Capernaum, centro de operaciones – Mat. 4:12 sig


Capernaum («aldea del consuelo») fue habitada desde la época helenística y estaba situada en la ribera noroeste del lago Genesaret (Mar de Galilea), a unos 4 km de la desembocadura del Jordán en el citado lago. Capernaum fue la ciudad de Jesús; Mateo dice resueltamente que Jesús «dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaum» (Mateo 4:13; ver 9:1). Aquí realizó tantos milagros que Jesús selló aquella frase de: «porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy» (Mateo 11:23). 

¿Por qué eligió Jesús Capernaum y no Jerusalén? Entre diversas probabilidades podemos destacar tres: 

Primera, un alejamiento deliberado del centro religioso judío. En Jerusalén Jesús hubiera encontrado muchos obstáculos a su ministerio, originados por los líderes religiosos. De hecho, en Jerusalén sólo encontró oposición y disputas con ellos cuando asistía a las fiestas (ver Juan 2:13 sig.; 5; 7-8; 10:22 sig. y 11). Por otro lado, Jerusalén era el lugar donde los profetas terminaban siendo mártires (Mateo 23:37; Lucas 13:33). Desde el punto de vista de los Sinópticos, Jesús miraba a Jerusalén como la conclusión de su ministerio (Marcos 10:33-34). De ahí, esa frase lapidaria de Lucas: «cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén» (Lucas 9:51).

Segunda, una aproximación deliberada hacia las gentes más marginadas y pobres de Palestina. Los galileos fueron sistemáticamente subestimados por los de Judea desde la división del reino y particularmente desde la cautividad asiria (Isaías 9:1-2; Mateo 4:12-17; Lucas 13:2; Juan 7:41, 52; etc.). Galilea era también donde más gente rural había, y sus gentes vivían de manera muy precaria (Juan 6:5, 26). Jesús apostó por «los pobres y los quebrantados de corazón» (Lucas 4:16-19).

Tercera, el lugar más idóneo para desarrollar el ministerio que Jesús pensaba llevar a cabo. También, quizás, porque la mayoría de sus discípulos residían en las proximidades del lago: Pedro, Andrés y Felipe eran originarios de Betsaida, pero residían en Capernaum (Juan 1:44; Marcos 1:16).; Natanael era de Caná de Galilea (Juan 21:2); Juan, Jacobo y Mateo, de Capernaum (Marcos 1:19-20; Mateo 9:1, 9).  El único que no era galileo fue Judas iscariote (ver Hechos 2:7). 

Galilea era también el lugar idóneo para apartarse a lugares solitarios, en las verdes campiñas del noroeste de la región, donde Jesús se retiró repetidas veces con sus discípulos para descansar: proximidades de Betsaida (Lucas 9:10), al norte en Tiro y Sidón (Mateo 15:21) y en la región de Cesarea de Filipos, entre el lago y el monte Hermón (Marcos 8:27). 

Emilio Lospitao

¡No tienen vino! – Juan 2 + apología


Los Evangelios sinópticos ubican el principio del ministerio de Jesús en Galilea (Mateo 4:12-17; Marcos 1:14-15; Lucas 4:14-15), pero Juan nos ofrece la valiosa información del enrolamiento de los primeros discípulos, esporádicos seguidores de Juan el Bautista, en Judea: Andrés y su hermano Pedro; Felipe y Natanael (Juan 1:35-51). «Al tercer día», dice este evangelista, tuvo lugar una fiesta de bodas en Caná de Galilea, quizás de algún amigo o pariente de Jesús. Llegaron, pues, a Caná y fueron invitados Jesús y sus discípulos. Allí encontraron a María, su madre (Juan 2:2). 

«Se hicieron unas bodas» 

Juan tiene mucho interés en escribir la crónica de esta boda, porque fue en ella donde Jesús hizo su primera «señal» convirtiendo el agua en vino; la segunda «señal» fue la curación del hijo de un oficial del rey (Juan 4:46, 54). En cualquier caso, Juan dice que «este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea (Juan 2:11). 

Los Evangelios no hacen ninguna referencia de que Jesús alguna vez se riera; pero es imposible imaginar a un hombre al cual los niños se acercaban, y se dejaban acariciar por él, si ese hombre no les recibe con una sincera sonrisa en sus labios, ¡imposible! (Marcos 10:13-16). Jesús debió de haber sido un hombre sumamente optimista y, por lo tanto, alegre, abierto, sociable…

Por otro lado, los evangelistas no temen presentar a Jesús en un entorno de banquetes y fiestas, con toda clase de personas; fiestas y personas a las cuales Jesús no sólo aceptaba (Lucas 7:34; 11:37; Marcos 2:16), sino que además les devolvía el convite: «Este a los pecadores recibe, y con ellos come» (Lucas 14:12; 15:2). ¡Lo cual es un argumento de la veracidad de estos relatos!

Jesús se transfiguró una vez mostrando su gloria celestial en lo alto de un monte, tras lo cual mandó a sus discípulos «que a nadie dijesen lo que habían visto» (Marcos 9:9). La religión, después, le volvió a «transfigurar» (desfigurar) y desde entonces hemos perdido al verdadero Jesús, el que se juntaba con los «pecadores y los publicanos». ¡Jesús era un hombre acostumbrado a las fiestas!

«No tienen vino» 

¡Qué tragedia! ¡No tienen vino! Pero María, y todos los que estaban presentes, y más aún la familia de los novios y estos mismos, sabían que sí era una «tragedia». La petición angustiosa de María así lo sugiere, y el único que podía resolver aquella «tragedia» era su hijo Jesús. Quizás estuvo fuera de lugar (“¿qué tienes conmigo, mujer?”), pero Jesús se puso en el lugar de los novios y, después de un instante de vacilación, accedió a la súplica de la madre, quien, confiada, dijo a los sirvientes: «haced todo lo que os dijere». 

La prisa de Juan por relatar este suceso radica en el «milagro», que él llamará sistemáticamente «señal» en su Evangelio (Juan 2:18; 4:54; 6:14, 30; 10:41; 12:18); pero detrás del milagro subyace el lado humano, amable y empático de Jesús: se había acabado el vino y sin vino la fiesta de bodas terminaba abruptamente, antes del día previsto, y ahí radicaba la «tragedia». ¡La mentalidad de algunos exégetas, en especial americanos, no pueden entender que en la cultura mediterránea, antes y ahora, una fiesta no es posible sin vino! (Ver más adelante en la apología).

No tenemos nada en contra del puritanismo bien entendido, que tanta templanza, sobriedad y moderación ha aportado al estilo de vida cristiano, especialmente en períodos de relajamiento moral de la sociedad. Pero sí contra ese pseudopuritanismo que quiere convertir la vida cristiana en una gris y melancólica experiencia. 

«Llenad esas tinajas de agua» 

¡Llenad esas tinajas de agua!, dijo Jesús. ¿Para qué? Para convertir el agua en vino, para que la fiesta llegue hasta donde tiene que llegar, para que el gozo de los novios no se convierta en una pesadilla de frustración y vergüenza… 

¿Por qué tus discípulos no ayunan?, le preguntaron una vez a Jesús. Este les contestó: ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? (Marcos 2:18-19). Ese “ayuno” en el contexto social de Palestina era la privación absoluta tanto de comida como de bebida. Las fiestas de bodas judías duraban una semana. Siete días de alegría, de gozo… acompañando a los novios. El vino era uno de los componentes que hacían posible dicho regocijo. 

¡Jesús no quiso «aguar» la fiesta, por cariño, por solidaridad, por empatía hacia los novios! ¡No hay un relato más humano y lúdico de la vida de Jesús como este! ¡Esta es la otra cara –desconocida– del Jesús de los Evangelios! 

ANEXO (Apología)

El vino en la vida cotidiana en el Antiguo Testamento

Algunos exégetas de las Iglesias de Cristo consideran que tomar alcohol es “pecado”, cualquiera que sea la cantidad o naturaleza del mismo. Exponemos este tema con todo el respeto hacia las personas que tienen a bien la abstención total de cualquier bebida alcohólica, lo cual elogiamos sinceramente. No obstante, creemos que una cosa es abstenerse de tomar bebidas alcohólicas por considerar que es dañino para la salud cuando se toma en exceso y otra muy diferente la criminalización moral de la ingestión de dicha bebida. Estamos convencidos de que la Biblia advierte de las consecuencias del abuso del alcohol, pero no existe ninguna condena por tomarlo en cantidades adecuadas según las personas.

La Biblia no teme hablar del placer que procura el vino. Un banquete era denominado “misteh” por eufemismo, o sea, “libaciones”. Antes que el salmista dijera que “el vino alegra el corazón del hombre” (Salmo 104:15), ya era poéticamente evocado en la época de los jueces con el mismo sentido: “y la vid le respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9:13). Se exalta la calidad de los vinos de Hesbón, Sibma, Eleale, Líbano y Helbón (Isaías 16:8-10; Jeremías 48:32; Oseas 14:7; Ezequiel 27:18). El vino era un don de Dios (Oseas 2:8-9) y una señal de su bendición (Joel 2:23-24). El vino formaba parte de los elementos del diezmo y como ingrediente de la fiesta de las primicias (Deut. 14:22-26). El vino fue usado como libación en el culto a Dios (1Samuel 1:24; 10:3), estaba presente tanto en los festines como en las simples comidas (Job 1:18; Proverbios 9:1-5), y la falta del mismo figura entre las carencias que acompañaban a la desolación por el juicio de Dios (Isaías 24:6-9). El vino formaba parte de los elementos del diezmo y como ingrediente de la fiesta de las primicias.

Términos para referirse al vino

Yayin es el término empleado habitualmente para designar el zumo fermentado de la vid (141 veces en el AT). Esta palabra está emparentada con el vocablo indoeuropeo (griego) “oinos” (en latín “vinum”; alemán “wein”; inglés “vine”; español “vino”).

Sekar es un vocablo semítico que designa toda suerte de bebidas fermentadas; además del vino, otras bebidas alcohólicas obtenidas con la fermentación de la cebada, los dátiles, las granadas, el vino de palma y el zumo de manzanas (1Samuel 1:15; Levítico 10:9; Proverbios 31:4-5). Esta palabra aparece sólo una vez para indicar la libación de vino en la ofrenda diaria (Números 28:7).

Tiros es una palabra de etimología incierta que parece haber designado propiamente el mosto, el zumo de uva recién obtenido y no fermentado (Deut. 7:13; 11:14; 18:4; Jeremías 31:12; Génesis 27:28)

Hémer un vocablo corriente del arameo que indica el vino en cuanto producto fermentado, puesto que su raíz significa fermentar (Esdras 6:9; 7:22; Daniel 5:1-2; Deuteronomio 32:14).

Metáfora y simbolismo del vino

Metafóricamente, para anunciar los castigos de Dios a su pueblo infiel, los profetas emplean a veces la imagen de una mala vendimia (Amós 5:11). Con frecuencia, el juicio de Dios se expresa con la imagen de una copa de vino (Jeremías 25:15). Como contrapunto, con el vino también se expresa la plenitud de la dicha mesiánica (Joel 2:23-24; 3:18; Amós 9:13; Zacarías 10:7).

(Enciclopedia de la Biblia. Segunda Edición, 1969. Ediciones Garriga. S.A. Barcelona).

La abstinencia como excepción

La abstinencia de los recabitas (Jeremías 35) no se debía tanto a la temperancia, sino al estilo de vida nómada hostil a la vida ciudadana. Por otro lado, la abstinencia de los nazareos podía ser temporal o definitiva según fuera su voto; además, durante el tiempo que duraba el voto, no podían comer ni siquiera uvas frescas ni secas (Números 6). Juan el bautista era abstemio por su voto nazareo (Lucas 1:15), pero no lo fue Jesús (Lucas 7:33-34).

¿Es pecado tomar alcohol?

Todo el mundo tiene en mente la imagen típicamente estadounidense de la botella envuelta en una bolsa de papel mientras el consumidor bebe de ella o la lleva por la vía pública: está prohibido por ley exhibir recipientes de bebidas alcohólicas, incluso en su propio jardín si da acceso a la calle.

El concepto “pecaminoso” de tomar alcohol que existe entre las iglesias, especialmente fundamentalistas de Norteamérica (y por extensión las iglesias fruto de las misiones norteamericanas), entre ellas las Iglesias de Cristo objeto de este estudio, tiene su raíz sociológica en la ley seca estadounidense. El sólo hecho de probar cualquier bebida alcohólica, como el vino, está considerado “pecado”. Este concepto “pecaminoso” del alcohol conllevó la idea de que la mención del vino en la Biblia tenía dos connotaciones muy claras y diferenciadas: a) El mosto fermentado (con alcohol) que está asociado siempre con todo lo negativo y pecaminoso de la conducta humana; y b) El mosto no fermentado que, según los exégetas de estas iglesias, fue el “fruto de la vid” que Jesús usó en la celebración de la pascua judía y en la cual instituyó la “Santa Cena” (Lucas 22:7 sigs.). Además, este mosto fue el “buen vino” resultado del milagro que Jesús realizó en las bodas de Caná (Juan 2:1-11). Es obvio, por lo tanto, que todos los relatos bíblicos en los cuales Jesús tiene alguna relación con el vino no pudo ser otra cosa que mosto sin fermentar, pues Jesús no pudo haber tomado bebidas alcohólicas (porque es imposible que Jesús “hubiera pecado”).

El término griego que encontramos en el Nuevo Testamento para referirse al vino o mosto es “oinos», 25 veces, y una sola vez “gleukos”, ésta en Hechos 2:13. Pero no vamos a realizar un análisis semántico de los términos, sino contextual.

Para el objeto de esta apología nos interesa considerar los siguientes textos.

Juan 2:3, 9-10

«Y como faltó el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino […] y cuando el encargado del banquete probó el agua ya hecha vino, y no sabía de dónde venía (aunque los sirvientes que habían sacado el agua sí lo sabían), llamó al novio y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino; y cuando ya han tomado bastante, entonces saca el inferior. Pero tú has guardado el buen vino hasta ahora».

Dos observaciones hemos de hacer sobre este texto:

En primer lugar tenemos que leer este relato en el contexto de las fiestas de bodas en los tiempos de Jesús en Palestina. En estas fiestas de bodas, primero se ofrecía a los invitados el vino bueno, que era el vino curado, como se entiende en la vinicultura mediterránea desde tiempos inmemoriales; luego, cuando la gente no distinguía bien la calidad del vino (por estar casi ebrias), se les ofrecía un vino inferior y más barato (costumbre que no ha cambiado).

En segundo lugar, el punto de interés de este milagro radica precisamente en la calidad de los dos vinos: el que habían estado bebiendo, que se acabó, y aquel que fue el resultado del milagro, que fue superior en calidad al primero.

Ahora bien, un vino es superior en calidad cuanto más añejo es; por lo tanto, en aquella época, como en la nuestra, se trataba de un “vino fermentado”. Si no es así, no es “buen vino”.

Decir que el mosto recién sacado de la uva es «mejor vino» que el fermentado, es ignorar la vinicultura mediterránea actual y la del tiempo de Jesús.

1Timoteo 3:3, 8; Tito 1:7 y Tito 2:3.

«no dado al vino; no violento, sino amable; no contencioso ni amante del dinero.»

«No dado al vino»

No significa que la persona tenga que ser totalmente abstemia, sino que sea prudente cuando tome bebidas alcohólicas. 1 Timoteo dice: “no dados a mucho vino”; esto significa que pueden tomar cierta cantidad de vino, pero no “mucho”. Y Tito 2:3, referido a las mujeres, dice que no sean “esclavas del vino”; es decir, que no tengan dependencia del vino.

Dos observaciones de interés:

Primera, los textos citados más arriba llevan implícito que se trata de mosto “fermentado”. ¿Qué sentido tiene exhortar a que no sea «dado al vino”, o que no sean “esclavos del vino”, si se trata de simple e inocuo mosto sin alcohol? ¿Hay algún pecado en tomar mucho mosto, o mucho zumo, de cualquier fruto, o Coca Cola? Tomar «mucho» zumo, de lo que sea, puede hacer daño como puede hacerlo el abuso de cualquier otra ingestión, ¿por qué exhortar específicamente sobre el «mosto»? ¡Porque «este» mosto tenía consecuencias por causa del alcohol!

Segunda, no obstante de que se trata de mosto con alcohol, no se prohíbe radicalmente tomarlo ni se condena como “pecado”. La exhortación es oportuna por causa del mal uso que se puede hacer de él; se trata de evitar que los siervos y las siervas de Dios se excedan en el uso del vino y se embriaguen. La Biblia advierte de las consecuencias del exceso del alcohol, pero no condena beberlo. Cómo y cuánto beber está en la responsabilidad y la discreción de quien lo toma.

Emilio Lospitao

El porqué de la teologización


Las personas que componían las iglesias del cristianismo primitivo compartían las leyes, las costumbres, la dieta, el vestido, los roles, los códigos domésticos… de sus coetáneos. El Nuevo Testamento da cuenta de todo esto. No obstante, la nueva fe aceptada les hacía sentirse distintos a las demás personas que no habían aceptado dicha fe. Esto por sí solo originaba ya una tensión dialéctica que se vivenciaba en lo cotidiano. El peligro consistía en que los “fieles” a la nueva fe se dejaran arrastrar y abandonar el camino emprendido. Había que concienciar y catequizar a los ganados para la causa, y aquí entra el lenguaje teologizado, “los de afuera”, “los del mundo”, etc. Ahora bien, este uso del lenguaje, con esas pretensiones, no era –ni es– una exclusiva del cristianismo primitivo, sino de cualquier entidad donde esté en juego la pertenencia del grupo. Así pues, tenemos, al menos, las siguientes explicaciones.

1. Es una dinámica de grupo

En todas las actividades grupales, sea de la naturaleza que sea, se fomenta el sentido de pertenencia al grupo, de ahí “los de adentro” y “los de afuera”, “los otros” frente al “nosotros”. Es decir, se fomenta lo endogámico. Este fenómeno ocurre generalmente en todos los grupos, ya sean gremios profesionales, equipos deportivos, artísticos, etc. Es un fenómeno sociológico universal. La Iglesia no fue ajena a este fenómeno. En la esfera religiosa, se “teologiza”; en la esfera profana, se idealiza e incluso se ideologiza. La idealización no es mala; al contrario, sirve de horizonte, de norte. Lo grave es cuando la ideología fanatiza, alinea, degrada, corrompe.

2. Fortalece los vínculos del grupo

El sentido de pertenencia a un grupo fortalece los vínculos personales entre los “miembros del grupo”. Pablo escribe a los colosenses: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones…” (Colosenses 3:16) y a los cristianos de Éfeso: “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5:19). Las palabras claves de estos textos radica en la forma plural de los verbos: “enseñándoos”, “exhortándoos”, “entre vosotros”, lo cual implica proximidad y reciprocidad.

3. Anima ante la adversidad y los conflictos

Esporádicamente, y en algunos lugares del imperio, la Iglesia sufrió persecución. En ocasiones esta persecución fue local y ocasional (p. ej. Hechos 16:20-24; 17:5-9). Pero sabemos que esta persecución fue más amplia en el tiempo y en el espacio durante el mandato de algunos emperadores romanos (Nerón, Domiciano, etc.). Uno de los libros más beligerante en el lenguaje (aunque figurado) del Nuevo Testamento es Apocalipsis. El mensaje de este libro es un reto a la política religiosa de Roma en el tiempo de Domiciano (51-96 d.C.), pero también es un mensaje de aliento y ánimos a una Iglesia objeto de persecución (p. ej. Apoc. 17-20). El autor de 1Juan, que pertenece a la misma época, dice: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). La palabra mágica, en momentos de pruebas, es victoria: “los habéis vencido”.

4. Da coherencia a la enseñanza

El mayor hándicap de un maestro es que su exposición, además clara, perdure en el tiempo en la mente de sus discípulos. Y nada es más eficaz para lograr esto que las ideas vayan acompañadas de imágenes, de historietas, ilustraciones cotidianas. Jesús logró este objetivo mediante las parábolas, fáciles de recordar y de relacionar con las cosas cotidianas. Pablo también fue un maestro en estas lides. Pero sobre todo, el Apóstol buscaba la coherencia. Un ejemplo de esto es la alegoría que formuló de la historia de Sara y Agar: “Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre” (Gálatas 4:30-31. cf. Génesis 16). De hecho, Pablo es quien más usa estos recursos pedagógicos para dar coherencia a sus enseñanzas y exhortaciones, como vemos en la teologización de las instituciones y del lenguaje.

5. Incentiva la evangelización (proselitismo)

Independientemente de la Gran Comisión, que la Iglesia sintió como deuda propia respecto al mundo, por su naturaleza, originalidad y singularidad, desde un punto de vista sociológico, la Iglesia encontró una razón indiscutible para ganar a otros al grupo que ella representaba. Por ello, el autor de las Pastorales, exhorta: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2). Y así es en el mejor de los casos. En el peor, se convierte en un burdo proselitismo mediante el cual algunos grupos religiosos tienen como leitmotiv su exclusivismo y el afán de ganar miembros a su propio círculo.

¿Podemos absolutizar la teologización que hacen los autores del Nuevo Testamento de las instituciones y del lenguaje?

Emilio Lospitao

Jesús y la teologización del lenguaje excluyente


El judío se distinguía del que no lo era por cuatro elementos esenciales: el nacimiento, el sábado, la circuncisión y los alimentos impuros. Como la Iglesia se distanció del judaísmo y de la ley judía, buscó su identidad y su sentido de pertenencia mediante la teologización de estos dos conceptos: “los del mundo” y “los de afuera”, como ya vimos en el anterior “Acento hermenéutico”. Así selló su marca de identidad y de pertenencia. Es decir, se alejó de las leyes ceremoniales de la Ley de Moisés que tenían el mismo objetivo en el judaísmo: crear fronteras entre el pueblo elegido y el resto del mundo, los gentiles.

Jesús y la pertenencia

Pues bien, Jesús cuestionó las cuatro instituciones de pertenencia judías: a) Dios podía levantar hijos de Abraham aun de las piedras (Lucas 3:89); b) El sábado había sido instituido para el hombre, no el hombre para el sábado (Marcos 2:27); c) La verdadera circuncisión, diría el Apóstol después, era la del corazón no la de la carne (Romanos 2:28-29); y d) Lo que hacía impura a una persona no era lo que ingería por la boca, sino lo que salía del corazón (Marcos 7:15-23).

Jesús –con su actitud y sus enseñanzas–, al relativizar estas instituciones, disolvió los márgenes que separaban a las personas por causa de las fronteras simbólicas que creaban dichas instituciones. Por causa de esas fronteras, muchas personas eran excluidas y marginadas: ciertos enfermos, mutilados, publicanos, pecadores, (los que no observaban las leyes de pureza según la ley), prostitutas y, por supuesto, los gentiles.

Jesús, al juntarse y compartir mesa con este tipo de personas marginadas, estaba cuestionando la teologización que el fariseísmo había hecho del lenguaje (“puros/impuros”) y la exclusión que dicha teologización había originado: “los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lucas 15:1-2).

Jesús nunca dijo o hizo nada que distinguiera a las personas por razón de sexo, condición social, prácticas religiosas, profesión, moralidad, integridad física… Jesús deshizo todas las teologizaciones religiosas que los religiosos habían formalizado a lo largo de la historia. Rompió todas las fronteras que clasificaban a las personas. Compartir mesa (que era y es sagrado en el judaísmo) con los excluidos (“los del mundo”) era una metáfora de la gratuidad amorosa del Padre que hacía salir el sol y mandaba lluvia tanto para puros como para impuros (Mateo 5:45). ¡Y esa era la “buena noticia” del Reino de Dios! Hoy Jesús no hablaría de “los del mundo” ni de “los de afuera”. Mas bien estaría, como estuvo, compartiendo mesa con ellos. La Iglesia, por motivos diversos, cayó en la trampa que había caído el judaísmo originando fronteras entre “puros” e “impuros”, los de “adentro” (de la iglesia) y los de “afuera” (de la iglesia). ¡Muy lejos de la actitud de Jesús!

Una consideración vital, para ubicar estas teologizaciones en su lugar adecuado, en el fondo y en la forma, sería preguntarnos ¿por qué se tiende –como los hagiógrafos tendieron– a teologizar las instituciones, las costumbres sociales, incluso el lenguaje? En entender este “por qué” puede estar la clave para interpretar dichas teologizaciones sin caer en los errores, y en los abusos, que posiblemente hemos caído también nosotros. ¿Pero por qué los líderes del cristianismo primitivo teologizaron estos términos de exclusión? Lo veremos en “Acento hermenéutico” del siguiente post.

Emilio Lospitao