«Siempre tendréis a los pobres con vosotros» (Marcos 14:7)


Esta pobreza de la que habla Jesús es literal, material; es la pobreza que está asociada con la mendicidad; es decir, esos pobres no son otros que los mendigos, que normalmente solían ser las personas lisiadas: cojos, ciegos, mancos… o con alguna otra discapacidad que le impedía trabajar para ganarse la vida. Muchos de estos mendigos fueron llevados ante Jesús para que fueran sanados (Mateo 15:30), no sólo por lo que la restauración física suponía para el lisiado (además de la liberación de la carga familiar que conllevaba), sino por la dignidad que le devolvía al paciente. 

El concepto de “mendigo” ha cambiado mucho en las últimas décadas. En la época de mi niñez, en los años 50/60, en los pueblos de Extremadura, como en el resto de España, era normal ver a estos mendigos (mancos, cojos, ciegos, o con alguna discapacidad visible que le excluía de la vida laboral), ir de puerta en puerta esperando una limosna “por el amor de Dios”. Nunca se alejaban defraudados de la puerta donde llamaban; a veces, quienes les daban algo, también eran pobres, pero se sentían privilegiados porque no tenían que mendigar. Al mendigo se le daba pan, fruta, agua, una moneda… incluso se le ofrecía una silla para descansar “por el amor de Dios”. 

Durante la época de las “vacas gordas” (los años 90+) el perfil del mendigo cambió considerablemente: se podía contemplar en la entrada del “Metro”, además de los mendigos de siempre, a jóvenes y no tan jóvenes, sanos, saludables, pidiendo, no una “limosna”, sino una “ayuda” por un sinfín de motivos, y no “por el amor de Dios”, sino porque tú vestías mejor, o presuponía que tenías más dinero, o simplemente porque creía que tú tenías la obligación de darle algo (siempre dinero contante); a veces, incluso podían increparte por la nimiedad de la limosna. Algunos se jactaban de “ganar” más dinero en 4 horas que un peón de albañil en un día entero. Tal era así, que “el amor de muchos se enfrió” y se negaban a dar nada; y cuando se daba se hacía no tanto porque el “mendigo” lo necesitara, sino para luego sentirse bien consigo mismo. 

Durante la bancarrota económica (el derrumbe de la economía de 2008) en miles de hogares, el perfil del mendigo volvió a cambiar. No era por su discapacidad (podría gozar incluso de alguna paga estatal por ello), eran personas que habían perdido su trabajo y, como consecuencia de ello, también su casa; algunos hasta su familia por diferentes motivos. Eran personas que habían vivido con un estatus de vida desahogado, pero, por muy diversas circunstancias, de un día para otro, se habían visto prácticamente sin nada. Se habían “agachado” (“pobre” en el idioma que se escribieron los Evangelios lleva esa connotación) y llamaban a la puerta pidiendo algo, esperando que le ofreciéramos algo aunque no lo pidieran “por el amor de Dios”, pero que “el amor de Dios” nos exigía que algo le diéramos. Para decir Jesús que “siempre tendríamos a los pobres con nosotros” no hacía falta ser profeta (Jesús no estaba profetizando), bastaba conocer la “naturaleza” del ser humano y los sistemas opresores (hoy el neoliberalismo) y Jesús lo conocía. 

Parece ser que estamos viviendo en una fase de la Historia donde esa “naturaleza” ha llegado a cotas muy altas, tan altas que unos pocos piensan seguir haciéndose cada día más ricos, mientras muchos, muchísimos, cada día, impotentes, se están haciendo cada día más pobres, ¡hasta la mendicidad! La existencia de ONGs evidencia el fracaso de nuestro sistema por lograr un orden social nuevo donde la implantación de una justicia universal produzca un mundo más equitativo, más imparcial, más solidario, en definitiva, más justo. La reflexión cae por sí sola: ¿No habrá descuidado la Iglesia cristiana su papel de profeta, de la denuncia profética del Reino de Dios, aquel que Jesús de Nazaret predicaba? Muchos creemos que el cristianismo posterior traicionó el mensaje de Jesús predicando un “reino en los cielos”, después de la muerte, en el más allá…

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño