¡Pues claro que eres hijo de la Iglesia!


Esta fue la frase de acogida que pronunció el papa Francisco cuando llamó por teléfono al placentino Diego Neria Lejárraga el pasado diciembre. Tras ese “¡Claro que eres hijo de la Iglesia!”, pronunciado por Bergoglio, se intuye la pregunta llena de angustia de Diego, quien desde muchos años atrás venía viviendo en sus carnes el rechazo de la comunidad de la cual debería haber recibido, primero, respeto como persona y, luego, comprensión y cariño. Salvo de algunas personas muy concretas de su entorno, de la mayoría Diego recibió rechazo y desprecio por su condición de transexual. Ha tenido que ser el papa, el dirigente máximo de la Iglesia católica, quien pronunciara las palabras mágicas para que este hombre, “católico” practicante, sintiera su corazón inundado de amabilidad y alegría, la amabilidad y la alegría de la acogida, después de largos años de incomprensión y exclusión.

¡Claro que eres hijo de la Iglesia! Porque su supuesto “fundador”, Jesús de Nazaret, nunca excluyó a nadie por su condición social, religiosa, moral…, al contrario: como una provocación deliberada eligió a los excluidos de la sociedad como compañeros de camino y comensales , y dirigió los epítetos más fuertes contra las clases elitistas de la religión y de la política. El Nazareno no desnudó a nadie de cintura para abajo para decidir si le aceptaba o no. Ni hizo pasar a las personas por un test de orientación sexual para recibirlas. Este Carpintero entregado por entero a la vocación de “pescar hombres [y mujeres]” miraba directamente al corazón de las personas con una mirada limpia, compasiva, en profunda y deliberada acogida.

¡Claro que eres hijo de la Iglesia! Porque la “Iglesia” –la Comunidad que se engendró en el entorno del Galileo– era inclusiva, acogedora, sanadora, terapéutica…, muy lejos de los fundamentalismos existentes en aquella época, que estaban más preocupados en la letra de la ley y de las “purezas” religiosas que en la acogida redentora que libera y humaniza. El espiritualismo que hoy se percibe en ciertos entornos religiosos (de cualquier Familia cristiana) está más cerca de aquel “puritanismo” excluyente que condenó a Jesús, que al espíritu de la buena nueva del reino (evangelio) que predicó Jesús de Nazaret, de cuyo reino dijo que las prostitutas iban delante de los escribas y fariseos.

¡Claro que eres hijo de la Iglesia! Porque la transexualidad, como la homosexualidad o la heterosexualidad, no es una opción que el hombre o la mujer elige: es una realidad compleja e irreversible del ser humano que asumimos –y debemos asumir de los demás– cualquiera que esta sea. La “Iglesia”, esa Comunidad que deriva del Jesús de los Evangelios, debe ser una madre que acepta y abraza a sus hijos cualquiera que sea su condición esencial sexual. La exclusión por razón de género, orientación sexual o transexualidad, hunde su raíz en el desprecio y en la ortodoxia de un espiritualismo ajeno al evangelio (buena noticia) de Jesús de Nazaret.

Emilio Lospitao