La maté porque era mía…


Afortunadamente, los más jóvenes no conocen la letra de la canción que incluye la frase del título de este editorial. ¡Ni Google reconoce esta versión! Pero sí otra canción afín, “El preso número 9”, en Youtube, que también sublima el asesinato por celos. Años atrás, tanto la letra como la música de la canción de marras, estaba tan bien socializada que su pegadiza música se tarareaba. La sensibilización en contra del machismo, desde hace muy pocas décadas, ha logrado un avance extraordinario hacia una sociedad más humana, más humanista y, por consiguiente, más cristiana (el cristianismo de Jesús de Nazaret). Los datos son escalofriantes: en lo que va de año (21 abril) 24 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o ex-parejas en España. En la última década fueron asesinadas 658, y actualmente hay 15.499 mujeres en riesgo de violencia machista. Por supuesto, también hay varones víctimas de mujeres, pero su trasfondo antropológico es distinto.

La letra de la canción citada recoge perfectamente el sentido social y legal tanto del estatus como de la persona misma de la mujer en el mundo judeocristiano (aunque en otros contextos culturales se dé el mismo patrón). En el Decálogo bíblico la mujer se cuenta entre las posesiones del hombre (Génesis 20:17). Desde el orden cósmico donde se construye el mundo simbólico de la Biblia (Dios-hombre-mujer-niños-esclavos), la mujer pertenece a un estatus inferior al del hombre. De ahí que teológicamente el Apóstol diga que el hombre es la gloria de la mujer como Dios es la gloria del hombre (1Cor. 11:7). Hasta hace poco más de un siglo, esta era la cosmovisión donde se asentaba el orden social y las leyes que regulaban el papel de la mujer en la sociedad occidental. O sea, hasta cuando los movimientos feministas comenzaron a alzar su voz reclamando un trato de igualdad entre el hombre y la mujer, tanto jurídica como socialmente. Jurídicamente se ha hecho una realidad, pero permeabilizar jurídicamente el tejido social es otra cosa. Sobre todo, la permeabilización empática y afectiva.

Aun cuando la raíz de este problema es mucho más complejo, no hay duda que el factor socio-psicológico, que se deriva del orden cósmico y del mundo simbólico bíblico citado más arriba, está presente. La religión ha sido una correa de transmisión de este estatus de inferioridad que era además claro e inteligible en el mundo antiguo. Pero ciertos sectores fundamentalistas del cristianismo no han aprendido que el paradigma que lo sustentaba ya está superado por la sociedad moderna. Y no lo han aprendido porque piensan que, al estar registrado en un Libro sagrado (la Biblia), se debe perpetuar por los siglos de los siglos. Es decir, en cierta manera, al perpetuar dicho estatus, están ofreciendo razones morales para que algunos energúmenos continúen matando a sus parejas, porque, al fin y al cabo, quitan la vida a “lo que es de su propiedad”.

El fundamentalismo religioso, de cualquier signo, tiene una asignatura pendiente: descubrir el valor relativo de textos teologizados en un contexto social obsoleto, carentes ya de valor en una sociedad postmoderna. Los agresores son asesinos, pero tras su actitud se esconden razones sociales, religiosas y psicológicas que los inspiran: “o mía o de nadie”, dicen.

Emilio Lospitao