El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob


La frase que sirve de título a este editorial se repite una docena veces en el Antiguo Testamento, con la única variante de que el nombre de Jacob se cambia, a veces, por “Israel”; y cinco veces en el Nuevo Testamento. Siempre, tanto en un Pacto como en el otro, se usa para referirse al Dios uno y único de la fe, al Misterio objetivado como “Creador”, “Padre”, “Salvador”… Los personajes de la Biblia, sumergidos en las diferentes experiencias de la vida, se dirigieron a Él unas veces para cantar su gratitud; otras, para solicitar su socorro ante las desgracias, los sufrimientos, las injusticias…; otras, en cualquier caso, para afirmar que, a pesar de su silencio, confiaban en Él porque suponían que el Ser por antonomasia, Padre/Creador, no abandonaba nunca a sus criaturas. Y todo esto como resultado de la fe y la confianza en el Ser que se le siente revelado en los acontecimientos de la historia. Y porque es sentido como revelado, se habla y se escribe acerca de Él en la casa, andando por los caminos, al acostarse… como algo cotidiano. Porque la vida se entiende mejor a partir de la aceptación inequívoca y misteriosa de Su presencia. Este sentir revelado produjo el conjunto de libros que llamamos “Biblia” (y otros Libros sagrados). Pero el Misterio sentido como revelado es más que un Libro, o muchos Libros. A pesar de la revelación sentida, el Ser (“Yo soy el que soy”) continúa siendo Misterio. La frase del comienzo, pues, es una indicación hacia un “agarrarse al Misterio que es la Vida”.

Jesús, haciendo un atajo verbal y dialéctico, como respuesta a los Saduceos de su época (religiosos advenedizos del sistema político, y de ideología materialista), que negaban cualquier trascendencia de la vida humana, evoca la frase, cual epitafio, del “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” como afirmación inequívoca de la trascendencia humana (Mat. 22:23-32). Dios es Dios de vivos no de muertos. No hay un discurso más contundente de la trascendencia de la vida, que hablar de Dios/Creador como el Dios de la Vida. Tras la muerte de nuestros seres queridos solo sabemos que nos dejan. Se van. De ellos solo nos queda la memoria y el recuerdo de sus obras. Aun así, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, sigue siendo el Dios de los que nos dejaron; también sigue siendo el Dios nuestro cuando partamos de aquí (aunque no exista un allí como localización espacio-temporal). Ese allí (espacio-temporal) no deja de ser una simple metáfora de una Realidad, pero no la Realidad misma.

Ante esas situaciones críticas, perplejas, dolorosas…, de la vida de cualquier persona: la muerte ajena o propia, Jesús no tuvo otras palabras de consuelo que remitirse a la esperanza de la resurrección (Juan 11:20-27). Cualquier cosa que sea y signifique esta “resurrección”, es una vuelta a la idea de un Dios que no solo es la fuente, sino el dador de la Vida. Concepto este sintetizado en la mente colectiva veterotestamentaria como “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”: ¡la Teología reducida a su mínima expresión! Todo lo demás es simple religión para explicar el Misterio. Lamentablemente, muchas veces, la religión, o las religiones, más que explicar este Misterio, lo desfiguran. Y lo que es peor: desde algunos púlpitos cristianos se pervierte por su ñoñería.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño