«Tu hermano resucitará» (Juan 11:1-44)


En el mundo tendréis aflicción

Después del relato de la mujer viuda que llevaba a enterrar a su único hijo (Lucas 7:11-17), no hay otro que imprima más carga emocional que el encuentro de las hermanas María y Marta con Jesús, después que el hermano de estas mujeres, Lázaro, hubiera muerto (Juan 11); sólo es superado por la agonía anímica del mismo Jesús, en el huerto de Getsemaní (Marcos 14:32-42 y par.).

Lázaro, su amigo, ha muerto 

Según los Evangelios, Jesús tuvo muchos discípulos; en alguna ocasión pudo comisionar a 70 de ellos, de dos en dos, a predicar por Palestina (Lucas 10:1-12); pero de los amigos que tuviera, a penas se dice que fue esta peculiar familia compuesta por tres hermanos: Lázaro, María y Marta, residentes en Betania, una pequeña aldea situada en el lado oriental del Monte de los Olivos, a 3 km de Jerusalén. La casa de esta familia había sido el hogar esporádico de Jesús durante sus visitas a Jerusalén (Lucas 10:38-42; Juan 12:1-8). El lazo emotivo-filial que unía a Jesús con Lázaro queda patente por la expresión que las hermanas usan para darle el aviso de que su hermano estaba enfermo: “Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:3). Pero Jesús –el Jesús de los Evangelios– no llegó a tiempo. No quiso llegar a tiempo. Aquella muerte sería para “la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”, aclara el evangelista Juan desde la distancia del tiempo (Juan 11:4). 

Jesús lloró

Todos los funerales, en el fondo, son idénticos: El dolor, la tristeza y las lágrimas inundan el espacio mortuorio durante un tiempo indefinido. Este espacio de aflicción aún estaba vivo cuando Jesús llegó a la casa del difunto que él amaba. Marta, y luego María, entonaron el mismo estribillo de claro reproche: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto…”. Al reproche de la primera, Jesús respondió: “Tu hermano resucitará”. Ante el de la segunda, estremecido en espíritu, “Jesús lloró” (Juan 11:21-23, 32-35). El Jesús de los Evangelios lloró con los que lloraban, sufrió el dolor de los que sufrían… y [en Getsemaní] vivió en su propia carne la desesperanza de los que se sienten desamparados: “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera…” (Mateo 26:37). 

El alma

La tradición cristiana ha venido dando carta de naturaleza el “alma” como un ente pensante, consciente, en algún lugar tras la muerte. La fe vulgar tiene puesta su esperanza en un supuesto “más allá” etéreo, indeterminado, confuso, aceptado sobre todo con mucha resignación. Es una fe dualista, platónica, pagana, en la cual la “resurrección de la carne” tiene cabida sólo como una simple formulación del Credo, pero muy lejos de la conciencia y la confianza del creyente. Resulta más fácil (de digerir) la idea de una vida etérea y eterna (ubicada en algún lugar de un cosmos infantiloide), que confiar en una futura y real resurrección de entre los muertos, que es el fundamento de la fe cristiana según las cartas paulinas. 

Tu hermano resucitará

La única palabra de esperanza que el Jesús los Evangelios tuvo para aquellas hermanas, que acababan de perder a su hermano, fue precisamente la resurrección. Seún el autor del cuarto Evangelio Marta creía en esa enseñanza: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero” (Juan 11:24). El apóstol Pablo, en cuya teología escatológica se fundan los relatos evangélicos, marcó el camino de esa esperanza que los evangelistas ponen en boca de sus personajes como Marta: la resurrección en el día postrero (1 Corintios 15). 

Esperanza en el camino

En el «camino», que es la vida, no todos llevamos andado el mismo espacio. Aun así, a veces, somos sacados de este camino cuando todavía no nos toca. Este punto ignoto del camino es una cita que la vida nos tiene preparada en su agenda, y no podemos sugerir el día ni la hora, el dónde y el cómo; simplemente estar preparados para acudir a ella. No obstante, la esperanza pone en nuestros labios un «hasta luego» para los que nos preceden; y esta frase, cuando surge de la convicción más profunda, nos dibuja un horizonte de certeza… Hacia ese horizonte indica el dedo de la teología cristiana. 

11 «LO QUE NO ES LÍCITO…» (Marcos 2:23-28) 

Éste es uno de los breves relatos que componen la parte introductoria del Evangelio de Marcos. El autor ya ha dicho al comienzo de su obra que lo que sigue es el “principio del evangelio de Jesús”; es decir, el comienzo de la “buena noticia” de Jesús (El término “Evangelio”, en el sentido que hoy le damos para referirnos a la narrativa de los evangelistas, todavía no se conocía como tal; Marcos usa esta palabra en el sentido genérico del término griego, que significaba “llevar una buena noticia a alguien” (en el judaísmo, por ejemplo, comunicar al padre que le ha nacido un hijo varón – ver Jeremías 20:15). Pues bien, en los primeros siete capítulos de su obra, Marcos escenifica en qué consistía la buena noticia de Jesús, en la cual se ubica nuestro relato. 

El hecho que provocó la historia del relato 

En un día de reposo, sábado, Jesús caminaba con sus discípulos junto a un sembrado del cual estos cogieron algunas espigas para comer. Los fariseos, testigos de esta acción, les reprochó a Jesús: ¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito? 

Cualquier día de la semana hubiera sido lícito coger algunas espigas para comer, sin usar una hoz (Deuteronomio 23:25); pero esto lo estaban haciendo en sábado, y en este día estaba terminantemente prohibido hacer algún trabajo. Los rabinos habían clasificado los trabajos en treinta y nueve categorías diferentes, a los que llamaban «los trabajos padres», cuatro de los cuales eran segar, aventar, trillar y preparar una comida. Estos fariseos estaban acusando a los discípulos de Jesús de haber quebrantado esas cuatro prohibiciones. Para estos religiosos, quebrantar el sábado era una cuestión de vida o muerte (ver Éxodo 31:14-15). 

Jesús les habló en su propio idioma 

El perfil de las personas religiosas, en especial las fanáticamente religiosas, es igual en cualquier latitud del mundo, de cualquier religión y de cualquier época: funcionan a golpes de textos sagrados; en el fundamentalismo cristiano, la Biblia. Los fariseos de nuestro relato estaban, indirectamente, citando la Escritura cuando le dijo a Jesús: “no es lícito”. Jesús respondió a estos fariseos con una historia “bíblica” (¡un texto sagrado!), según la cual un sacerdote, a falta de pan común, había ofrecido a David (un fuera de la ley en aquel momento) el pan de la proposición (1 Samuel 21:1-6), que era un pan sagrado (Éxodo 25:23-30). Además, porque era un pan sagrado, cuando se cambiaba cada semana, debía ser comido por los sacerdotes y por nadie más, según una indicación divina (Levítico 24:5-9). 

Algunas enseñanzas de este relato 

Primera, que lo verdaderamente “sagrado” no es el día cuando se adora a Dios (sea un viernes, un sábado o un domingo, días señalados por las religiones del Libro), sino el hombre, ¡y esto ya era –y es- una buena noticia! ¡Las personas son más importantes que las normas!

Segunda, que el testimonio cristiano no consiste en “dejar de hacer cosas” en un día particular, aun si se trata de un día “sagrado”, sino en “hacer cosas buenas» en cualquier momento, no importa que día sea. 

Tercera, que el testimonio cristiano es una cuestión de oportunidades; y éstas están fuera del control de nuestra agenda. Debemos “estar” donde están las necesidades y responder ante ellas según nuestras posibilidades: ¡El Buen Samaritano! (Lucas 10:25-37).

Cuarta, que en el servicio a Dios cuentan las prioridades. En la historia de David la prioridad era el sustento de una persona hambrienta, aunque para alimentarla hubiera que coger el «pan sagrado», que sólo un sacerdote podía comer…

Quinta, que es buena noticia aquello que libera al ser humano de cualquier clase de legalismo, sobre todo si es religioso, porque éste niega la razón de ser del evangelio, que es por principio liberador. Y es buena noticia porque todo lo que libera dignifica al ser humano.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño