“Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2:19)


Estas frases se habrán repetido miles, millones de veces, a lo largo de los dos milenios de cristianismo, especialmente en los sermones de celebraciones de la Navidad (desde que ésta se instituyera como fiesta en todo el orbe cristiano entrado el siglo IV). El contexto literario de estas frases es el relato de la infancia de Jesús (que sólo Mateo y Lucas mencionan). Estas frases son como un corolario de la aparición de los ángeles y el anuncio de estos a los pastores, vs 8-17 (se repite en v. 51), así como es otro corolario la afirmación “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (v.52) de lo dicho anteriormente en los vs. 39-51, que trata del regreso de la familia a Nazaret (Según Lucas no hubo “exilio” a Egipto, ni matanza de los inocentes, como sugiere Mateo). 

Esta meditación de María, muy lógica si tenemos en cuenta el acontecimiento de una aparición de seres celestiales a unos pastores lugareños, contrasta con lo que debió meditar años después acerca de su hijo adulto, sobre todo por la manera de comportarse éste. Ella, como el resto de la familia (los demás hijos de María) llegaron a pensar que Jesús estaba “fuera de sí” (Marcos 3:21), lo cual se apercibía como una deshonra para él mismo y para toda la familia. Y todo porque ese niño ya adulto se reunía con “malas compañía”: publicanos y pecadores (Cf. Lucas 15:1-2).

Desde una perspectiva socio-religiosa-teológica esta tensión literaria nos enseña mucho. Por un lado nos enseña la expectativa que María tenía de “ese” hijo. Y esta expectativa no podía ser otra que la de cualquier madre judía de su época: ver a su hijo creyente y sujeto a los estándares piadosos de la tradición, lo cual honraba sobremanera: ¡he ahí mi hijo!, diría cualquier madre a su vecindario. Pero María no pudo decir eso. 

No sabemos cuándo empezó Jesús a mostrar sus propios pensamientos acerca de la ley, de las tradiciones de los Ancianos, de las enseñanzas de los fariseos, etc. (sólo los Evangelios apócrifos hablan de la infancia y la adolescencia de Jesús; Lucas 2:41-52 es más legendario que histórico). Pero es obvio, a la luz de los relatos evangélicos, sobre todo cómo terminó la biografía del Jesús histórico, que María tuvo que hacer una profunda catarsis de aquella primera meditación. No pasó desapercibida esta catarsis para el evangelista, por lo cual dice: “y una espada traspasará tu misma alma” (2:35). Tampoco sabemos mucho de esa María, mujer y madre judía, inmersa en sus tradiciones religiosas, en la época pospascual. Sabemos de ella un poco en relación con la pasión y muerte del hijo (Juan 19:25-27), pero nada en relación con la resurrección del hijo, salvo su presencia entre el grupo de los seguidores del Resucitado según cuenta el autor de Hechos de los Apóstoles (Hechos 1:14). 

Emilio Lospitao

Los indiferentes


El observatorio del pluralismo religioso en España realizó, durante el mes de diciembre de 2012, la II Encuesta sobre opiniones y actitudes de los españoles ante la dimensión cotidiana de la religiosidad y su gestión pública. El tamaño de la encuesta fue de 1725 entrevistas a personas de ambos sexos mayores de 18 años.

Según esta encuesta solo el 14% de los españoles consideran la religión “muy importante” para sus vidas, y entre éstos la puntúan (de 1 a 10) con nota máxima un 10,3%. En términos de porcentaje global solo el 18,6% asiste semanalmente a los servicios religiosos. En cuanto a practicantes y no-practicantes de la religión en la cual creen, los primeros suman el 31,4% y los segundos el 36,8% (el resto o no sigue ninguna religión o no sabe/no contesta). Entre los adscritos, el 82,7% se definen Católicos frente al 0,5% que se definen Evangélicos (el resto pertenecen a otras confesiones, o filosofías, o no creen). Una parte de interés que ocupa esta II Encuesta trata sobre la diferente actitud hacia la religión entre padres e hijos. Para el 7,2% la religión es más importante que para sus padres. Mientras que el 54,1% confiesan que la religión era más importante para sus padres que lo es para ellos. A pesar de todo, el 57,5% está dispuesto a educar a sus hijos siguiendo los preceptos de una religión, frente a un 39,4% que no educaría a sus hijos siguiendo dichos preceptos.

¿Qué deducciones podemos sacar de esta encuesta desarrollada por el observatorio del pluralismo religioso en España como cristianos Evangélicos? ¿Miramos para otro lado? ¿Nos miramos a nosotros mismos para reafirmarnos en nuestras verdades y nuestra visión de las cosas? ¿Salimos al encuentro de esos “indiferentes” para un diálogo fructífero, compartiendo las “buenas nuevas” de Jesús sin discriminar a “publicanos y pecadores”, como éste hacía, o nos acercamos a ellos en plan desafiante para que se conviertan a “nuestro” evangelio sopena de condenación eterna?

Los datos de la encuesta no se reducen a España, se pueden extrapolar a otros lugares geográficos del planeta (salvo algunas excepciones). Si creemos que la meta consiste en “ganar” a esos “indiferentes” para nuestras respectivas “iglesias”, entonces sospecho que hemos entendido muy mal la raíz del problema.

Mi apreciación personal, cuando hablo con esas gentes “indiferentes” hacia lo religioso, pero que razonan desde una posición serena, es que viven –desde esa indiferencia– una liberación de la toxicidad religiosa de un paradigma obsoleto, donde la palabra “religión” está depreciada. Esas gentes “indiferentes” quizás no rechazarían la espiritualidad y el compromiso profético que transmite el mensaje original de Jesús. ¡Esos “indiferentes” tienen hambre de trascendencia, pero sienten hastío de religión, de templos! La gran mayoría de ellos no rechazan la “buena noticia” de Jesús de Nazaret, sino el envoltorio con el que queremos que acepten el evangelio.

Emilio Lospitao