“Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad” (El velo) 1Cor. 11


En la época del Nuevo Testamento, además de un símbolo de pudor, el velo era también un símbolo del estatus de subordinación al varón, según las reglas del honor. Pero por razones que solo podemos especular, a la luz del 1Cor. 11, algunas mujeres cristianas de Corinto habían prescindido del “signo” (velo) que mostraba su sujeción al marido además de su recato en aquella cultura. Esta actitud por parte de aquellas mujeres originó un problema no solo en el hogar y en la iglesia, sino en el testimonio hacia “los de afuera” (los no cristianos). Por ello, y ante el escándalo que suponía en todos los órdenes, el Apóstol intervino de manera fulminante. La proposición apologética de Pablo es la siguiente: “Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra” (v.6). A continuación el Apóstol razona su proposición mediante tres argumentos, dos teológicos y uno estético.

Primer argumento teológico: “Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón” (v. 7). Pablo apela al orden cósmico de los estatus sobre los que está organizado el mundo simbólico de su época: en el rango Dios-Hombre-Mujer-Esclavo, el más próximo a Dios es el hombre, por ello él es la gloria de Dios, y la mujer es la gloria del hombre porque le sigue en rango.

Segundo argumento teológico: “Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (vs.8-9). El Apóstol evoca el segundo relato de la creación de Adán y Eva (el sacerdotal), donde la mujer es creada en último lugar, después incluso que los animales (Gn. 2:4 sig.). Sin embargo, en el relato “yavista”, ambos son creados a la vez: ”Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1:27).

Argumento estético: “Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza? La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello” (vs.13-15). Aquí, por naturaleza, se refiere a la “costumbre”. Aunque parezca lo contrario, “en lugar de velo le es dado el cabello” no significa que el cabello largo sustituye al velo, sino que la costumbre (naturaleza) del cabello largo confirma que debe cubrirse con el velo.

Conclusión: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza…” (v.10).

Desde una exégesis literalista (hablar donde la Biblia habla…), hoy la mujer debería cubrir su cabeza con un velo. No obstante, el hecho de que “cubrirse” la mujer con un velo fuera en aquella época una costumbre (relacionada con el pudor y la sumisión), significa que la teologización de dicha costumbre no conlleva la obligación atemporal de la misma. Analizada esta teologización en su contexto nos indica que la misma no tiene un carácter absoluto, sino local y circunstancial en el contexto donde y cuando se formalizó. Nos vale el principio (cuando tenga que ver con la estética y la ética), pero no la norma cosificada en el velo.

Emilio Lospitao

“vuestra mujeres callen en las congregaciones…» (1Cor. 14:33b-35).


¿Por qué se prohíbe hablar a la mujer en las congregaciones del cristianismo primitivo? ¿Debe continuar callada hoy?

En principio, la explicación general de esta prohibición la hallamos en los códigos domésticos del orden social patriarcal de la época (Ver “acento hermenéutico” #3, Renovación nº). El contexto local de este texto es la reunión litúrgica de la iglesia, el culto.

“Como también la ley lo dice”

La ley a la que se remite el hagiógrafo es la ley del matrimonio civil, del orden social patriarcal, mediante la cual la mujer debía absoluta obediencia al marido; obediencia objetivada en la sumisión y el recato, sobre todo en presencia de extraños, y cuyo símbolo era el velo.

“Pregunten en casa a sus maridos…”

Porque de esta manera quedaba a salvo el honor del marido, señor de la casa y valedor del orden social según los códigos domésticos (conf. “acento hermenéutico #3, Renovación nº –).

“Porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”

Este “indecoro”, ordinariamente, radicaba ­en –y era coherente con– el estatus de la mujer en una sociedad donde la sumisión y la invisibilidad era su mayor virtud, como refleja el texto. En casos extraordinarios (como parece ser el indicado en 11:5, donde la mujer ora y profetiza en la congregación), este “indecoro” se acentuaba con la privación del velo, como parece ser que ocurrió, lo cual debió de haber originado problemas domésticos además de en la iglesia de Corinto (1Cor. 11:4-6). Para más información sobre la prenda del velo, ver: “Señal de autoridad” en: http://revistarenovacion.es/Biblioteca.html.

[Nota: La visibilidad de la mujer en los primeros escritos neotestamentarios (1-2 Corintios, Romanos, Gálatas, Filipenses…) contrasta con su invisibilidad que comienza con la imposición de los códigos domésticos en los escritos posteriores (Efesios, Colosenses) y termina con la prohibición de hablar y enseñar en los últimos escritos, las Pastorales (1-2 Timoteo, Tito)].

Este estatus de la mujer en la iglesia, que se sintetiza en su invisibilidad, encuentra su explicación en los códigos domésticos del milenario orden social patriarcal, que es el suelo histórico de los textos bíblicos. Y solo desde ese contexto social, político e institucional, se puede desarrollar una exégesis pulcra.

En cualquier caso, la prohibición de los últimos escritos indica que antes la mujer había hablado y enseñado en la iglesia, como testifican las primeras cartas de Pablo (citadas más arriba). Es decir, desde el movimiento de Jesús originario, hasta el tiempo de las Pastorales, había habido una involución considerable en cuanto al papel de la mujer en general y particularmente en la iglesia. Para una explicación más amplia, ver: “La iglesia nació en la casa” en: http://revistarenovacion.es/e-Libreria.html.

Emilio Lospitao

Ser y Estar


Salvo en el último editorial de la ya extinta revista Restauromanía, y en el primero de la presente, no solemos dedicar esta página para hablar de la revista que lo acoge. Hay otros temas más importantes a los que dedicar este espacio.

Esta revista tiene vocación de ser plural, más de lo que fue Restauromanía. Ya en el primer editorial de Renovación decíamos que estaba abierta a la publicación de trabajos de colaboradores de líneas teológicas distintas a la del editor, pero también decíamos que eso no significaba que publicaríamos todo y de todos. En cualquier caso, este editor siempre ha respetado –y respetará– el trabajo de los colaboradores, aunque no lo comparta (salvo en lo que corresponda a la ética y a la estética).

Expulsiones, persecuciones, encarcelamientos, ejecuciones, de tipo religioso, ocupan gran parte de las páginas de los libros de historia. No estaban exentos, tales episodios, de intereses políticos y económicos, pero muchas veces, demasiadas, solo eran porque los “inculpados” no se adecuaban a la “ortodoxia” oficial de cualquier Iglesia (y no solo la de la Iglesia Católica Romana). Los agnósticos, los escépticos y los ateos nos lanzan a la cara estas anécdotas, reales anécdotas, y con mucha razón. ¡Una vergüenza dichos episodios!

Vivimos cada vez más en un mundo globalizado, en todos los sentidos, también en el religioso. El cristianismo –no importa cómo están otras Creencias– está dividido en tres o cuatro Iglesias históricas, en cientos de Denominaciones y en miles de Sectas. Todos, al menos entre los más integristas, se atribuyen tener el monopolio de la verdad. Algunos incluso de la “única” verdad. Unos pocos de nuestra Denominación (Iglesias de Cristo) creen pertenecer a esa única Iglesia “verdadera”. ¡Las divisiones, otra vergüenza!

La única manera de romper ese círculo vicioso (que alimenta la exclusión, la expulsión y, a veces, la estigmatización) es abriendo un amplio círculo inclusivo de diálogo: para hablar y para escuchar, sobre todo esto último. De la escucha atenta nace la amistad, de la amistad la comunión, de la comunión la unidad (no uniformidad) de la cual habló Jesús. El reino de Dios que Jesús enseñó y vivió no consiste en dogmas, sino en el “buen hacer”, y los buenos hacedores se encuentran también fuera de la ortodoxia, sea esta cristiana o de otra confesión (Mat. 25:31-46). Para el corto de entendederas diré que no estoy hablando de sincretismos, o de “todo vale”… El respeto a las creencias ajenas no implica abandonar las propias: es una forma de humanizarse y de humanizar. Se trata de saber ser, que es lo más íntimo y personal de uno mismo. Y se trata de saber estar, porque el saber estar nos dignifica como personas y como cristianos. Entre el Pablo que sugería que sus rivales se “castrasen” (Gál. 5:12) y el Jesús que enseñaba poner la otra mejilla, me quedo con el Maestro. Hay que saber ser (lo que somos y creemos), pero hay que saber estar (respetando lo que otros creen y son). A los únicos que el Maestro no soportó, ni les puso la otra mejilla, fue a los manipuladores de conciencias, a los que ponían la religión por encima de las personas. Ser y Estar, dos verbos. Dos actitudes inclusivas.

Emilio Lospitao