Las esquinas de la fe…


El autor de la carta a los Hebreos dice que la fe “es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (VRV1960). Posiblemente esta sea la mejor definición de la fe en sentido pleno. En esa categoría queda la fe en Dios, el Misterio, el Absoluto… en cualquiera de las diferentes experiencias religiosas sean estas animistas, monoteístas o en el contexto de cualquier filosofía religiosa.

Pero esa certeza, expresada de manera tan categórica por el autor de Hebreos, cuando se eleva a la categoría de dogma sine qua non para merecer el calificativo de “creyente”, deviene en simple y burdo fanatismo. La ausencia de una mínima duda no es patrimonio del creyente, sino del fanático. El fanático no alberga ninguna duda nunca. Todo está muy claro para él, porque, además, esa claridad están fundamentada en la Escritura Sagrada (¡porque lo dice la Biblia!). Pero, en el mejor de los casos, esa certeza del texto es una afirmación teológica que hallamos en algunos textos bíblicos más al margen de la realidad existencial. En el complejo estrato psicológico del individuo siempre hay una esquina donde dirimir la tensión que produce la fe y la duda. Esta tensión la percibimos en un personaje del Nuevo Testamento, Juan el Bautista, quien en la soledad de un calabozo, se preguntaba si Jesús era realmente “quien tenía que venir, o había que esperar a otro” (Luc. 7:19-20), cuando él mismo había declarado públicamente: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29) refiriéndose a Jesús. Por no hablar de las tantas preguntas que se hace el salmista en el Antiguo Testamento. Las mismas exhortaciones pastorales a “creer” y a “confiar” llevan en sí mismas la expresiva realidad de la duda, de las preguntas, del cuestionamiento. Es decir, quien no duda no cree (ni confía) realmente, porque la fe y la confianza auténticas se fortalecen y se acrecientan en el cuestionamiento de las verdades que se creen. Y más cuando tenemos que hacer frente a las adversidades de la vida, que parecen contradecir los fundamentos de nuestra fe.

Esto nos lleva a considerar el tipo de “fe” de muchos creyentes que forman el conjunto de la iglesia, de cualquier iglesia. La experiencia me ha enseñado que el sermoneo dominical (y entre semana), que suele ser dogmático por exigencia, más que fortalecer la fe y potenciar el crecimiento espiritual de los fieles, los infantiliza (por eso se les trata como párvulos perennes) y los amordaza al no ofrecerles un marco de diálogo en el cual poder expresar abierta y sinceramente las dudas y las cuestiones cotidianas como camino de crecimiento espiritual, sin censuras, sin juicios, sin moralismos… Las iglesias, en general, están constituidas como lugares donde escuchar, callar y obedecer; es decir, un espacio desvirtuado de lo que fueron las primeras comunidades domésticas cristianas. La duda no es la caída de ningún pedestal santo, es el paso que damos hacia el crecimiento. Esta realidad, cuando se toma conciencia de ella, en el plano más personal e íntimo, lleva al creyente a una revisión continuada de su fe y de sus creencias (que son dos cosas distintas aunque relacionadas). La fe tiene esquinas donde citarnos para resolver nuestras dudas. Porque de esa resolución depende nuestra auténtica “certeza”.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño