La misión, hoy


Por “misión”, aquí, evoco a la “Gran Comisión” evangélica (Mateo 28:19-20; Marcos 16:15-16; Lucas 24:47; implícito en Juan 20:30-31 y en Hechos 1:8). Textos como Hechos 8:4, 11:19-20, 28:30-31, etc., y, sobre todo, la misión itinerante del apóstol Pablo, y otros más, es una demostración del sentido misionero del cristianismo primitivo. Dos mil años de historia de este cristianismo vienen a confirmar la “misión” como deber ineludible que ha tenido la Iglesia (las iglesias locales). Sin aquella visión evangelística de los primeros líderes, sobre todo judeocristianos helenistas (Hechos 11:20), el cristianismo incipiente se hubiera quedado como una heterodoxia judía del primer siglo (Hechos 11:18). No obstante, las cosas no fueron así de simples.

Las distintas teologías en los Evangelios “tienen su origen en la diversa interpretación de la persona de Jesús y, junto con eso, en la concepción diferente que cada comunidad tenía de sí misma”. Sobre todo la muerte de Jesús se entiende de forma diferente (a la luz de la resurrección, ¿qué significó su muerte?). “Los sinópticos sólo terminalmente desarrollan la importancia de la muerte de Jesús para la salvación…; prevalece la interpretación del justo paciente. La muerte y la resurrección de Jesús todavía no son consideradas como una misma acción salvífica”. Respecto a la salvación “el punto principal recae sobre la resurrección”. El autor del cuarto Evangelio “evita los términos que indican `pasión´, e interpreta la muerte de Jesús como glorificación y partida necesaria para la misión del Espíritu” (lo entrecomillado en Tirso Cepedal, Curso de la Biblia).

Entonces, ¿qué predicaban exactamente aquellas heterogéneas comunidades judeocristianas del primer siglo? Sabemos que Jesús de Nazaret predicó el Reino (reinado) de Dios y ese reinado fue una noticia buena (evangelio). Después, el kerigma de la Iglesia convirtió al Anunciador del reinado de Dios en el Objeto anunciado: el Cristo. Es decir, al reinado de Dios, que comportaba un compromiso de vida (al estilo de Jesús) y un orden social nuevo (contracultural y existencial), la misión de la Iglesia lo convirtió en un concepto soteriológico que apuntaba a un “más-allá”, cuya garantía recaía en algo externo de sí mismo: un sacrificio expiatorio (el de la cruz) para “satisfacer” la ira de un Dios ofendido por nuestros pecados.

Este concepto soteriológico de la “satisfacción” (desarrollado por la escolástica medieval – Anselmo de Canterbury) es el que predicamos desde hace siglos y por el cual desarrollamos campañas multitudinarias, pagando millones de dólares, gastando grandes esfuerzos humanos y tecnológicos, para alcanzar al mayor número de personas en todo el mundo, añadiéndolos luego a nuestro grupo religioso particular, convirtiéndolos en escuchadores de nuestros sermones dominicales y en locuaces de sonoros aleluyas. ¡Ya son salvos! ¡Ya tienen asegurado el “más-allá”! Pero, a la luz del reinado de Dios que predicaba Jesús, ¿es eso el fin del anuncio?, ¿es esa la buena nueva, el evangelio?, ¿un pasaporte para tener acceso a ese “más-allá”?, ¿no estaremos con este tipo de misión reduciendo aquel reinado de Dios, cuyo anuncio a Jesús le costó la vida, a “un levantar la mano” en señal de aceptación de dicho pasaporte para el “más-allá”?

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño