Rabí, ¿quién pecó…? – Juan 9:2


El trasfondo del texto de referencia tiene una trayectoria teológica muy larga en la historia bíblica. En el fondo, el libro de Job, más que la historia de un hombre de carne y hueso, es un tratado de teología que tiene como fin cuestionar, en la época del escritor, el concepto pecado/enfermedad como causa/efecto. El caso es que, a pesar de dicho cuestionamiento (libro de Job), en los días de Jesús, esta causa/efecto gozaba de vigencia. ¡Si había enfermedad es porque había pecado!

En religión judeocristiana, los desastres, las pestes, los terremotos, etc. eran castigos de Dios, así como, por el contrario, la lluvia, el sol, las buenas cosechas, la riqueza, etc. eran dones de Dios. Tal es así que, en la Edad Media, cuando la ciencia aristotélica estaba adquiriendo carta de naturaleza, los teólogos (monjes, religiosos…) vivían una tensión neurótica: si las enfermedades tenían una relación directa con Dios (como castigo, pruebas, etc.), ¿era legítimo hacer uso de la “ciencia” médica griega, pagana por demás? Había de todo: unos compatibilizaban la confianza en Dios con la medicina “pagana” (¡como hoy!). Otros, los más fanáticos, rechazaban esta medicina. Este tema se discutía incluso en las Universidades de la Edad Media: París, Bolonia, Oxford… Y de ahí, también, el auge de las curaciones milagrosas en aras de alguna reliquia de algún santo o santa, como alternativa a la medicina “pagana”. 

Este concepto (pecado/enfermedad), asumido desde la cosmogonía bíblica,  subyace en el pensamiento paulino: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen (¡mueren!)” (1Cor. 11:30). El Apóstol relaciona el comer y beber “indignamente” los elementos de la “Eucaristía” (el pan y el vino) con la enfermedad, incluso con la muerte, que sufrían o habían sufrido algunos cristianos corintios.

Pues bien, hoy, entrado ya en el siglo XXI, habiendo superado incluso la ciencia aristotélica, algunos líderes cristianos continúan inmersos en aquel mundo cosmogónico (y teológico) de causa/efecto, donde Dios pasa revista cada mañana (Job 1-2) para ver quién ha pecado y enviarle algún “resfriado” como “prueba” (o castigo). Olvidan, estos líderes, que ya se inventó el pararrayos, que tanto modificó la vida piadosa (ya no hace falta “rezar” a Santa Bárbara), que existe una causa y efecto naturalista donde Dios no tiene parte, y que este Dios, antes que “conmoverse” por nuestras piadosas súplicas (¡y sólo mediante ellas!) está siempre por iniciativa propia con el que sufre, porque esa es su naturaleza. sólo hay que mirar a Jesús de Nazaret para conocer, parcialmente (porque en Jesús se “hizo carne” con nuestras debilidades), al verdadero Dios. Lo demás es “religión”.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño