Jesús, los fariseos y la ley. Mat. 19


El lector un poco ávido de los evangelios se dará cuenta de inmediato que dos de los contingentes que dan vida a los relatos evangélicos son los enfrentamientos dialécticos entre Jesús y los fariseos, y la dispar interpretación que Jesús hacía de la ley. Así pues, entenderemos mejor la actitud que asume Jesús frente a este colectivo, y frente a la ley, si conocemos quiénes eran los fariseos y cómo estaba fijada la ley en la época del Nuevo Testamento. En primer lugar, en cuanto a Jesús, partimos de la información que nos ofrecen los Evangelios canónicos (los evangelios apócrifos son muy tardíos en el tiempo con poco valor crítico, y las fuentes extrabíblicas apenas hablan de Jesús). En segundo lugar, los relatos canónicos, literariamente hablando, no fue una obra de taquígrafos, a pie de calle, donde ocurrieron los hechos, sino, en un sentido amplio, el resultado de la reflexión teológica de las comunidades (o escuelas) cristianas del primer siglo. En tercer lugar, estas reflexiones se llevaron a cabo en el contexto de una profunda apología de enfrentamiento de la comunidad cristiana con el colectivo farisaico. De ahí, la no disimulada radicalización que los evangelistas presentan entre Jesús y los fariseos, lo cual distorsiona en cierta medida la realidad, como veremos más adelante. Es posible que la generalización nefasta que solemos hacer contra el fariseísmo de la época del Nuevo Testamento, quizás no sea crítica. ¡Y esto es lo que tenemos! Si Jesús hubiera nacido en el siglo XXI tendríamos cientos de videos en Youtube con sus predicaciones, sus milagros…, con la objetividad que ofrece “el directo”. Pero no; no disponemos de esa objetividad.

Los fariseos

Se cree que su origen se remonta a la época de los Macabeos, identificados allí como asideos (piadosos), israelitas apegados a la ley, que se unieron a la guerrilla contra Antioco Epifanes (1 Macabeos 2:42; 7:12-14). Posteriormente, se diversificaron: unos vinieron a formar el grupo de los fariseos que conocemos en el Nuevo Testamento, y otros, el grupo de los esenios (más radicales), que no aparecen explícitamente en el texto neotestamentario. Los fariseos creían constituir el verdadero pueblo sacerdotal de Dios (ver Éxodo 19:6). No debemos confundir a los fariseos con los “escribas” (doctores de la ley) aunque algunos de estos eran fariseos. La frase “escribas y fariseos” (o viceversa), que a veces usan los evangelistas, puede resultar ambigua a la hora de diferenciarlos; pero, según el Evangelio de Lucas, Jesús parece que se dirigió a ambos grupos por separado cuando los amonesta específicamente por sus actitudes dolosas. Se dirige a los doctores de la ley (escribas), en su calidad de maestros de la ley y las imposiciones de sus enseñanzas (Lucas 11:46-52; 20:46); y se dirige a los fariseos por su hipocresía en el cumplimiento de dichas enseñanzas (Lucas 11:39-43). El ideal de la comunidad farisea consistía en vivir una vida ejemplar centrada en la meditación y en la práctica de la ley, aun de las tradiciones más insignificantes (Mateo 23:23; Marcos 7:1 sig.). Para formar parte de ellos, que constituían una comunidad cerrada, existían normas precisas, y el candidato tenía que superar un período de prueba en la que incluía el cumplimiento minucioso de la obligación del diezmo, la observancia estricta de purificaciones rituales, el cumplimiento exacto de las tres oraciones diarias, el ayuno dos veces por semana, etc. (J. Jeremías). En los días de Jesús, los fariseos eran designados con el nombre de perusim, que significa los “apartados” (santos). Y así les gustaba a ellos ser llamados. A este respecto, es interesante observar que Pablo también llame a las comunidades cristianas como “los santos” (Romanos 15:25, 31; 1 Corintios 16:1; 2 Corintios 8:4; 9:1, 12, y más). 

A partir del carácter que denota los textos evangélicos respecto a los fariseos, la tradición ha fijado la identificación del término con “hipocresía”. Pero aparte de esta nota tradicionalmente negativa contra los fariseos, lo cierto es que fueron muy respetados por el pueblo israelita. Aunque Lucas los vincula con los judaizantes (Hechos 15:5), a los cuales Pablo atacó sin piedad (Gálatas), en el resto de las epístolas no se percibe nada negativo contra los fariseos; al contrario, Pablo los ensalza indirectamente cuando dice haber pertenecido al grupo de ellos (Hechos 23:6; 26:4-5; Filipenses 3:4-5). Jesús mismo había mantenido buena relación con muchos fariseos de los cuales aceptaba invitaciones a sus banquetes (Lucas 7:36; 11:37; 14:1) y, se supone, Jesús les devolvería la invitación, como era la costumbre (ver Lucas 14:12-14).

Fueron fariseos, además de insignes miembros del sanedrín, hombres abiertos y ecuánimes, Nicodemo (Juan 3:1: 7:45-52); Gamaliel, doctor de la ley por demás (Hechos 5:34); y, muy probablemente, José de Arimatea (Mateo 27:57-60; Lucas 23:50-53; Juan 19:38). Es obvio, pues, que la composición de los evangelios se llevó a cabo en una atmósfera altamente apologética, especialmente frente a los fariseos de las primeras décadas del cristianismo primitivo. Esto justifica hasta cierto punto que la comunidad cristiana acentuara el enfrentamiento existente entre Jesús y los fariseos, otorgando más radicalidad a los pronunciamientos de Jesús. Después de la guerra entre judíos y romanos en el año 70 d.C, los fariseos fueron el único grupo religioso judío que pudo sobrevivir, los cuales influyeron de manera decisiva en la orientación espiritual, tanto de las sinagogas mismas, como en el desarrollo del judaísmo posterior hasta nuestros días

Los fariseos y la ley

Independientemente de las muchas explicaciones rabínicas en torno a la ley, que se acuñaron como añadidura a ésta (Marcos 7:8-9), y que luego vinieron a formar parte de las enseñanzas talmúdicas del judaísmo posterior, para los fariseos del tiempo de Jesús, la ley y las tradiciones, formaban un todo igual de legítimos y con la misma obligación de cumplir (Marcos 7:1-4). Salvo excepciones (Marcos 12:28-34), los fariseos entendían el cumplimiento de la ley desde el formalismo, poniendo la ley por encima de las personas mismas. De ahí, el enojo del principal de la sinagoga contra Jesús por haber sanado éste a una mujer en sábado (Lucas 13:10-17); o la presión que ejercieron sobre Jesús para lapidar a una mujer sorprendida en adulterio, porque la ley demandaba precisamente eso (Juan 8:1-11; ver Deuteronomio 22:22); etc. Esta manera de entender el cumplimiento de la ley era fruto de su exacerbado celo por la ley (Juan 5:39). Pablo declarará después que ese celo por la ley (“celo de Dios”) de los fariseos no era “conforme a ciencia”, ya que la meta de dicho celo era la mera auto justificación (Romanos 10:1-3). Jesús puso a los fariseos en la cuerda floja con la parábola del “fariseo y el publicano” (Lucas 18:9-14) y restó algún valor meritorio por el hecho de “cumplir” la ley con otra parábola, la del deber del criado (Lucas 17:7-10). Este formalismo legalista farisaico exigía, por coherencia, un conocimiento exhaustivo y meticuloso de la ley, y de las enseñanzas rabínicas, para poder cumplir fielmente con ellas, y, por lo tanto, ser “justos”. Esto significaba que los ignorantes de la ley y de las tradiciones, que era la mayoría del pueblo sencillo, no pudieran nunca alcanzar dicha “justicia” (“esta gente que no sabe la ley, maldita es” – Juan 7:49), engrosando así la lista de los “pecadores”. Cuando los evangelios citan a los “pecadores” se refiere a la gente ignorante de la ley (Mateo 9:10; 11:19; Lucas 5:30; 15:1-2; etc.). 

Pugna entre Jesús y los fariseos 

Sería más apropiado decir «algunos fariseos». Ya hemos dicho que el fariseísmo en su conjunto está mal representado por las pocas notas negativas de los Evangelios. Pues bien, cualquiera que visitara Palestina en los días de Jesús, hubiera tenido la impresión de que quienes engrosaban la audiencia del Galileo eran los “publicanos y los pecadores” (Mateo 11:19), las prostitutas (Lucas 7:36 sig.), los mutilados y los enfermos (Mateo 15:29-31)…; es decir, los excluidos de la sociedad y de la piedad religiosa, por diferentes motivos. Unos, porque ignoraban la ley (los “pecadores”); otros, porque eran personas non grata por el trabajo que desarrollaban (los “publicanos”); otros, porque tenían prohibido acceder al templo (los “mutilados”); otros, porque su conducta no era la convencional (las “prostitutas”); otros, los segregados incluso de la propia familia (los “leprosos”). El simple contacto con estas gentes suponía quedar ceremonialmente “impuro” según entendían las prescripciones del Levítico. ¡Y Jesús andaba entre estas gentes a las cuales no sólo tocaba físicamente (Mateo 8:1-3), sino que se dejaba tocar por ellas (Marcos 6:53-56)!

Con este modus operandi, Jesús no sólo se distanció de cierto sector del fariseísmo, sino incluso del propio Juan el Bautista y sus seguidores. Algunos fariseos, escandalizados por la liberalidad de Jesús y sus discípulos, condenaron su comportamiento evocando al Bautista y a sus discípulos: “¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?” (Marcos 2:18). Jesús y sus discípulos no ayunaban; tampoco se abstenían de beber vino; al contrario, disfrutaban de los banquetes a los cuales los publicanos y los pecadores les invitaban, y, según las reglas sociales, Jesús les correspondía (Lucas 15:1-2). La respuesta de Jesús a estas críticas, fue: “¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar.” (Marcos 2:19). Así que, estos fariseos, le acusaron de “glotón y bebedor de vino” (Lucas 7:34). Tal era el concepto negativo que tenían de Jesús, que dudaban que el ciego hubiera sido realmente sanado por él, un “pecador” (Juan 9:13-33).

La frase “los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” debió haberla repetido Jesús muchas veces a estos «fieles» de la ley (Marcos 2:13-17). Esta crisis entre Jesús y los fariseos más estrictos se enconó hasta tal punto que Juan (el evangelista más anti-judío), comenta: “por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día de reposo.” (Juan 5:15-16).

La raíz de la pugna entre Jesús y la ortodoxia farisaica

La raíz del problema entre Jesús y la ortodoxia farisaica estribaba básicamente, por un lado, en que los líderes de esta ortodoxia atribuían el mismo valor a todos los textos de la Ley por igual, sin atender a su contenido, es decir, la Ley era indivisible; y, por otro, el frio formalismo en el cumplimiento de ella. Pero Jesús rehusó aceptar tanto la indivisibilidad de la Ley como sujetarse al formalismo que le atribuían. A estos líderes fariseos les gustaba mucho citar la Biblia para comprometer a Jesús (Mateo 19:7; 22:24; Juan 8:5). Para aquellos fariseos el valor de la Escritura radicaba en el hecho de ser Escritura de Dios, que nadie podía discutir; pero Jesús, por el contrario, no adoptó una actitud de obediencia ciega a la Escritura como autoridad formal. Jesús subrayó unos pasajes de la Escritura por encima de otros. Sobrepuso, por ejemplo, Génesis 2:24 sobre Deuteronomio 24:1, para proteger a la mujer del repudio, a veces arbitrario, que además era una prerrogativa del varón en aquella época. Jesús no se limitó a la letra de la ley, sino que buscó en la ley la voluntad de Dios (a pesar de lo que decía la letra de la Ley, Jesús defendió a la mujer acusada de adulterio – Juan 8:1-11; ver Levítico 20:10). Esto significa que Jesús puso en crisis la autoridad “formal” de la Ley, y, naturalmente, cualquier autoritarismo que quiera constituirse en fundamento último de la actuación del hombre de cualquier época.

¿Cumplió Jesús la ley de Moisés? 

La respuesta a esta pregunta nos viene de la conocida y lapidaria frase: “no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17), la cual queda apostillada por: “pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley” (Lucas 16:17). ¿Cómo comenta entonces Marcos: “Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (Marcos 7:19)? ¿No era parte de la ley la categorización de los alimentos puros y los alimentos impuros (Levítico 11)?

La pedagogía que hemos heredado 

Conforme a la pedagogía que hemos heredado, leemos los Evangelios en “clave cronológica”; es decir, como si los relatos hubieran sido escritos por algún “taquígrafo” testigo ocular de los hechos o mediante la transcripción de un discurso «grabado». En el mejor de los casos, evocamos la “buena memoria” de dichos testigos (¡o la inspiración verbal palabra por palabra!). Siempre nos ha sorprendido que un apóstol, testigo de los hechos que narra, como es el caso de Mateo, tuviera que depender de Marcos, que no fue testigo de tales hechos, para escribir casi la totalidad de su Evangelio. En cualquier caso, nos cuesta mucho asumir que lo que dicen los evangelistas no sea exactamente lo que Jesús dijo palabra por palabra. Nos parece una blasfemia concebir que los hagiógrafos gozaran de libertad para acomodar las enseñanzas de Jesús usando las palabras adecuadas a las circunstancias del lugar y de los destinatarios del evangelista, así como ubicar dichas enseñanzas en el escenario más oportuno. Sería bueno, a este respecto, echar un vistazo al Sermón del Monte en Mateo y en Lucas, por ejemplo. 

Incompatibilidades 

Desde esta lectura en “clave cronológica”, existe una incompatibilidad entre la afirmación de Jesús (“no he venido para abrogar, sino para cumplir”) y el comentario de Marcos (“Esto decía, haciendo limpio todos los alimentos”). Si Jesús hizo limpios todos los alimentos, entonces abrogó parte de las prescripciones de Levítico 11. Además, según este comentario de Marcos, Jesús puso en jaque la concepción clásica del culto con su sistema sacrificial y expiatorio de la época. En otras palabras, eso significaba suprimir la distinción fundamental entre lo sagrado y lo profano según establecía el libro de Levítico. ¿Pero hizo eso Jesús?

[Nota: Los cristianos mesiánicos se oponen a la tesis del comentario (exclusivo) de Marcos, que consideran una glosa fuera de contexto (Mark 7:19 – Did Yeshua Make «Unclean» Food «Clean?» – David Bar-Yonah Bivin, Teaching of Zion, pág. 14 -en inglés). enlace al pdf: https://netivyah.org/wp-content/uploads/2018/09/tfz24.pdf%5D. 

Otra forma de ver las cosas 

Sin embargo, si leemos los Evangelios en “clave anacrónica”, es decir, admitiendo la extrapolación del desarrollo teológico de las comunidades cristianas al marco histórico de Jesús, entonces las cosas empiezan a tener más sentido. El texto que hemos citado de Marcos 7:14-23 tiene como contexto ideológico el relato de Hechos 10:9-15, donde a Pedro se le dice prácticamente lo mismo, pero cronológicamente en un tiempo posterior: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. Es decir, el relato de Marcos hunde sus raíces teológicas en la enseñanza de la iglesia, y no al contrario. Esto significa que los evangelistas, cuando escriben sus Evangelios, extrapolan conceptos ya elaborados por la reflexión teológica de las primeras comunidades cristianas en el teatro operativo del ministerio de Jesús (Juan 4:21; 6:25 sig. y otros, pueden ser algunos ejemplos). 

Pero la cuestión no termina aquí. Los Evangelios, además, deberíamos leerlos desde la «clave» de la doble experiencia socio-religiosa de las dos comunidades cristianas primitivas: la judeocristiana y la gentil. Entre las comunidades judeocristianas aún se mantenían las leyes levíticas de impureza (Hechos 15:28-29; 21:25); lo que significa que seguían el estilo de vida judío tomando como ejemplo a Jesús, un judío cumplidor de la ley. Mientras que entre las comunidades gentiles prevalecía la idea de que todo era limpio por sí mismo (Romanos 14.14; ver 1 Corintios 8), dejando obsoleto el estilo de vida judío. El estilo de vida religioso de las iglesias gentiles es el que las Iglesias de Cristo desean “restaurar”, pero no saben –o no quieren- explicarlo.

Jesús, los publicanos y los pecadores 

Volvemos de nuevo al comienzo. Jesús rompió todos los convencionalismos de su época. Nunca un intérprete de la Ley o un fariseo se hubiera comportado como lo hizo Jesús. Jesús fue el antípodas de todos ellos: rompió las normas levíticas de impureza según las entendían los maestros de la Ley. Los judíos piadosos, por si acaso se habían rozado en la calle con algo «impuro», seguían las abluciones rituales al llegar a casa para «purificarse». A la luz de Marcos 7, Jesús no habría seguido dichas abluciones. Pero el hecho de que Jesús se relacionara con aquel heterogéneo tipo de gentes, sobrepasó los aspectos formales de la ley. En el comportamiento de Jesús había una motivación superior hacia esas personas, las cuales encontraron en el Predicador galileo la autoestima robada por los estigmas de los cuales eran objeto por causa de una exégesis excesivamente formal de la Ley. 

Emilio Lospitao

«Todos vienen a él» (Juan 3:23-30)


Los Evangelios sinópticos sitúan el inicio del ministerio de Jesús en Galilea justo cuando termina el ministerio de Juan el Bautista, cuando éste fue preso por Herodes el tetrarca (Mateo 4:12 sig.; Marcos 1:14; Lucas 3:19-20). Sin embargo, el evangelista Juan contemporiza el ministerio de Jesús con el de Juan el Bautista en Judea: “Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba. Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas… porque Juan no había sido aún encarcelado” (Juan 3:22-24). Le recuerdo al lector sobre la creatividad literaria y el propósito ideológico de los hagiógrafos.

Históricamente Jesús continuó el ministerio del Bautista, incluso con el mismo mensaje: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2), “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” Marcos 1:14-15). Pero tanto los Sinópticos como el Evangelio de Juan inciden en el papel de “precursor” del Bautista: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él o bautizará en Espíritu Santo” (Mateo 3:11; Marcos 1:7-8; Lucas 3:16; Juan 1:26-27). 

En la narrativa de los Evangelios existe un guion ideológico incuestionable: Juan el Bautista era verdaderamente un profeta, y más que un profeta. Mateo y Lucas (¿Documento “Q”?) ponen en boca de Jesús estas retóricas sentencias: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mateo 11:7-10; Lucas 7:24-27). Pero, a la vez, a pesar de ser un profeta, el Bautista ni siquiera es digno de desatar el calzado del cual él se presenta como su precursor: “pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. De este detalle se hacen eco los cuatro evangelistas (Mateo 3:11; Marcos 1:7; Lucas 3:16 y Juan 1:2;). Por ello, el Bautista testifica: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). 

No existe una historia más frustrante en los Evangelios que la historia del Bautista, pues después de toda una vida de preparación (Marcos 1:6; Lucas 7:33) y un ministerio muy breve (Juan1:19 sig. aunque esto es sólo una síntesis), fue degollado por Herodes el tetrarca poco tiempo después de comenzar su ministerio (Mateo 14:1-12). Las causas de la muerte del Bautista, según el relato evangélico, están refrendadas por el historiador judío Flavio Josefo (Antigüedades de los judíos, Tomo III, XVIII, V, 1 –CLIE, 1988). Sin embargo, cuando Jesús comenzó su ministerio, el Bautista se gozó (Juan 3:29) de ver que las gentes “iban a él” (Juan 3:26). La interiorización que tenía de su ministerio le permitía vivir de manera gozosa esa experiencia (Juan 1:20-27). ¿Qué habría sido de Juan si no hubiera acabado su vida como acabó, sobre todo porque él continuó bautizando a la par que Jesús (Juan 3:22-24)? ¿Cuándo hubiera dado por acabado su ministerio? ¿Por qué no se enroló en el grupo de seguidores de Jesús? ¿No pudo haber sido uno de los doce apóstoles? ´¡Y tantas preguntas más! 

La cronología de los hechos, la dirección de los relatos y el carácter de los personajes, apuntan a señalar la singularidad y la identidad del carpintero de Nazaret. El Bautista era un profeta y mucho más que un profeta. Pero aun siendo un profeta, no era digno de desatar encorvado las sandalias de Jesús. Por ello, el Bautista tenía que “menguar” y Jesús “crecer”. Por ello, menguado el Bautista, las gentes iban a Jesús. Este es el punto de reflexión: ¿Por qué iban las gentes a Jesús? ¿Para ver cómo hacía milagros? ¿Para escuchar las historias –parábolas– que contaba? ¿Para llenar el estómago? ¿Para ser sanados de sus enfermedades? ¿Para recibir consejos? ¿Porque tenían dudas? ¿…?

Emilio Lospitao

Enseñando en las sinagogas (Mat. 4:23)


La sinagoga que conoció Jesús

Como ocurre con el sustantivo “iglesia”, también ocurre con el término “sinagoga”. La iglesia no es el edificio, sino las personas que forman la comunidad. Así, sinagoga (con-currencia), etimológica y originalmente, significa cualquier “reunión de personas”. Pero se suele usar en referencia al edificio donde aquella se reúne. Pues bien, no existe un acuerdo entre los eruditos sobre el origen de la sinagoga como institución, pero se cree que se originó en la cautividad, como centro de reunión para la oración y la enseñanza de la Ley, en ausencia del templo. Después de la cautividad, la sinagoga se implantó en Palestina, en toda la diáspora, con el mismo propósito. Su implantación en Palestina ni suplió ni mermó la importancia y el significado del templo de Jerusalén, pero se hizo popular en cada ciudad o población con más de diez varones, requisito para su institución. En el tiempo de Jesús, la sinagoga estaba organizada por una pluralidad de “ancianos” (presbiterio) donde uno de ellos era el “principal de la sinagoga” (Marcos 5:22, 35, 36, 38; Lucas 8:49; 13:14; etc.).

El ministerio de Jesús y la sinagoga

Nazaret, donde Jesús “se había criado”, y había ejercido el oficio de “carpintero”, contaba con una sinagoga, a la que asistía habitualmente (Lucas 4:16; Marcos 6:3). Jesús debió haberse ganado un especial reconocimiento de la gente en general, y de los ancianos en particular, pues cuando regresó a Nazaret le invitaron a leer y comentar la lectura, una costumbre típica del culto de la sinagoga (Lucas 4:16; ver Hechos 13:14-15). De hecho, Jesús continuó asistiendo a la sinagoga durante su ministerio, la cual se convirtió en un lugar de encuentro donde las gentes venían a él (Lucas 4:31), especialmente buscando curación a sus enfermedades (Marcos 3:1 sig.; 6:1-6; Lucas 6:6-11; 13:10-17); y allí enseñaba también (Mateo 4:23; Marcos 1:39; Lucas 4:44). En cualquier caso, el reconocimiento que Jesús se ganó como “Maestro” (Juan usa más Rabí), de parte de los escribas, los fariseos y los saduceos (Marcos 12:13-14, 18-19 sig.; ver Juan 3:1-2), tiene como marco de referencia la sinagoga (Marcos 1:21-22), que era el lugar donde se suponía que los “ilustrados” exponían los conocimientos adquiridos (por antítesis, ver Juan 7:14 y Hechos 4:13). 

Sin embargo, es muy significativo que cuando Jesús frecuentaba Jerusalén sus actividades siempre se desarrollaran al aire libre, especialmente en los alrededores del templo, y no en alguna sinagoga (Juan 5:1 sig.; 7:14 sig.; 8:2; 10:22 sig. Mateo 26:55), aun cuando también las había (ver Hechos 6:9). Es muy probable que, a pesar de que su fama era conocida por doquier, los dirigentes de las sinagogas en Jerusalén no le invitaran a hablar por miedo a los principales sacerdotes. Recordemos que Nicodemo (un principal de ellos) “vino a Jesús de noche” (Juan 3:1-2), y que muchos en Jerusalén “no hablaban abiertamente de él, por miedo a los judíos” (Juan 7:13). 

Jesús saca la sinagoga a la calle 

Pero Jesús, a pesar de que utilizó la sinagoga como institución y como lugar físico para enseñar, trasladó esta docencia fuera de sus muros: el monte (Mateo 5:1 sig.), los alrededores del templo (Marcos 11:27 sig.) los caminos (Marcos 8:27 sig.) las casas (Marcos 2:1-2), una barca (Marcos 4:1 sig. Lucas 5:3)… Y esto, tanto a las multitudes (Mateo 15:10) como a personas individuales y sin distinción de sexo (Juan 4:7 sig. Lucas 10:38-39). Después de las sanidades de toda índole, la docencia fue la principal faceta del ministerio de Jesús, pues «para eso había venido» (Marcos 1:38). 

La enseñanza de Jesús 

Según los Evangelios, Jesús no pretendió enmarcar una nueva jurisprudencia religiosa basada en la casuística y la legalidad, como hacían los fariseos y los doctores de la ley de su época. Basta analizar las discusiones de Jesús con estos religiosos para percibir esta diferencia (Mateo 12:1-14; 23:13-26; Juan 8:1-11 y otros). La esencia de su enseñanza radicaba en sacar todo lo mejor del individuo a nivel personal e individual (Lucas 10:25-37); Jesús quería que la persona hallara la luz interior por sí mismo (Juan 8:10-11); que la vida espiritual no radicara en el simple cumplimento de preceptos legales de una nueva ley (Marcos 7:1-23), sino que se fundamentara en la autorrealización personal y en la búsqueda de la voluntad del Padre como ideal (Sermón del Monte). Los docentes cristianos de hoy deberían aprender de la metodología, la dinámica y el fin de la docencia de Jesús, y hacer lo mismo que él. La vida espiritual que surge del conocimiento del evangelio no se rige por una nueva ley, salvo la ley basada en la libertad y en el amor (Santiago 2:12; Romanos 13:8). 

Emilio Lospitao

Pescadores de hombres. Mat. 4,17


Una perspectiva exegética

En general, cuando leemos los Evangelios, debemos desechar cualquier idea que tengamos sobre alguna cronología histórica de los relatos; y, salvo excepciones, incluso del lugar exacto y la ocasión donde dichos relatos se ubican. Esta precisión no era el objetivo principal de los autores. Sobre esos detalles primaba el interés didáctico, apologético e ideológico que los evangelistas se propusieron. Si no tenemos en cuenta esta creatividad literaria e ideológica de los hagiógrafos, perdemos la perspectiva de la narrativa teológica de los Evangelios. Lo importante de los relatos evangélicos no es el detalle de cómo y dónde ocurrió, sino lo que el evangelista quiere transmitir a sus lectores. Y nada de esto resta veracidad e importancia a sus contenidos. Aun cuando Juan nos dijo cómo, cuándo y dónde Jesús conoció a los primeros discípulos (Juan 1:35-51), no obstante, los autores de los Sinópticos quieren ubicar este primer encuentro entre Jesús y los primeros discípulos en la orilla del mar de Galilea, lugar natural del trabajo de ellos, que eran pescadores. Ya dijimos que los Evangelios sinópticos sitúan el principio del ministerio de Jesús en Galilea. La narrativa de Marcos es sumamente pintoresca, casi artística: “andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y Jesús les dijo: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:16-17). Mateo, que copia a Marcos, dice lo mismo. Lucas, sin embargo, sitúa este llamamiento formal de los discípulos en el contexto de una pesca “milagrosa” (Lucas 5:1-11), que los otros evangelistas omiten, lo cual no deja de ser extraño. Pero no olvidemos el aspecto creativo de los autores.

El escenario de los hechos

Si esto ocurrió así, tal como lo describen los Sinópticos, la relevancia del relato radica en el lugar geográfico, el lago de Galilea, y en la profesión de ellos, pescadores. La lectura de Lucas añade una nota casi dramática, pues después de lo sucedido [“encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían”], Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5:6-8). 

Así pues, el mar de Galilea, los pescadores en el fragor de su trabajo (frustrados por una pesca infructuosa después de haber estado toda la noche faenando) y el mandato de echar una vez más las redes en el agua, “en su palabra”, vienen a constituir los elementos de una presentación didáctica y motivadora para los cientos de evangelistas, muchos de ellos itinerantes, contemporáneos de los hagiógrafos. Lucas, además, les conmina a “echar las redes” confiando “en su palabra”, lo que viene a ser una parábola de la actividad misionera, donde Jesús no sólo es el objeto que se proclama, sino el sujeto cuya presencia dinamiza activamente la proclamación (Hechos 14:3; 16:14). 

De pescadores a discípulos 

La frase «os haré pescadores de hombres» conlleva dos estadios cronológicos: primero, de pescadores a discípulos y, después, de discípulos a pescadores. ¡La metáfora perfecta! 

La frase en cuestión, en el momento histórico en el que los evangelistas la ubican, apenas pudo ser entendida por los discípulos. Pero los hagiógrafos, cuando escriben este relato, quieren hacer vívida esta experiencia. Este llamamiento formal fue el inicio de una decisión cada vez más comprometida con Jesús y con su obra: “dejando al instante las redes, le siguieron” (Mateo 4:20), “Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Marcos 1:18),”Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). ¡Le siguieron! ¡Ésta es la idea principal y culminante del relato! Dejaron la pesca para convertirse en discípulos. El discipulado cristiano tiene como seña de identidad básica el seguimiento, no a una religión, cualquiera que esta sea, sino a una persona: Jesús, el Hijo de Dios. Seguimiento que se expresa mediante una fe personal y comprometida.

De discípulos a “pescadores”

En la reflexión anterior enfatizamos la expresión “le siguieron” como un preámbulo del discipulado que se intuye. Los Sinópticos señalan el compromiso que supuso “dejar las redes” para seguir a Jesús y convertirse en discípulos del Maestro como fueron antes, quizás, de Juan el Bautista (Juan 1:35-42). La frase “os haré pescadores de hombres” sugiere un proceso en el tiempo. Un proceso marcado por, al menos, cuatro hitos en relación con la persona y el ministerio de Jesús durante algo más de dos años: a) La elección de los doce como apóstoles (enviados), de entre un grupo de discípulos numéricamente mayor (Lucas 6:13 y par.); b) El episodio en Cesarea de Filipo, donde reconocen a Jesús como el Hijo del Hombre – el Cristo (Marcos 8:27-30 y par.); c) La incomprensión de la anunciada pasión y muerte del Hijo del Hombre, mientras se dirigían a Jerusalén (Marcos 8:31; 9:30-32; 10:32-34, y par.); y d) El testimonio de la resurrección (Lucas 24:45-49). Este proceso, especialmente en su última fase, marcó decisivamente el paso de discípulo a “pescadores de hombres”. Proceso que viene a ser, simbólicamente, una “guía curricular” que todo candidato debería conocer, sentir, vivir… antes de comenzar a trabajar formalmente en el ministerio cristiano. El ministerio cristiano, aun cuando requiere de una formación académica, como cualquier otra profesión, debe ser prioritariamente una vocación de fe. 

Misión vs proselitismo

Cuando profundizamos en el sentido de la frase «os haré pescadores de hombres» (desde el mensaje y la praxis de Jesús), percibimos la vulgaridad que el concepto “evangelizar” ha adquirido en el entorno de los diversos y diferentes grupos religiosos (con muy pocas excepciones). Cada uno de estos grupos religiosos tiene como meta “enrolar” a su propio grupo a todos cuantos pertenecen a cualquiera de los demás. A esta actividad la denominan “evangelizar” y al resultado logrado “conversión”. Normalmente, esta actividad “misionera” viene caracterizada por un ilusorio exclusivismo. Creen que hay que “convertir” al otro simplemente porque no “cree” y “practica” las “mismas cosas” y de la “misma manera” que ellos. Esto es simple proselitismo. No tiene nada que ver con “pescar hombres” para el reino de Dios. 

Jesús no hizo proselitismo 

Jesús no pretendió nunca “convertir” a nadie para que formara parte de «su grupo» simplemente porque sus oyentes pertenecieran a alguno de los diferentes grupos religiosos, políticos o ideológicos de su tiempo, ya fueran saduceos, fariseos, esenios, zelotes… los cuales defendían puntos de vistas teológicos e ideológicos diferentes entre sí (Marcos 12:18 sig. Hechos 23:6 sig.). Cuando Jesús cuestionó la permanencia en el grupo que él lideraba, lo relevante no era el «grupo» como tal, sino seguirle a Él o no seguirle (Juan 6:66 sig.). Por el contrario, lejos de «agrupar» a las personas (cosa que nunca hizo), Jesús instó a que cada una de ellas, de manera particular, independientemente de la adhesión a cualquiera de esos grupos, buscara al único Dios vivo y, en cada situación de la vida, el “reino de Dios y su justicia”. El mejor botón de muestra es el Sermón del Monte. Es muy significativo que Jesús criticara la labor «misionera» que realizaban los fariseos (Mateo 23:15).

Como es también significativo que Jesús señalara la prioridad de la espiritualidad que supone una relación personal con el Dios único por encima del “compromiso” con un lugar físico, como era el templo de Jerusalén (con su sacerdocio y sus rituales), o con el monte Gerizim (centro de adoración samaritano), porque los verdaderos adoradores, según Jesús, podían relegar el acaparamiento que supone cualquier símbolo religioso y la exclusividad que exigen sus administradores (Juan 4:21-24). Es decir, cualquier «conversión» tiene que ver primero y esencialmente con la espiritualidad personal, intransferible y genuina. El énfasis que muchos líderes religiosos ponen en la «pertenencia» al «grupo» (léase iglesia o denominación), en la observancia de los rituales y ceremonias religiosas y en la asistencia a las reuniones ordinarias o extraordinarias, como «señal» de fidelidad, es una subversión del mensaje de Jesús. Lejos de hacer proselitismo deberíamos gastar nuestras energías en que las personas encontraran al único Dios en sus vidas y vivieran una fe de confianza en Él. Que luego deseen reunirse con nosotros será una simple consecuencia (Hebreos 10:24-25). Ser religioso es una cosa, ser cristiano (nuevo hombre/mujer), es otra.

Dos equívocos muy comunes

Dos equívocos nos conducen a perder la perspectiva misionológica de la iglesia: a) La extrapolación que hacemos de los textos bíblicos relacionados con la misionología de la iglesia primitiva, y b) El ilusorio concepto exclusivista de nuestra particular misión (creer que somos los únicos cristianos verdaderos). 

La extrapolación nos lleva a tratar a nuestra audiencia (que pertenece, la mayoría de las veces, a nuestra misma cultura cristiana) como si fueran aquellos gentiles ignorantes del Dios «desconocido» (Hechos 17), o aquellos judíos que desconocían la llegada del Mesías prometido (Hechos 13:13-52). Olvidamos que muchas de las personas que componen nuestra audiencia son “cristianas”, aunque de diferente educación religiosa. Hablamos de “convertirlas” como si ellas no conocieran el evangelio y al Señor del evangelio. Otra cosa es que esas personas, posibles cristianos nominales (pertenezcan a la familia cristiana que pertenezcan), necesiten oír, entender y aceptar el evangelio. 

El concepto ilusorio de exclusividad consiste en la sinrazón de creer que porque entendemos y practicamos las cosas de diferente manera, ellos son los equivocados y, por estar equivocados, están “perdidos” eternamente. Jesús dijo: “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5). 

Cuando nuestro celo misionero consiste solamente en que las personas cambien de «grupo religioso», entonces hemos degradado el sentido de la proposición de Jesús: «os haré pescadores de hombre». Al menos en el ámbito cristiano, cualquier cambio de grupo religioso debe ser en última instancia una consecuencia de haber “encontrado” al único y verdadero Dios en la conciencia del ser y haber entendido el significado y el alcance de la obra redentora del Hijo de Dios. Cambiar de familia religiosa no nos salva.

“Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”

Esta fue la respuesta de Jesús a sus discípulos cuando estos le advirtieron que había «uno» que en su nombre echaba fuera demonios, pero luego no los seguía (Marcos 9:38). ¿Quién sería aquella persona? ¿Cómo es posible que hubiera alguien que en el nombre de Jesús hiciera exorcismos y luego no siguiera al Maestro, ni siquiera tuviera algún contacto con el «grupo»? Es probable que este relato sólo sea una evocación en pasado de una experiencia del presente histórico de la comunidad a la que escribe el evangelista. Es decir, desde la perspectiva religiosa de la comunidad de Marcos, ya viciada, la advertencia tuviera cierta lógica, como la puede tener para nosotros, que pertenecemos cada uno a una comunidad distinta y diferente. Pero la respuesta de Jesús debió de ser desconcertante para los discípulos. ¡Jesús siempre desconcertó con lo que hizo y con lo que dijo! Pero él hizo y dijo siempre bien todo. Nuestro desconcierto, como el de los discípulos, delata nuestra estrechez de miras y descubre la pobreza de nuestra lógica, sobre todo religiosa.

Pescar a quién y para qué 

El ser humano puede vivir alienado en un mar de ignorancia y alejado del conocimiento del único Dios (Hechos 26:17-18); “pescarlos” significaría sacarlos de esa alineación; pero esto es mucho más que simplemente practicar una religión, no importa que cuál sea. “Os haré pescadores de hombres” debe querer decir: os habilitaré para que reconciliéis a las personas con el Dios vivo, para que les enseñéis a buscar el reino de Dios y su justicia en las diversas experiencias de la vida, para que los capacitéis a realizarse en los propósitos prístinos del Creador, para que les motivéis a tratarse unos a otros como hermanos e hijos de un mismo Padre… Esto es mucho más que enrolar personas a nuestro particular grupo religioso. 

Emilio Lospitao