Jesús y la teologización del lenguaje excluyente


El judío se distinguía del que no lo era por cuatro elementos esenciales: el nacimiento, el sábado, la circuncisión y los alimentos impuros. Como la Iglesia se distanció del judaísmo y de la ley judía, buscó su identidad y su sentido de pertenencia mediante la teologización de estos dos conceptos: “los del mundo” y “los de afuera”, como ya vimos en el anterior “Acento hermenéutico”. Así selló su marca de identidad y de pertenencia. Es decir, se alejó de las leyes ceremoniales de la Ley de Moisés que tenían el mismo objetivo en el judaísmo: crear fronteras entre el pueblo elegido y el resto del mundo, los gentiles.

Jesús y la pertenencia

Pues bien, Jesús cuestionó las cuatro instituciones de pertenencia judías: a) Dios podía levantar hijos de Abraham aun de las piedras (Lucas 3:89); b) El sábado había sido instituido para el hombre, no el hombre para el sábado (Marcos 2:27); c) La verdadera circuncisión, diría el Apóstol después, era la del corazón no la de la carne (Romanos 2:28-29); y d) Lo que hacía impura a una persona no era lo que ingería por la boca, sino lo que salía del corazón (Marcos 7:15-23).

Jesús –con su actitud y sus enseñanzas–, al relativizar estas instituciones, disolvió los márgenes que separaban a las personas por causa de las fronteras simbólicas que creaban dichas instituciones. Por causa de esas fronteras, muchas personas eran excluidas y marginadas: ciertos enfermos, mutilados, publicanos, pecadores, (los que no observaban las leyes de pureza según la ley), prostitutas y, por supuesto, los gentiles.

Jesús, al juntarse y compartir mesa con este tipo de personas marginadas, estaba cuestionando la teologización que el fariseísmo había hecho del lenguaje (“puros/impuros”) y la exclusión que dicha teologización había originado: “los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lucas 15:1-2).

Jesús nunca dijo o hizo nada que distinguiera a las personas por razón de sexo, condición social, prácticas religiosas, profesión, moralidad, integridad física… Jesús deshizo todas las teologizaciones religiosas que los religiosos habían formalizado a lo largo de la historia. Rompió todas las fronteras que clasificaban a las personas. Compartir mesa (que era y es sagrado en el judaísmo) con los excluidos (“los del mundo”) era una metáfora de la gratuidad amorosa del Padre que hacía salir el sol y mandaba lluvia tanto para puros como para impuros (Mateo 5:45). ¡Y esa era la “buena noticia” del Reino de Dios! Hoy Jesús no hablaría de “los del mundo” ni de “los de afuera”. Mas bien estaría, como estuvo, compartiendo mesa con ellos. La Iglesia, por motivos diversos, cayó en la trampa que había caído el judaísmo originando fronteras entre “puros” e “impuros”, los de “adentro” (de la iglesia) y los de “afuera” (de la iglesia). ¡Muy lejos de la actitud de Jesús!

Una consideración vital, para ubicar estas teologizaciones en su lugar adecuado, en el fondo y en la forma, sería preguntarnos ¿por qué se tiende –como los hagiógrafos tendieron– a teologizar las instituciones, las costumbres sociales, incluso el lenguaje? En entender este “por qué” puede estar la clave para interpretar dichas teologizaciones sin caer en los errores, y en los abusos, que posiblemente hemos caído también nosotros. ¿Pero por qué los líderes del cristianismo primitivo teologizaron estos términos de exclusión? Lo veremos en “Acento hermenéutico” del siguiente post.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño