«He aquí subimos a Jerusalén» (Marcos 10:32-34)


Los Evangelios son historias de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Pero cada evangelista, aun cuando quiere llegar a la misma conclusión, hace el camino literario de manera distinta, usa la información de la que dispone con propósitos diferentes y con un proyecto teológico particular. Este momento histórico en la vida de Jesús –“subir a Jerusalén”– , distinto a otros viajes anteriores a la Ciudad Santa (Juan 2:13; 5:1; 7:1-10; 10:22; 12:12), marca un punto de inflexión importante en el ministerio y la vida de Jesús (Lucas 9:51). Marcos ha llegado hasta este punto literario advirtiendo reiteradamente al lector de lo que iba a acontecer (8:31; 9:30-31). Un aspecto teológico del Evangelio de Marcos es que presenta a unos “discípulos” torpes para “entender” (4:13, 41; 6:52; 7:18) e incapaces de asimilar un Mesías Sufriente (8:32; 9:32). En cualquier caso, históricamente, es verosímil la nota de Marcos cuando afirma que “Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo” (10:32). 

¿Por qué le seguían con miedo?

El comentario programático que Marcos pone en boca de Jesús (“será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará”), no hemos de interpretarlo como un anticipo profético. Jesús sí sabía que todo eso podría ocurrir, aunque no en ese orden detallado. Los Evangelios se escriben post eventum, haciendo memoria de lo que ocurrió. Es, pues, una síntesis histórico-pedagógica de la comunidad de Marcos, en este caso. Pero el miedo que sienten los discípulos estaba justificado, no sólo por las advertencias anticipadas y reiteradas de Jesús (Mar. 8:31; 9:30-31), sino por el clima hostil que se ha ido tejiendo entorno a su persona, de manera progresiva, por parte de los escribas y, sobre todo, por los altos dignatarios religiosos de Jerusalén: hasta el punto de conspirar para matarlo (Juan 7:8- 10; 11:47-54). Y los discípulos lo sabían (Juan 11:7-8).

“Subir a Jerusalén” es una metáfora del testimonio y la fidelidad a Dios. Jesús sabía lo que allí le esperaba. Incluso rogó al Padre que apartara de él esa “copa” (Mar. 14:32-36). Jesús fue fiel a Dios, su Padre, hasta el fin, hasta la muerte. Según el evangelista Marcos no hay otra fe válida que aquella que entiende y acepta a un Mesías Sufriente, que es fiel hasta la muerte. 

La paradoja de este Evangelio es que en esa muerte ignominiosa (y un“fracaso” según entendieron al principio los discípulos) se afirma la identidad del Crucificado. El primero en reconocer esa identidad fue un centurión romano, un gentil, su propio verdugo, cuando afirmó, tras expirar Jesús: “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mar. 15:39). Entiéndase esta paradoja como parte de la teologización del Evangelio de Marcos.

Emilio Lospitao

Autor: elospitao

Inquietud intelectual desde niño