados e incluso matados por quienes ostentaban la representación de la Religión y el Culto oficiales. 

La paradoja

La historia del testimonio escritural está llena de paradojas. La paradoja de nuestro relato consiste en que, estos hoy grandes profetas a los que se refiere Jesús, cuyos discursos tenemos en forma de libros en la Biblia, fueron tenidos un día por villanos; hombres sin honor, perseguidos por la justicia, encarcelados como criminales y, algunos, muertos como tales. Las gentes de Judea, de Samaria y de Galilea tenían a Juan el Bautista por profeta (Mateo 14:5). Jesús le ensalzó y dijo de él que era “más que un profeta”: era el precursor de Aquel de quien los profetas habían hablado (Mateo 11:9-10). Pero el Bautista fue decapitado: hablaba demasiado (Mateo 14:3-4). Jesús se alineó con los profetas, no sólo en la actitud, sino también en el mensaje, por lo cual fue muy pronto perseguido (Juan 7:1; 11:53-54). La frase lapidaria, “porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”, era una declaración inequívoca de su propia muerte, no lapidado, como fueron otros profetas antes que él, sino en la cruz: ¡Iba a ser ajusticiado por el poder de Roma!. 

¿Por qué Jerusalén? 

Porque Jerusalén representaba el poder político y religioso. Simplemente. Y por eso, aun cuando algún profeta no hubiera encontrado la muerte violenta en la ciudad de David, la frase ya estaba acuñada en la memoria popular. No importa de dónde procedía el profeta, o qué oficio ejercía, a qué rango social pertenecía…, su lugar de protesta era el templo, y éste estaba en Jerusalén. Lucas, quien describe el martirio de Esteban (¡en Jerusalén!), el protomártir cristiano, evocó esta historia de los profetas, cuando pone en boca de la víctima: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores…” (Hechos 7:51-52). ¡Mala vocación la de profeta! 

Observaciones adyacentes

¿Quiénes escribieron, conservaron y transmitieron los mensajes de los profetas, los cuales han llegado hasta nosotros en forma de libros? 

–¡Los príncipes políticos de Israel, quienes estuvieron enojados contra los profetas, y los habían puesto en la cárcel, no!

–¡Los sumos sacerdotes y demás personas notorias en los círculos dominantes religiosos, no! 

–¡Los terratenientes que fueron acusados de ladrones por los profetas, no!

¡Debieron de haber sido los discípulos y seguidores de los profetas, arriesgando su honor y sus vidas, quienes pusieron por escrito los discursos y añadieron pensamientos acorde con los de sus maestros, cuando estos no pudieron hacerlo materialmente! 

¡Luego, el tiempo hizo posible, progresivamente, que estos escritos fueran valorados, reconocidos y transmitidos por las generaciones posteriores! Ver Mateo 23:29-32. 

¿No resulta otra paradoja? 

Emilio Lospitao