“Se acercaban a Jesús… para oírle” (Lucas 15:1).


Empatía y misión

Nos llama poderosamente la atención esta frase: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle”. La explicación del éxito de esta convocatoria está en el comentario jocoso, pero auténtico, de los escribas y los fariseos respecto a Jesús: “Este a los pecadores recibe y con ellos come” (Lucas 15:2). No hay ninguna duda, a la luz de este texto, que aquellos “publicanos y pecadores” hallaban no poca complacencia en escuchar al Galileo. El secreto de Jesús, para rodearse de este peculiar auditorio, fue la aceptación de estas personas, tales cuales eran. Simplemente. Jesús fue diferente a los líderes religiosos de su época. Según Lucas, Jesús recibía (como anfitrión) a los “pecadores” y comía con ellos. El término recibir (acoger) parece referirse a la invitación que Jesús ofrecía a los publicanos, en correspondencia de las invitaciones a los banquetes de estos, según las buenas costumbres (ver Lucas 14:13-14). La aceptación de Jesús hacia estas gentes (excluidas de la sociedad por imperativos religiosos), les devolvía la dignidad y la autoestima, arrebatadas por el inflexible formalismo religioso. Una de las diferencias entre Jesús y los líderes religiosos judíos de su época consistía en la cálida empatía que Jesús mostraba en el simple acto de aproximarse a las gentes, cualquiera que estas fueran. ¿Quién no iba a querer escuchar a un predicador así? Si tenemos en cuenta que el “Reino de Dios” se hizo presente con Jesús, esto debe significar que dicho “reino” tenía como particular objetivo reivindicar la justicia de la cual los pobres, los excluidos…, eran acreedores [“…y a los pobres es anunciado el evangelio” (del Reino) – Mateo 11:5]. ¡Con su aceptación, Jesús les dio una buena noticia (“evangelio”)!

El caballo delante del carro

Jesús desarrollaba su ministerio en sentido inverso a esos líderes religiosos. Estos exigían de los “pecadores” un “cambio” para acercarse a ellos… (Además de las cargas que les imponían). Jesús se acercaba a ellos, sin condenarlos, sin imponerles cargas, para que dicho “cambio” se produjera. Jesús comenzaba por donde los religiosos querían terminar. La historia de Zaqueo ilustra esta dinámica. En el encuentro entre Jesús y Zaqueo (un jefe de los –“pecadores”– publicanos), el Maestro no requirió nada de él, ni arrepentimiento, ni conversión… ¡Nada! Le aceptó tal cual era. Y, sin embargo, este respeto de Jesús hacia su persona fue lo que impulsó a Zaqueo a dar un cambio radical en su vida: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:8-10). Es posible que este relato, como otros tantos en los Evangelios, esté idealizado, pero eso no cambia nada la perspectiva que nos ofrece de Jesús. El corazón del ser humano no se transforma con “religión” (la ley), sino con “aceptación” (la gracia). ¿Seremos capaces de entender esto? 

Los campos están blancos para la siega

“Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”. Juan puso estas palabras en boca de Jesús en el contexto del relato de la mujer samaritana (Juan 4:35 sig.). En un contexto diferente, Mateo dice que “al ver [Jesús] las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:36-38). El común denominador de ambos relatos es, metafóricamente, la “mies” (la cosecha). Supuestamente, los maestros de la Ley y los fariseos (los líderes religiosos) deberían haber estado “pastoreando” a esas multitudes (recogiendo la cosecha); pero, por el contrario, con sus actitudes se fueron alejando cada vez más de ellas, estigmatizando a todos cuantos no se atenían a sus formales y legalistas interpretaciones de la Ley. Con sus imposiciones legales y religiosas se convirtieron en un obstáculo, no sólo para acercarse ellos mismos a los “pecadores”, sino para que esos “pecadores” se acercaran a Dios. ¿Estará ocurriendo eso mismo hoy? ¿No es paradójico que, cuando se está marginando la religión porque se cree que la ciencia tiene todas las respuestas, miles de personas, de todas las edades, de ambos sexos, acudan al esoterismo, al Tarot, al espiritismo, a las filosofías orientales… para satisfacer su irresistible necesidad de trascendencia? Esto debería hacernos pensar, y preguntarnos por qué hoy los “pecadores” no se acercan a nosotros para oírnos. Porque los campos… ¡los campos siguen estando blancos para la siega! 

Volver a la pedagogía de Jesús es un imperativo

La pedagogía tradicional misionera heredada, tanto católica como protestante, está impregnada de la teología farisaica, que primero exige cambios e impone cargas antes de cualquier aceptación del “pecador”; los religiosos reconocen a los “pecadores” (en el reino de Dios) después de que estos hayan satisfecho sus demandas (¡Sometimiento religioso!). Jesús –contra toda lógica– acepta a los “pecadores” (en el reino de Dios) para que puedan satisfacer las demandas de dicho reino [“De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios – Mateo 21:31]. Esta “aceptación”, en la cual la persona descubre al Tú (Dios), y a través de este descubrimiento descubre su propio “yo”, es el comienzo de la verdadera humanización, de la salvación, la cual el Hijo del Hombre vino a realizar (vino para salvar lo que se había perdido). Esta salvación (realización) no tiene nada que ver con ningún tipo de proselitismo, ni con la pertenencia a alguna Iglesia particular. Evangelizar es mucho más que simplemente aumentar el número de nuestra particular feligresía.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño