Integrismos


El integrismo islámico ha vuelto a sembrar el terror como sabe hacerlo: asesinando y derramando sangre. Este derramamiento de sangre, llevado a cabo por ese mismo integrismo, está ocurriendo un día sí y otro también en países como Iraq o Siria además de algunos países africanos. La mayor parte de estos actos terroristas ocurren entre los mismos musulmanes, por una simple lucha de poder o por discrepancias religiosas, pero también contra minorías étnicas o religiosas que no acatan el Islam como religión. Cuando este terrorismo ocurre entre musulmanes, y les afecta solo a ellos, en Occidente lo observamos con estupor, sí, pero también como simples espectadores. Ponemos toda la maquinaria propagandística en marcha, sin embargo, cuando las víctimas son especialmente cristianos. Esto es muy humano.

La reacción de Occidente no ha sido igual en el caso del atentado perpetrado en París (Francia) los días 7 y 8 de enero pasado. El miércoles 7, los hermanos Chérif y Said Kouachi mataron al director, a nueve periodistas gráficos y a dos policías que custodiaban la seguridad de la sede de la revista satírica Charlie Hebdo. Al día siguiente, Amedy Coulibal mató a una policía municipal y a cuatro civiles durante la toma de rehenes en una tienda de alimentación judía. Los tres terroristas actuaron coordinados aunque no juntos. La reacción de Occidente ha sido espontánea, rápida y ejemplar. Dicho atentado se ha visto como una brutal agresión contra la libertad de expresión. Y es que esta libertad es un logro que costó muchos siglos y mucha sangre. Esta libertad no solo hay que conquistarla, sino mantenerla. Por eso una clamorosa manifestación ocupó las calles de las principales ciudades de Francia, y de otros países occidentales, contra la barbarie del terrorismo, y reivindicando dicha libertad: libertad para denunciar, criticar, en todas las formas, el abuso de poder sea este político, económico o religioso.

Es cierto que la libertad de expresión en particular puede (debe) tener unos límites, sobre todo cuando ejercitarla solo tiene como fin ridiculizar por ridiculizar (como algunos piensan que es el caso de Charlie Hebdo con sus caricaturas de Mahoma). Quizás Occidente no ha captado bien todavía el imaginario religioso que el mundo musulmán tiene del Dios único y de su Profeta. En Occidente nos damos el lujo de caricaturizar a Jesucristo (a quien los creyentes reconocemos como el unigénito Hijo de Dios) y a Dios mismo. Y salvo que sus representaciones sean obscenas, nadie se escandaliza por ellas ni las considera una ofensa contra Jesucristo o contra Dios. Al contrario, pensamos, y con razón, que el mismo Dios sonreirá con dichas caricaturas (¿no es un don de Dios la capacidad de reírnos de nosotros mismos? ¿Y no son ciertas situaciones de la vida las que nos produce la risa? ¿Iba a estar Dios, o Jesucristo, ajeno a este humor?). Pero, como vemos, no ocurre lo mismo en la sensibilidad religiosa musulmana.

En cualquier caso, el problema de fondo radica en el fundamentalismo religioso, sea este del signo que sea. Radica en una manera absoluta y obtusa de entender a Dios y a los textos escritos que se suponen que son revelaciones Suyas. Una interpretación de dichos textos desde una cosmología y cosmogonía pre-científica y arcaica, incom-prensible para una cultura ilustrada por la ciencia moderna. Y más incomprensible para las personas escépticas o ateas (que también tienen libertad para exponer sus disensos). Solo los fundamentalismos no entienden ni soportan la diversidad y la libertad para manifestarla. Por ello, y en virtud de la interpretación particular que ellos hacen de la realidad, condenan, excluyen y estigmatizan a todos cuantos no comulgan con sus puntos de vista. Estos integristas islámicos no dudan en asesinar convencidos de que están reivin-dicando al Profeta cuando sienten que este ha sido vilipendiado a través de unas caricaturas. Otros, no menos integristas, aunque sí más civilizados, intentan los mismos objetivos que aquellos, aunque sin sangre, con quienes no comulgan con su particular visión del mundo y de la vida, neutralizándolos, silenciándolos y haciéndolos invisibles, que es otra manera de matar. Y lo que es peor: escudándose, a veces, tras una Biblia.

Emilio Lospitao