A Dios orando y con el mazo dando


El sábado 13 de junio pasado culminó en Madrid la campaña “ESPAÑA, ORAMOS POR TI”, promovida por las iglesias evangélicas de España, con una marcha testimonial compuesta por varios miles de fieles, de todas las edades, que discurrió por el Paseo de las Delicias de la capital. La campaña se había inaugurado el sábado anterior en las principales capitales de provincia con una numerosa asistencia de fieles de estas Iglesias. ¿El motivo de la campaña? ¡Simplemente orar por España! Contrario a otras manifestaciones, abundantes en todo el territorio español en los últimos años mediante las llamadas “mareas”, reivindicando derechos sociales, estas manifestaciones evangélicas no reivindicaban absolutamente nada (¿santa manifestación?). Su objetivo era interceder ante Dios para que él cambie los corazones y las voluntades de los españoles y así todos los problemas sean resueltos. Y esto marca la diferencia entre las manifestaciones de unos y de otros.

Los evangélicos españoles ya hemos aportado nuestro granito de arena para sacar adelante a nuestro país: ¡Hemos orado por España! ¿Y ahora qué?

La realidad sociopolítica que estamos viviendo en España, con miles de manifestaciones protagonizadas por las citadas “mareas”, y otras organizaciones sociales, reivindicando derechos y bienes perdidos por las políticas desarrolladas por el gobierno de turno, que miraba más por los intereses de los Mercados que por los intereses de la mayoría de los ciudadanos (desahucios, recortes en sanidad, en docencia, en desempleo…), ha desembocado en el surgimiento de plataformas de reivindicaciones sociales, concretadas luego en nuevos partidos políticos, que han dibujado un mapa político diferente y plural. Los municipios más importantes de España han comenzado a ser gestionados por personas que hace unos meses eran sacadas de las manifestaciones y conducidas a las dependencias policiales por sus agentes. Y gran parte de la sociedad española percibe que estos nuevos gestores municipales no tienen “cuernos y rabo” que llevarán a la ruina material y moral a las ciudades y al país mismo, sino personas normales que desean hacer otra clase de políticas que miren por la dignidad de todas las personas (el tiempo lo dirá).

La cuestión de fondo es que a esta nueva realidad (que la mayoría de la sociedad española celebra como un cambio social y político positivo en todos los aspectos), se ha llegado gracias a la acción persistente de los movimientos y las plataformas sociales, es decir, a la acción de muchas personas de bien y comprometidas con una sociedad que demanda solidaridad y justicia. Pero las iglesias evangélicas, salvo alguna excepción, han estado ausentes en estos movimientos que han dado la cara para evitar el desahucio de miles de familias con ancianos y niños pequeños, y para reivindicar derechos que conquistarlos costó mucho sufrimiento, no pocas lágrimas, incluso la vida de hombres y mujeres en el pasado.

No, las iglesias evangélicas no han hecho acto de presencia en ninguna de esas acciones… ¡ni se les esperaba! (¿porque dichas acciones eran “del mundo”?); pero el Jesús de los Evangelios, a quien decimos predicar, sí hubiera estado. El título de este editorial –el lector lo sabe– es un proverbio español que data del medioevo y se basa en la sentencia bíblica “la fe sin obras es muerta” (Sant. 2:20). Ya el monje (san) Benito lo repetía: “Ora et labora”. Pues eso… a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Emilio Lospitao