«Todos vienen a él» (Juan 3:23-30)


Los Evangelios sinópticos sitúan el inicio del ministerio de Jesús en Galilea justo cuando termina el ministerio de Juan el Bautista, cuando éste fue preso por Herodes el tetrarca (Mateo 4:12 sig.; Marcos 1:14; Lucas 3:19-20). Sin embargo, el evangelista Juan contemporiza el ministerio de Jesús con el de Juan el Bautista en Judea: “Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba. Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas… porque Juan no había sido aún encarcelado” (Juan 3:22-24). Le recuerdo al lector sobre la creatividad literaria y el propósito ideológico de los hagiógrafos.

Históricamente Jesús continuó el ministerio del Bautista, incluso con el mismo mensaje: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2), “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” Marcos 1:14-15). Pero tanto los Sinópticos como el Evangelio de Juan inciden en el papel de “precursor” del Bautista: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él o bautizará en Espíritu Santo” (Mateo 3:11; Marcos 1:7-8; Lucas 3:16; Juan 1:26-27). 

En la narrativa de los Evangelios existe un guion ideológico incuestionable: Juan el Bautista era verdaderamente un profeta, y más que un profeta. Mateo y Lucas (¿Documento “Q”?) ponen en boca de Jesús estas retóricas sentencias: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mateo 11:7-10; Lucas 7:24-27). Pero, a la vez, a pesar de ser un profeta, el Bautista ni siquiera es digno de desatar el calzado del cual él se presenta como su precursor: “pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. De este detalle se hacen eco los cuatro evangelistas (Mateo 3:11; Marcos 1:7; Lucas 3:16 y Juan 1:2;). Por ello, el Bautista testifica: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). 

No existe una historia más frustrante en los Evangelios que la historia del Bautista, pues después de toda una vida de preparación (Marcos 1:6; Lucas 7:33) y un ministerio muy breve (Juan1:19 sig. aunque esto es sólo una síntesis), fue degollado por Herodes el tetrarca poco tiempo después de comenzar su ministerio (Mateo 14:1-12). Las causas de la muerte del Bautista, según el relato evangélico, están refrendadas por el historiador judío Flavio Josefo (Antigüedades de los judíos, Tomo III, XVIII, V, 1 –CLIE, 1988). Sin embargo, cuando Jesús comenzó su ministerio, el Bautista se gozó (Juan 3:29) de ver que las gentes “iban a él” (Juan 3:26). La interiorización que tenía de su ministerio le permitía vivir de manera gozosa esa experiencia (Juan 1:20-27). ¿Qué habría sido de Juan si no hubiera acabado su vida como acabó, sobre todo porque él continuó bautizando a la par que Jesús (Juan 3:22-24)? ¿Cuándo hubiera dado por acabado su ministerio? ¿Por qué no se enroló en el grupo de seguidores de Jesús? ¿No pudo haber sido uno de los doce apóstoles? ´¡Y tantas preguntas más! 

La cronología de los hechos, la dirección de los relatos y el carácter de los personajes, apuntan a señalar la singularidad y la identidad del carpintero de Nazaret. El Bautista era un profeta y mucho más que un profeta. Pero aun siendo un profeta, no era digno de desatar encorvado las sandalias de Jesús. Por ello, el Bautista tenía que “menguar” y Jesús “crecer”. Por ello, menguado el Bautista, las gentes iban a Jesús. Este es el punto de reflexión: ¿Por qué iban las gentes a Jesús? ¿Para ver cómo hacía milagros? ¿Para escuchar las historias –parábolas– que contaba? ¿Para llenar el estómago? ¿Para ser sanados de sus enfermedades? ¿Para recibir consejos? ¿Porque tenían dudas? ¿…?

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño