Pescadores de hombres. Mat. 4,17


Una perspectiva exegética

En general, cuando leemos los Evangelios, debemos desechar cualquier idea que tengamos sobre alguna cronología histórica de los relatos; y, salvo excepciones, incluso del lugar exacto y la ocasión donde dichos relatos se ubican. Esta precisión no era el objetivo principal de los autores. Sobre esos detalles primaba el interés didáctico, apologético e ideológico que los evangelistas se propusieron. Si no tenemos en cuenta esta creatividad literaria e ideológica de los hagiógrafos, perdemos la perspectiva de la narrativa teológica de los Evangelios. Lo importante de los relatos evangélicos no es el detalle de cómo y dónde ocurrió, sino lo que el evangelista quiere transmitir a sus lectores. Y nada de esto resta veracidad e importancia a sus contenidos. Aun cuando Juan nos dijo cómo, cuándo y dónde Jesús conoció a los primeros discípulos (Juan 1:35-51), no obstante, los autores de los Sinópticos quieren ubicar este primer encuentro entre Jesús y los primeros discípulos en la orilla del mar de Galilea, lugar natural del trabajo de ellos, que eran pescadores. Ya dijimos que los Evangelios sinópticos sitúan el principio del ministerio de Jesús en Galilea. La narrativa de Marcos es sumamente pintoresca, casi artística: “andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y Jesús les dijo: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:16-17). Mateo, que copia a Marcos, dice lo mismo. Lucas, sin embargo, sitúa este llamamiento formal de los discípulos en el contexto de una pesca “milagrosa” (Lucas 5:1-11), que los otros evangelistas omiten, lo cual no deja de ser extraño. Pero no olvidemos el aspecto creativo de los autores.

El escenario de los hechos

Si esto ocurrió así, tal como lo describen los Sinópticos, la relevancia del relato radica en el lugar geográfico, el lago de Galilea, y en la profesión de ellos, pescadores. La lectura de Lucas añade una nota casi dramática, pues después de lo sucedido [“encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían”], Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:6-8). 

Así pues, el mar de Galilea, los pescadores en el fragor de su trabajo (frustrados por una pesca infructuosa después de haber estado toda la noche faenando) y el mandato de echar una vez más las redes en el agua, “en su palabra”, vienen a constituir los elementos de una presentación didáctica y motivadora para los cientos de evangelistas, muchos de ellos itinerantes, contemporáneos de los hagiógrafos. Lucas, además, les conmina a “echar las redes” confiando “en su palabra”, lo que viene a ser una parábola de la actividad misionera, donde Jesús no sólo es el objeto que se proclama, sino el sujeto cuya presencia dinamiza activamente la proclamación (Hechos 14:3; 16:14). 

De pescadores a discípulos 

La frase «os haré pescadores de hombres» conlleva dos estadios cronológicos: primero, de pescadores a discípulos y, después, de discípulos a pescadores. ¡La metáfora perfecta! 

La frase en cuestión, en el momento histórico en el que los evangelistas la ubican, apenas pudo ser entendida por los discípulos. Pero los hagiógrafos, cuando escriben este relato, quieren hacer vívida esta experiencia. Este llamamiento formal fue el inicio de una decisión cada vez más comprometida con Jesús y con su obra: “dejando al instante las redes, le siguieron” (Mateo 4:20), “Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Marcos 1:18),”Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). ¡Le siguieron! ¡Ésta es la idea principal y culminante del relato! Dejaron la pesca para convertirse en discípulos. El discipulado cristiano tiene como seña de identidad básica el seguimiento, no a una religión, cualquiera que esta sea, sino a una persona: Jesús, el Hijo de Dios. Seguimiento que se expresa mediante una fe personal y comprometida.

De discípulos a “pescadores”

En la reflexión anterior enfatizamos la expresión “le siguieron” como un preámbulo del discipulado que se intuye. Los Sinópticos señalan el compromiso que supuso “dejar las redes” para seguir a Jesús y convertirse en discípulos del Maestro como fueron antes, quizás, de Juan el Bautista (Juan 1:35-42). La frase “os haré pescadores de hombres” sugiere un proceso en el tiempo. Un proceso marcado por, al menos, cuatro hitos en relación con la persona y el ministerio de Jesús durante algo más de dos años: a) La elección de los doce como apóstoles (enviados), de entre un grupo de discípulos numéricamente mayor (Lucas 6:13 y par.); b) El episodio en Cesarea de Filipo, donde reconocen a Jesús como el Hijo del Hombre – el Cristo (Marcos 8:27-30 y par.); c) La incomprensión de la anunciada pasión y muerte del Hijo del Hombre, mientras se dirigían a Jerusalén (Marcos 8:31; 9:30-32; 10:32-34, y par.); y d) El testimonio de la resurrección (Lucas 24:45-49). Este proceso, especialmente en su última fase, marcó decisivamente el paso de discípulo a “pescadores de hombres”. Proceso que viene a ser, simbólicamente, una “guía curricular” que todo candidato debería conocer, sentir, vivir… antes de comenzar a trabajar formalmente en el ministerio cristiano. El ministerio cristiano, aun cuando requiere de una formación académica, como cualquier otra profesión, debe ser prioritariamente una vocación de fe. 

Misión vs proselitismo

Cuando profundizamos en el sentido de la frase «os haré pescadores de hombres» (desde el mensaje y la praxis de Jesús), percibimos la vulgaridad que el concepto “evangelizar” ha adquirido en el entorno de los diversos y diferentes grupos religiosos (con muy pocas excepciones). Cada uno de estos grupos religiosos tiene como meta “enrolar” a su propio grupo a todos cuantos pertenecen a cualquiera de los demás. A esta actividad la denominan “evangelizar” y al resultado logrado “conversión”. Normalmente, esta actividad “misionera” viene caracterizada por un ilusorio exclusivismo. Creen que hay que “convertir” al otro simplemente porque no “cree” y “practica” las “mismas cosas” y de la “misma manera” que ellos. Esto es simple proselitismo. No tiene nada que ver con “pescar hombres” para el reino de Dios. 

Jesús no hizo proselitismo 

Jesús no pretendió nunca “convertir” a nadie para que formara parte de «su grupo» simplemente porque sus oyentes pertenecieran a alguno de los diferentes grupos religiosos, políticos o ideológicos de su tiempo, ya fueran saduceos, fariseos, esenios, zelotes… los cuales defendían puntos de vistas teológicos e ideológicos diferentes entre sí (Marcos 12:18 sig. Hechos 23:6 sig.). Cuando Jesús cuestionó la permanencia en el grupo que él lideraba, lo relevante no era el «grupo» como tal, sino seguirle a Él o no seguirle (Juan 6:66 sig.). Por el contrario, lejos de «agrupar» a las personas (cosa que nunca hizo), Jesús instó a que cada una de ellas, de manera particular, independientemente de la adhesión a cualquiera de esos grupos, buscara al único Dios vivo y, en cada situación de la vida, el “reino de Dios y su justicia”. El mejor botón de muestra es el Sermón del Monte. Es muy significativo que Jesús criticara la labor «misionera» que realizaban los fariseos (Mateo 23:15).

Como es también significativo que Jesús señalara la prioridad de la espiritualidad que supone una relación personal con el Dios único por encima del “compromiso” con un lugar físico, como era el templo de Jerusalén (con su sacerdocio y sus rituales), o con el monte Gerizim (centro de adoración samaritano), porque los verdaderos adoradores, según Jesús, podían relegar el acaparamiento que supone cualquier símbolo religioso y la exclusividad que exigen sus administradores (Juan 4:21-24). Es decir, cualquier «conversión» tiene que ver primero y esencialmente con la espiritualidad personal, intransferible y genuina. El énfasis que muchos líderes religiosos ponen en la «pertenencia» al «grupo» (léase iglesia o denominación), en la observancia de los rituales y ceremonias religiosas y en la asistencia a las reuniones ordinarias o extraordinarias, como «señal» de fidelidad, es una subversión del mensaje de Jesús. Lejos de hacer proselitismo deberíamos gastar nuestras energías en que las personas encontraran al único Dios en sus vidas y vivieran una fe de confianza en Él. Que luego deseen reunirse con nosotros será una simple consecuencia (Hebreos 10:24-25). Ser religioso es una cosa, ser cristiano (nuevo hombre/mujer), es otra.

Dos equívocos muy comunes

Dos equívocos nos conducen a perder la perspectiva misionológica de la iglesia: a) La extrapolación que hacemos de los textos bíblicos relacionados con la misionología de la iglesia primitiva, y b) El ilusorio concepto exclusivista de nuestra particular misión (creer que somos los únicos cristianos verdaderos). 

La extrapolación nos lleva a tratar a nuestra audiencia (que pertenece, la mayoría de las veces, a nuestra misma cultura cristiana) como si fueran aquellos gentiles ignorantes del Dios «desconocido» (Hechos 17), o aquellos judíos que desconocían la llegada del Mesías prometido (Hechos 13:13-52). Olvidamos que muchas de las personas que componen nuestra audiencia son “cristianas”, aunque de diferente educación religiosa. Hablamos de “convertirlas” como si ellas no conocieran el evangelio y al Señor del evangelio. Otra cosa es que esas personas, posibles cristianos nominales (pertenezcan a la familia cristiana que pertenezcan), necesiten oír, entender y aceptar el evangelio. 

El concepto ilusorio de exclusividad consiste en la sinrazón de creer que porque entendemos y practicamos las cosas de diferente manera, ellos son los equivocados y, por estar equivocados, están “perdidos” eternamente. Jesús dijo: “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). 

Cuando nuestro celo misionero consiste solamente en que las personas cambien de «grupo religioso», entonces hemos degradado el sentido de la proposición de Jesús: «os haré pescadores de hombre». Al menos en el ámbito cristiano, cualquier cambio de grupo religioso debe ser en última instancia una consecuencia de haber “encontrado” al único y verdadero Dios en la conciencia del ser y haber entendido el significado y el alcance de la obra redentora del Hijo de Dios. Cambiar de familia religiosa no nos salva.

“Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”

Esta fue la respuesta de Jesús a sus discípulos cuando estos le advirtieron que había «uno» que en su nombre echaba fuera demonios, pero luego no los seguía (Marcos 9:38). ¿Quién sería aquella persona? ¿Cómo es posible que hubiera alguien que en el nombre de Jesús hiciera exorcismos y luego no siguiera al Maestro, ni siquiera tuviera algún contacto con el «grupo»? Es probable que este relato sólo sea una evocación en pasado de una experiencia del presente histórico de la comunidad a la que escribe el evangelista. Es decir, desde la perspectiva religiosa de la comunidad de Marcos, ya viciada, la advertencia tuviera cierta lógica, como la puede tener para nosotros, que pertenecemos cada uno a una comunidad distinta y diferente. Pero la respuesta de Jesús debió de ser desconcertante para los discípulos. ¡Jesús siempre desconcertó con lo que hizo y con lo que dijo! Pero él hizo y dijo siempre bien todo. Nuestro desconcierto, como el de los discípulos, delata nuestra estrechez de miras y descubre la pobreza de nuestra lógica, sobre todo religiosa.

Pescar a quién y para qué 

El ser humano puede vivir alienado en un mar de ignorancia y alejado del conocimiento del único Dios (Hechos 26:17-18); “pescarlos” significaría sacarlos de esa alineación; pero esto es mucho más que simplemente practicar una religión, no importa que cuál sea. “Os haré pescadores de hombres” debe querer decir: os habilitaré para que reconciliéis a las personas con el Dios vivo, para que les enseñéis a buscar el reino de Dios y su justicia en las diversas experiencias de la vida, para que los capacitéis a realizarse en los propósitos prístinos del Creador, para que les motivéis a tratarse unos a otros como hermanos e hijos de un mismo Padre… Esto es mucho más que enrolar personas a nuestro particular grupo religioso. 

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño