«Porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lucas 13:33)


Sólo Lucas incluye esta frase de Jesús referido a los profetas. Lo hace en el contexto de la advertencia de unos fariseos de que Herodes el Tetrarca quería matar a Jesús (el otro Herodes, padre de éste, ya quiso acabar con su vida cuando sólo contaba días de vida – según Mateo 2). La frase es un resumen de la historia de los profetas; pero no de todos los profetas. Hubo profetas funcionarios, que vivían del culto y de la corte; y hubo profetas independientes, autónomos… que se enfrentaron a la corrupción política, social y religiosa de su tiempo. Éstos últimos fueron mal comprendidos, insultados, discriminados, encarcelados e incluso matados por quienes ostentaban la representación de la Religión y el Culto oficiales. 

La paradoja

La historia del testimonio escritural está llena de paradojas. La paradoja de nuestro relato consiste en que, estos hoy grandes profetas a los que se refiere Jesús, cuyos discursos tenemos en forma de libros en la Biblia, fueron tenidos un día por villanos; hombres sin honor, perseguidos por la justicia, encarcelados como criminales y, algunos, muertos como tales. Las gentes de Judea, de Samaria y de Galilea tenían a Juan el Bautista por profeta (Mateo 14:5). Jesús le ensalzó y dijo de él que era “más que un profeta”: era el precursor de Aquel de quien los profetas habían hablado (Mateo 11:9-10). Pero el Bautista fue decapitado: hablaba demasiado (Mateo 14:3-4). Jesús se alineó con los profetas, no sólo en la actitud, sino también en el mensaje, por lo cual fue muy pronto perseguido (Juan 7:1; 11:53-54). La frase lapidaria, “porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”, era una declaración inequívoca de su propia muerte, no lapidado, como fueron otros profetas antes que él, sino en la cruz: ¡Iba a ser ajusticiado por el poder de Roma!. 

¿Por qué Jerusalén? 

Porque Jerusalén representaba el poder político y religioso. Simplemente. Y por eso, aun cuando algún profeta no hubiera encontrado la muerte violenta en la ciudad de David, la frase ya estaba acuñada en la memoria popular. No importa de dónde procedía el profeta, o qué oficio ejercía, a qué rango social pertenecía…, su lugar de protesta era el templo, y éste estaba en Jerusalén. Lucas, quien describe el martirio de Esteban (¡en Jerusalén!), el protomártir cristiano, evocó esta historia de los profetas, cuando pone en boca de la víctima: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores…” (Hechos 7:51-52). ¡Mala vocación la de profeta! 

Observaciones adyacentes

¿Quiénes escribieron, conservaron y transmitieron los mensajes de los profetas, los cuales han llegado hasta nosotros en forma de libros? 

–¡Los príncipes políticos de Israel, quienes estuvieron enojados contra los profetas, y los habían puesto en la cárcel, no!

–¡Los sumos sacerdotes y demás personas notorias en los círculos dominantes religiosos, no! 

–¡Los terratenientes que fueron acusados de ladrones por los profetas, no!

¡Debieron de haber sido los discípulos y seguidores de los profetas, arriesgando su honor y sus vidas, quienes pusieron por escrito los discursos y añadieron pensamientos acorde con los de sus maestros, cuando estos no pudieron hacerlo materialmente! 

¡Luego, el tiempo hizo posible, progresivamente, que estos escritos fueran valorados, reconocidos y transmitidos por las generaciones posteriores! Ver Mateo 23:29-32. 

¿No resulta otra paradoja? 

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño