Jesús, los fariseos y la ley. Mat. 19


El lector un poco ávido de los evangelios se dará cuenta de inmediato que dos de los contingentes que dan vida a los relatos evangélicos son los enfrentamientos dialécticos entre Jesús y los fariseos, y la dispar interpretación que Jesús hacía de la ley. Así pues, entenderemos mejor la actitud que asume Jesús frente a este colectivo, y frente a la ley, si conocemos quiénes eran los fariseos y cómo estaba fijada la ley en la época del Nuevo Testamento. En primer lugar, en cuanto a Jesús, partimos de la información que nos ofrecen los Evangelios canónicos (los evangelios apócrifos son muy tardíos en el tiempo con poco valor crítico, y las fuentes extrabíblicas apenas hablan de Jesús). En segundo lugar, los relatos canónicos, literariamente hablando, no fue una obra de taquígrafos, a pie de calle, donde ocurrieron los hechos, sino, en un sentido amplio, el resultado de la reflexión teológica de las comunidades (o escuelas) cristianas del primer siglo. En tercer lugar, estas reflexiones se llevaron a cabo en el contexto de una profunda apología de enfrentamiento de la comunidad cristiana con el colectivo farisaico. De ahí, la no disimulada radicalización que los evangelistas presentan entre Jesús y los fariseos, lo cual distorsiona en cierta medida la realidad, como veremos más adelante. Es posible que la generalización nefasta que solemos hacer contra el fariseísmo de la época del Nuevo Testamento, quizás no sea crítica. ¡Y esto es lo que tenemos! Si Jesús hubiera nacido en el siglo XXI tendríamos cientos de videos en Youtube con sus predicaciones, sus milagros…, con la objetividad que ofrece “el directo”. Pero no; no disponemos de esa objetividad.

Los fariseos

Se cree que su origen se remonta a la época de los Macabeos, identificados allí como asideos (piadosos), israelitas apegados a la ley, que se unieron a la guerrilla contra Antioco Epifanes (1 Macabeos 2:42; 7:12-14). Posteriormente, se diversificaron: unos vinieron a formar el grupo de los fariseos que conocemos en el Nuevo Testamento, y otros, el grupo de los esenios (más radicales), que no aparecen explícitamente en el texto neotestamentario. Los fariseos creían constituir el verdadero pueblo sacerdotal de Dios (ver Éxodo 19:6). No debemos confundir a los fariseos con los “escribas” (doctores de la ley) aunque algunos de estos eran fariseos. La frase “escribas y fariseos” (o viceversa), que a veces usan los evangelistas, puede resultar ambigua a la hora de diferenciarlos; pero, según el Evangelio de Lucas, Jesús parece que se dirigió a ambos grupos por separado cuando los amonesta específicamente por sus actitudes dolosas. Se dirige a los doctores de la ley (escribas), en su calidad de maestros de la ley y las imposiciones de sus enseñanzas (Lucas 11:46-52; 20:46); y se dirige a los fariseos por su hipocresía en el cumplimiento de dichas enseñanzas (Lucas 11:39-43). El ideal de la comunidad farisea consistía en vivir una vida ejemplar centrada en la meditación y en la práctica de la ley, aun de las tradiciones más insignificantes (Mateo 23:23; Marcos 7:1 sig.). Para formar parte de ellos, que constituían una comunidad cerrada, existían normas precisas, y el candidato tenía que superar un período de prueba en la que incluía el cumplimiento minucioso de la obligación del diezmo, la observancia estricta de purificaciones rituales, el cumplimiento exacto de las tres oraciones diarias, el ayuno dos veces por semana, etc. (J. Jeremías). En los días de Jesús, los fariseos eran designados con el nombre de perusim, que significa los “apartados” (santos). Y así les gustaba a ellos ser llamados. A este respecto, es interesante observar que Pablo también llame a las comunidades cristianas como “los santos” (Romanos 15:25, 31; 1 Corintios 16:1; 2 Corintios 8:4; 9:1, 12, y más). 

A partir del carácter que denota los textos evangélicos respecto a los fariseos, la tradición ha fijado la identificación del término con “hipocresía”. Pero aparte de esta nota tradicionalmente negativa contra los fariseos, lo cierto es que fueron muy respetados por el pueblo israelita. Aunque Lucas los vincula con los judaizantes (Hechos 15:5), a los cuales Pablo atacó sin piedad (Gálatas), en el resto de las epístolas no se percibe nada negativo contra los fariseos; al contrario, Pablo los ensalza indirectamente cuando dice haber pertenecido al grupo de ellos (Hechos 23:6; 26:4-5; Filipenses 3:4-5). Jesús mismo había mantenido buena relación con muchos fariseos de los cuales aceptaba invitaciones a sus banquetes (Lucas 7:36; 11:37; 14:1) y, se supone, Jesús les devolvería la invitación, como era la costumbre (ver Lucas 14:12-14).

Fueron fariseos, además de insignes miembros del sanedrín, hombres abiertos y ecuánimes, Nicodemo (Juan 3:1: 7:45-52); Gamaliel, doctor de la ley por demás (Hechos 5:34); y, muy probablemente, José de Arimatea (Mateo 27:57-60; Lucas 23:50-53; Juan 19:38). Es obvio, pues, que la composición de los evangelios se llevó a cabo en una atmósfera altamente apologética, especialmente frente a los fariseos de las primeras décadas del cristianismo primitivo. Esto justifica hasta cierto punto que la comunidad cristiana acentuara el enfrentamiento existente entre Jesús y los fariseos, otorgando más radicalidad a los pronunciamientos de Jesús. Después de la guerra entre judíos y romanos en el año 70 d.C, los fariseos fueron el único grupo religioso judío que pudo sobrevivir, los cuales influyeron de manera decisiva en la orientación espiritual, tanto de las sinagogas mismas, como en el desarrollo del judaísmo posterior hasta nuestros días

Los fariseos y la ley

Independientemente de las muchas explicaciones rabínicas en torno a la ley, que se acuñaron como añadidura a ésta (Marcos 7:8-9), y que luego vinieron a formar parte de las enseñanzas talmúdicas del judaísmo posterior, para los fariseos del tiempo de Jesús, la ley y las tradiciones, formaban un todo igual de legítimos y con la misma obligación de cumplir (Marcos 7:1-4). Salvo excepciones (Marcos 12:28-34), los fariseos entendían el cumplimiento de la ley desde el formalismo, poniendo la ley por encima de las personas mismas. De ahí, el enojo del principal de la sinagoga contra Jesús por haber sanado éste a una mujer en sábado (Lucas 13:10-17); o la presión que ejercieron sobre Jesús para lapidar a una mujer sorprendida en adulterio, porque la ley demandaba precisamente eso (Juan 8:1-11; ver Deuteronomio 22:22); etc. Esta manera de entender el cumplimiento de la ley era fruto de su exacerbado celo por la ley (Juan 5:39). Pablo declarará después que ese celo por la ley (“celo de Dios”) de los fariseos no era “conforme a ciencia”, ya que la meta de dicho celo era la mera auto justificación (Romanos 10:1-3). Jesús puso a los fariseos en la cuerda floja con la parábola del “fariseo y el publicano” (Lucas 18:9-14) y restó algún valor meritorio por el hecho de “cumplir” la ley con otra parábola, la del deber del criado (Lucas 17:7-10). Este formalismo legalista farisaico exigía, por coherencia, un conocimiento exhaustivo y meticuloso de la ley, y de las enseñanzas rabínicas, para poder cumplir fielmente con ellas, y, por lo tanto, ser “justos”. Esto significaba que los ignorantes de la ley y de las tradiciones, que era la mayoría del pueblo sencillo, no pudieran nunca alcanzar dicha “justicia” (“esta gente que no sabe la ley, maldita es” – Juan 7:49), engrosando así la lista de los “pecadores”. Cuando los evangelios citan a los “pecadores” se refiere a la gente ignorante de la ley (Mateo 9:10; 11:19; Lucas 5:30; 15:1-2; etc.). 

Pugna entre Jesús y los fariseos 

Sería más apropiado decir «algunos fariseos». Ya hemos dicho que el fariseísmo en su conjunto está mal representado por las pocas notas negativas de los Evangelios. Pues bien, cualquiera que visitara Palestina en los días de Jesús, hubiera tenido la impresión de que quienes engrosaban la audiencia del Galileo eran los “publicanos y los pecadores” (Mateo 11:19), las prostitutas (Lucas 7:36 sig.), los mutilados y los enfermos (Mateo 15:29-31)…; es decir, los excluidos de la sociedad y de la piedad religiosa, por diferentes motivos. Unos, porque ignoraban la ley (los “pecadores”); otros, porque eran personas non grata por el trabajo que desarrollaban (los “publicanos”); otros, porque tenían prohibido acceder al templo (los “mutilados”); otros, porque su conducta no era la convencional (las “prostitutas”); otros, los segregados incluso de la propia familia (los “leprosos”). El simple contacto con estas gentes suponía quedar ceremonialmente “impuro” según entendían las prescripciones del Levítico. ¡Y Jesús andaba entre estas gentes a las cuales no sólo tocaba físicamente (Mateo 8:1-3), sino que se dejaba tocar por ellas (Marcos 6:53-56)!

Con este modus operandi, Jesús no sólo se distanció de cierto sector del fariseísmo, sino incluso del propio Juan el Bautista y sus seguidores. Algunos fariseos, escandalizados por la liberalidad de Jesús y sus discípulos, condenaron su comportamiento evocando al Bautista y a sus discípulos: “¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?” (Marcos 2:18). Jesús y sus discípulos no ayunaban; tampoco se abstenían de beber vino; al contrario, disfrutaban de los banquetes a los cuales los publicanos y los pecadores les invitaban, y, según las reglas sociales, Jesús les correspondía (Lucas 15:1-2). La respuesta de Jesús a estas críticas, fue: “¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar.” (Marcos 2:19). Así que, estos fariseos, le acusaron de “glotón y bebedor de vino” (Lucas 7:34). Tal era el concepto negativo que tenían de Jesús, que dudaban que el ciego hubiera sido realmente sanado por él, un “pecador” (Juan 9:13-33).

La frase “los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” debió haberla repetido Jesús muchas veces a estos «fieles» de la ley (Marcos 2:13-17). Esta crisis entre Jesús y los fariseos más estrictos se enconó hasta tal punto que Juan (el evangelista más anti-judío), comenta: “por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día de reposo.” (Juan 5:15-16).

La raíz de la pugna entre Jesús y la ortodoxia farisaica

La raíz del problema entre Jesús y la ortodoxia farisaica estribaba básicamente, por un lado, en que los líderes de esta ortodoxia atribuían el mismo valor a todos los textos de la Ley por igual, sin atender a su contenido, es decir, la Ley era indivisible; y, por otro, el frio formalismo en el cumplimiento de ella. Pero Jesús rehusó aceptar tanto la indivisibilidad de la Ley como sujetarse al formalismo que le atribuían. A estos líderes fariseos les gustaba mucho citar la Biblia para comprometer a Jesús (Mateo 19:7; 22:24; Juan 8:5). Para aquellos fariseos el valor de la Escritura radicaba en el hecho de ser Escritura de Dios, que nadie podía discutir; pero Jesús, por el contrario, no adoptó una actitud de obediencia ciega a la Escritura como autoridad formal. Jesús subrayó unos pasajes de la Escritura por encima de otros. Sobrepuso, por ejemplo, Génesis 2:24 sobre Deuteronomio 24:1, para proteger a la mujer del repudio, a veces arbitrario, que además era una prerrogativa del varón en aquella época. Jesús no se limitó a la letra de la ley, sino que buscó en la ley la voluntad de Dios (a pesar de lo que decía la letra de la Ley, Jesús defendió a la mujer acusada de adulterio – Juan 8:1-11; ver Levítico 20:10). Esto significa que Jesús puso en crisis la autoridad “formal” de la Ley, y, naturalmente, cualquier autoritarismo que quiera constituirse en fundamento último de la actuación del hombre de cualquier época.

¿Cumplió Jesús la ley de Moisés? 

La respuesta a esta pregunta nos viene de la conocida y lapidaria frase: “no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17), la cual queda apostillada por: “pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley” (Lucas 16:17). ¿Cómo comenta entonces Marcos: “Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (Marcos 7:19)? ¿No era parte de la ley la categorización de los alimentos puros y los alimentos impuros (Levítico 11)?

La pedagogía que hemos heredado 

Conforme a la pedagogía que hemos heredado, leemos los Evangelios en “clave cronológica”; es decir, como si los relatos hubieran sido escritos por algún “taquígrafo” testigo ocular de los hechos o mediante la transcripción de un discurso «grabado». En el mejor de los casos, evocamos la “buena memoria” de dichos testigos (¡o la inspiración verbal palabra por palabra!). Siempre nos ha sorprendido que un apóstol, testigo de los hechos que narra, como es el caso de Mateo, tuviera que depender de Marcos, que no fue testigo de tales hechos, para escribir casi la totalidad de su Evangelio. En cualquier caso, nos cuesta mucho asumir que lo que dicen los evangelistas no sea exactamente lo que Jesús dijo palabra por palabra. Nos parece una blasfemia concebir que los hagiógrafos gozaran de libertad para acomodar las enseñanzas de Jesús usando las palabras adecuadas a las circunstancias del lugar y de los destinatarios del evangelista, así como ubicar dichas enseñanzas en el escenario más oportuno. Sería bueno, a este respecto, echar un vistazo al Sermón del Monte en Mateo y en Lucas, por ejemplo. 

Incompatibilidades 

Desde esta lectura en “clave cronológica”, existe una incompatibilidad entre la afirmación de Jesús (“no he venido para abrogar, sino para cumplir”) y el comentario de Marcos (“Esto decía, haciendo limpio todos los alimentos”). Si Jesús hizo limpios todos los alimentos, entonces abrogó parte de las prescripciones de Levítico 11. Además, según este comentario de Marcos, Jesús puso en jaque la concepción clásica del culto con su sistema sacrificial y expiatorio de la época. En otras palabras, eso significaba suprimir la distinción fundamental entre lo sagrado y lo profano según establecía el libro de Levítico. ¿Pero hizo eso Jesús?

[Nota: Los cristianos mesiánicos se oponen a la tesis del comentario (exclusivo) de Marcos, que consideran una glosa fuera de contexto (Mark 7:19 – Did Yeshua Make «Unclean» Food «Clean?» – David Bar-Yonah Bivin, Teaching of Zion, pág. 14 -en inglés). enlace al pdf: https://netivyah.org/wp-content/uploads/2018/09/tfz24.pdf%5D. 

Otra forma de ver las cosas 

Sin embargo, si leemos los Evangelios en “clave anacrónica”, es decir, admitiendo la extrapolación del desarrollo teológico de las comunidades cristianas al marco histórico de Jesús, entonces las cosas empiezan a tener más sentido. El texto que hemos citado de Marcos 7:14-23 tiene como contexto ideológico el relato de Hechos 10:9-15, donde a Pedro se le dice prácticamente lo mismo, pero cronológicamente en un tiempo posterior: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. Es decir, el relato de Marcos hunde sus raíces teológicas en la enseñanza de la iglesia, y no al contrario. Esto significa que los evangelistas, cuando escriben sus Evangelios, extrapolan conceptos ya elaborados por la reflexión teológica de las primeras comunidades cristianas en el teatro operativo del ministerio de Jesús (Juan 4:21; 6:25 sig. y otros, pueden ser algunos ejemplos). 

Pero la cuestión no termina aquí. Los Evangelios, además, deberíamos leerlos desde la «clave» de la doble experiencia socio-religiosa de las dos comunidades cristianas primitivas: la judeocristiana y la gentil. Entre las comunidades judeocristianas aún se mantenían las leyes levíticas de impureza (Hechos 15:28-29; 21:25); lo que significa que seguían el estilo de vida judío tomando como ejemplo a Jesús, un judío cumplidor de la ley. Mientras que entre las comunidades gentiles prevalecía la idea de que todo era limpio por sí mismo (Romanos 14.14; ver 1 Corintios 8), dejando obsoleto el estilo de vida judío. El estilo de vida religioso de las iglesias gentiles es el que las Iglesias de Cristo desean “restaurar”, pero no saben –o no quieren- explicarlo.

Jesús, los publicanos y los pecadores 

Volvemos de nuevo al comienzo. Jesús rompió todos los convencionalismos de su época. Nunca un intérprete de la Ley o un fariseo se hubiera comportado como lo hizo Jesús. Jesús fue el antípodas de todos ellos: rompió las normas levíticas de impureza según las entendían los maestros de la Ley. Los judíos piadosos, por si acaso se habían rozado en la calle con algo «impuro», seguían las abluciones rituales al llegar a casa para «purificarse». A la luz de Marcos 7, Jesús no habría seguido dichas abluciones. Pero el hecho de que Jesús se relacionara con aquel heterogéneo tipo de gentes, sobrepasó los aspectos formales de la ley. En el comportamiento de Jesús había una motivación superior hacia esas personas, las cuales encontraron en el Predicador galileo la autoestima robada por los estigmas de los cuales eran objeto por causa de una exégesis excesivamente formal de la Ley. 

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño