“Porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1Cor. 14:35b).


¿Por qué era indecoroso que una mujer hablara en una congregación del siglo primero? Para entender esta afirmación del apóstol Pablo debemos conocer primero a qué estaba relacionado el “decoro” en el mundo del Nuevo Testamento.

En el mundo antiguo, el orden social (patriarcal) obedecía al orden cósmico, y éste abarcaba la totalidad de la vida tal como lo entendían en aquella época. Es decir, el orden social estaba integrado en el orden cósmico. Era éste un orden universal perfecto: los ciclos se repiten invariablemente, el sol sale cada mañana, las estaciones se suceden año tras años, a la noche le sigue el día, etc. En este orden cósmico cada cosa ocupa el lugar que le corresponde en estricta observancia de las leyes universales; las cosas y las personas se agrupan por su afinidad, por su grado de similitud de acuerdo a un fin. Era importantísimo someterse a este orden el cual venía expresado por los estatus que originaba, los cuales estaban separados por fronteras simbólicas cuya subversión era una abominación.

Un ejemplo: La prohibición de las relaciones sexuales entre varones en Levítico 18:22 y 20:13 tiene que ver, primero, con el “desperdicio” de la semilla santa (el semen) al no haber procreación (contraviniendo el “Fructificad…” de Gn. 1:28). Hasta el siglo XVII se creía que un espermatozoide contenía el embrión completo, y la mujer solo era el “recipiente” que lo incubaba hasta el nacimiento; es decir, que la participación de la mujer en la procreación era pasiva. Por otro lado (y esto es lo que nos interesa aquí), en dichas relaciones uno de ellos asumía el papel de la mujer, que era un estatus (de “inferioridad”) que no le correspondía según el orden de las cosas. Esta subversión del estatus era “abominable”. Por ello, el texto de Levítico no condena esas mismas relaciones entre mujeres, pues ellas no “comprometen” la semilla santa y, además, no subvierten ningún estatus.

En el caso de 1Cor. 14:35b, el “indecoro” por hablar en una reunión pública consistía en que la mujer, al tomar la palabra, suplantaba el estatus del varón, que era superior, y tal suplantación subvertía el orden cósmico y social. Subvertir las fronteras simbólicas de los estatus era una abominación, un indecoro y una vergüenza en el mundo mediterráneo del siglo primero. Por esta misma razón, Pablo impone el uso del velo como símbolo de sujeción de la mujer al marido si ella dirige la palabra en la congregación. Esta idea del orden cósmico, el estatus y el honor derivado de aquel, está presente en la perícopa de 1Cor. 11:2-15. Sobre el velo, ver: http://revistarenovacion.es/Biblioteca_files/Senal%20de%20autoridad.pdf.

Por ello, el apóstol Pablo “teologiza” (sacraliza) este orden cósmico y social representado en la enumeración jerárquica “Dios-Cristo-Hombre-Mujer” (1Cor. 11:3; Efe. 22:24). Los códigos domésticos referidos en Colosenses 3:18-4,1; Efesios 5:21-6,9 y 1 Pe 2:18-3,1 forman parte del mismo orden cósmico al cual me estoy refiriendo aquí. Pero este orden cósmico no era una concepción exclusiva de los escritores de la Biblia, sino de todo el entorno geográfico de Oriente Medio (Ver “Acento hermenéutico” del mes pasado). Los escritores de la Biblia simplemente fueron partícipes de la misma cosmovisión que sus coetáneos. Hoy ya no es indecoroso que una mujer hable en una comunidad cristiana. Nuestra cosmovisión hoy es muy diferente.

Emilio Lospitao