¿No es éste el carpintero, hijo de María? (Mar. 6:1-6)


Una aproximación al texto 

Al texto bíblico podemos acercarnos, literariamente hablando, desde diferentes perspectivas; la más común quizás sea la litúrgica, la devocional, aquella que se realiza al margen de la exégesis propiamente dicha, porque no tiene tal propósito en ese momento. Incluso como una simple evocación introductoria para la espiritualidad en un contexto de contemplación, solitaria o colectiva; en esta aproximación al texto lo importante no es lo que significó en su contexto originario, sino lo que «le dice» al lector a priori; esto también es válido, pero es muy subjetivo. La lectura devocional, al pasar por alto el significado que los enunciados tienen en su origen, anula la «puesta en escena” de su contexto social y religioso, perdiendo, por lo tanto, la significación que pueda tener para nosotros. 

Otra perspectiva diferente de acercarnos al texto bíblico es la histórico-exegética, la lectura crítica, la que busca su significado a partir de su contexto natural originario, y dependiendo de –o auxiliándonos por– recursos interdisciplinares (culturales, sociológicos, antropológicos…) que nos ofrezcan modelos aproximados y arrojen luz sobre el enunciado del texto. Para conocer qué significado puede tener un texto para nosotros, que vivimos a dos mil años de distancia en el tiempo, necesitamos conocer qué significó en su contexto socio-religioso para los lectores coetáneos del texto. Pues bien, más que la primera –que no menospreciamos–, preferimos la segunda perspectiva para encauzar estas reflexiones.

La primera observación exegética de nuestro texto tiene que ver con los modelos relacionados con el “honor” en la época de Jesús. La segunda tiene que ver con la manera de “administrar” la información que tiene Marcos y Mateo. 

Los modelos del honor 

Los modelos del honor están presentes en todas las culturas, en todo tipo de sociedad. La mesopotámica y arcaica ley del talión, que el Legislador del Sinaí incluyó en su ordenamiento jurídico (Éxodo 21:22-25; Deuteronomio 19:21), tenía que ver con el honor, no de la víctima física y directa, sino de la familia, del clan, incluso de todo el pueblo. La persona más caracterizada de la familia directamente afectada, tenía el sagrado deber de reivindicar el honor “infligiendo el mismo daño” al agresor y ofensor del clan familiar. 

En el caso de Dina (la hija que Jacob tuvo con Lea), no bastaba que Siquem quisiera desposarse con ella después de haberla mancillado, ni que ella misma (y Jacob) aceptaran dicho desposorio, pues siempre quedaría pendiente el asunto del honor; no el honor de la mujer mancillada, sino el honor de la familia. Por ello, los hijos de Jacob no dieron por concluido el caso hasta que mataron a todos los varones de la familia de Siquem (y a él mismo) y requisaron como botín todas sus pertenencias (Génesis 34 – ¡horrible para nuestra mentalidad occidental!). Todavía hoy, en algunos lugares de Oriente Medio, está vigente la sangre de honor. Pero aparte de este modelo letal, había otros muchos modelos de honor presentes en los rigores más insignificantes de la vida, como ser “hijo de”, o ser reconocido como “protector de”, o tener el “título de”, o ser “amigo de”, o “compartir mesa con”, etc. Estos modelos de honor cobraban mucha importancia en las relaciones sociales del tiempo de Jesús. 

El hecho de que Jesús dialogara, se juntara y compartiera mesa “con los publicanos y pecadores” emitía un mensaje muy claro hacia afuera, que era, además, negativo en aquella sociedad: Jesús desprestigiaba no sólo su “honor”, sino el de su familia, con ese comportamiento. Por eso, en cierto momento, su madre y sus hermanos intentaron “rescatarle” de entre «ese» tipo de compañía, pensando que su actitud era propia de una persona que ha perdido el juicio, es decir, ha perdido “el sentido del honor” (Marcos 3:20-21). Por otro lado, como «beneficio colateral», al juntarse y compartir mesa con “ese” tipo de personas, éstas no sólo recuperaban su autoestima (dañada por los estigmas de las censuras religiosas – ver Marcos 2:16 y otros), sino que recuperaban en cierta medida el honor perdido. Obviamente, Jesús trastornó los modelos del honor de su tiempo.

Pues bien, el relato de Marcos que nos concierne pone en boca de los paisanos de Jesús, estas palabras: “¿No es este el carpintero, hijo de María…? (ver Marcos 6:1-6). 

El relato de Marcos comienza diciendo que “Jesús… vino a su tierra, y le seguían sus discípulos”. Es decir, Jesús llegó a Nazaret como solían llegar los rabinos notorios: rodeado de sus discípulos. Jesús llegó a ser reconocido como un maestro, incluso por los propios escribas (Marcos 12:32 y otros). Pero en Nazaret se resistían a reconocerle como tal, por eso en sus inquisitivas preguntas querían mantener su estatus de origen: un carpintero (un simple y vulgar artesano). Lucas narra una estancia de Jesús en Nazaret que, independientemente de que fuera la misma u otra distinta, pone en evidencia la hostilidad de los nazarenos contra Jesús (Lucas 4:16-30).

Pero lo más significativo del texto de Marcos es que a Jesús le llaman “hijo de María”. ¡Hijo de María!

Salvo en casos muy excepcionales, en la Biblia se dice siempre de alguien que es “hijo de fulanito”; la referencia genealógica patriarcal siempre es el padre. Esta referencia tenía también una conexión directa con el honor. Ser “hijo de fulanita” podía significar dos cosas: o bien que el padre había muerto hacía mucho tiempo y el nombre de la viuda adquirió notoriedad (y, por lo tanto, requería una explicación), o bien no tenía padre reconocido; o sea, que era un hijo “ilegítimo”. Algunos estudiosos infieren que José, el marido de María, habría muerto para entonces y la filiación de los hijos habría pasado al nombre de María. Pero esto es sólo un supuesto. Un texto ambiguo de Juan deja entrever el concepto malicioso que, según algunos comentaristas, corría en los días de Jesús respecto al honor de María: ¡ella habría tenido a Jesús de una relación ilícita!: “Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios” (Juan 8:41). Esta confabulación contra el honor de María, que se encuentra en Celso y en el Talmud, la pone en duda el judío Joseph Klausner, autor de «Jesús de Nazatret» (Paidós, 1991, p.57). De cualquier manera, no sabemos a ciencia cierta a cuál de los dos casos citados debemos atenernos para entender mejor la pregunta (¿contenciosa?) que Marcos recoge (“Hijo de María”).

La administración de la información 

Aunque pequemos de reiterativos, queremos recordar al lector la libertad con la que los evangelistas escribieron sus “Evangelios” respectivos. Ellos no fueron “taquígrafos”, ni escribieron al dictado de nadie (tampoco al dictado del Espíritu Santo). Escribieron con un propósito apologético y con un esquema previo ideológico personal. Se da por hecho que Mateo usó el Evangelio de Marcos como una de sus fuentes, la principal de ellas. 

Pues bien, igual que los copistas de los textos bíblicos de los siglos posteriores, que se tomaron la libertad de “corregir”, “ampliar” o “armonizar” la Escritura que copiaban (¡Crítica Textual!), Mateo hizo algo parecido –también lo hizo Lucas– al copiar el texto de Marcos. 

Donde Marcos dice “¿No es este… Hijo de María?”, Mateo dice “¿no se llama su madre María?” (Mateo 13:55) ¡Son dos maneras distintas de formular la pregunta! La lectura de Marcos expresa el aspecto genealógico con el que la gente identificaba el origen, el rango y el honor de una persona (Compárese con el título que algunos atribuían a Jesús: ¡Hijo de David! – Marcos 10:47; 12:35; etc.). La lectura de Mateo evita el estigma que conllevaba citar a una persona con el nombre de la madre, que era como decir que dicha persona “carecía” de padre reconocido. Este cambio por parte de Mateo podría evidenciar que, en aquellos días, referirse a Jesús como «hijo de María» cuestionaba el honor de ésta. 

Y, por último, una vez más Mateo cambia otra pregunta. Donde Marcos dice “¿no es este el carpintero?, Mateo dice “¿No es este el hijo del carpintero?” (Mateo 13:55). Ser carpintero entra en una categoría de honor concreta, que correspondía a la clase media-baja. Ser “hijo de” un carpintero suavizaba dicha categoría toda vez que, aun siendo hijo de un artesano, habría podido tener el privilegio de alcanzar una categoría mayor con el honor que correspondiera. Mateo quiere que sus lectores intuyan que Jesús había sido algo más que un simple artesano… ¡por una cuestión de honor! 

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño