Y ellos volvieron a dar voces: ¡Crucifícale! (Mar. 15:11)


Los cuatro evangelistas coinciden en este grito infame por el cual pedían a Pilato que crucificara a Jesús. Mateo y Marcos dicen que los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto (Mat. 27:20; Mar. 15:11). Lucas simplemente introduce a la multitud que pedía la crucifixión de Jesús (Luc. 23:18 sig.). Juan presenta a los principales sacerdotes y sus alguaciles como interlocutores con Pilatos pidiendo lo mismo, la crucifixión de Jesús (Juan 19:6). Es unánime la opinión de que, si bien la crucifixión fue llevada a cabo por los romanos (quienes tenían poder para ejecutarla); no obstante, los evangelistas muestran mucho interés en exponer a los judíos como acusadores contra Jesús hasta lograr que Pilato finalmente le condenara. Pero no queremos distraer al lector con este tema histórico.  

¿Quiénes pudieron formar aquella multitud que gritaba pidiendo la muerte de Jesús?

Mateo y Marcos, como hemos visto, dicen que los principales sacerdotes y los ancianos “persuadieron a la multitud”. Ahora bien, ¿a qué multitud pudieron los sumos sacerdotes persuadir para que pidieran la muerte de Jesús? Hemos oído en muchísimos sermones, apelando al simple emocionalismo, cuán voluble es el ser humano (y lo es, unos más que otros), infiriendo que en aquella multitud que gritaba pidiendo la muerte de Jesús estarían también aquellos que unos días antes le habían dado la bienvenida a Jerusalén, gritando: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! (Juan 12:12-13). ¿Pero puede ser eso así? ¿Puede una multitud cambiar tan súbitamente de parecer? ¿Quiénes formarían esa multitud que pedía gritando la muerte de Jesús?

Los opositores al templo

La sociedad israelita del Nuevo Testamento no era homogénea y uniforme social, religiosa ni políticamente. O sea, era una sociedad como cualquier otra. Aparte de los diferentes estratos sociales (que siempre tiene algo que ver), en Israel existían grupos opositores al sistema y concretamente al templo, no por lo que éste representaba, sino precisamente por lo que representaba. Es decir, no estaban de acuerdo de cómo era administrado por la clase sacerdotal, que, además, contemporizaba con el Imperio opresor. Los esenios de la comunidad de Qumrán era uno de estos grupos. Se apartaron de la institución del templo considerándose a sí mismo un templo santo. Otras fuerzas sociales independentistas, más o menos organizadas, la formaban los zelotes, quienes no dudaban asesinar o llevar a cabo actos terroristas contra el poder opresor (los romanos). Y resulta que el mayor reclutamiento de estas facciones procedía de las zonas rurales, que eran las más castigadas por el sistema político y religioso. De hecho, durante las grandes concentraciones en Jerusalén, en las fiestas importantes, como la Pascua, que reunía a miles de peregrinos procedentes de Galilea, de Judea y de la diáspora, estos grupos díscolos aprovechaban la masa para originar disturbios y atentados. 

Ahora bien, el movimiento de Jesús, y la gran mayoría de simpatizantes al movimiento, procedían casi todos de Galilea, especialmente de las zonas rurales. Los dirigentes religiosos de Jerusalén conocían el espíritu crítico de Jesús respecto al templo (Juan 4:21; Mar. 14:58). De hecho, la primera persecución de los cristianos en Jerusalén, se debió a la arenga de Esteban, en la cual queda patente también la crítica al templo (Hechos 7:48 sig.). Es decir, los sumos sacerdotes no pudieron persuadir a gentes que eran críticas y opuestas al templo, o sea, al sistema que lo gobernaba. La gran mayoría que formaba la “multitud” de peregrinos en la fiesta de la Pascua no eran tan volubles como para dejarse persuadir por aquellos hacia los cuales mantenían una actitud crítica. Más bien, la multitud (persuadida) que gritaba pidiendo la muerte de Jesús, estaba compuesta por personas con intereses relacionados con el templo y con sus administradores: ¡los advenedizos! Estos, y sólo estos, fueron los fáciles de persuadir para pedir la muerte de Jesús. ¡Dios nos libre de advenedizos!

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño